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La etapa del infierno

Entre Bayona y Luchon, en 1926, Buysse comenzó a ganar el Tour en la jornada más dura de la historia

Jon Rivas
Lucien Buysse, en el Tour de Francia de 1926.
Lucien Buysse, en el Tour de Francia de 1926.

“Esta etapa entre Bayona y Luchon fue uno de los eventos deportivos más emotivos y más dramáticos que yo haya visto jamás. Sólo podría compararlo con el cross de los Juegos Olímpicos de 1924”. Gabriele Hanot, el periodista de Le Miroir des Sports, compara experiencias. En el cross olímpico, dos años antes, a 45 grados de temperatura, ocho de los 15 participantes salieron de la carrera en camilla. Solo el finlandés Paavo Nurmi llegó a la meta sin desfallecer. El CIO decidió que la prueba no se volviera a disputar más, pero nadie ha quitado el Tourmalet, el Aspin, el Peyresourde o el Aubisque del recorrido del Tour. La etapa del 6 de julio de 1926 ya es un infierno en sí, con 326 kilómetros de recorrido. Los 177 primeros son de llano antes de los colosos pirenaicos.

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Son las dos de la madrugada. Los ciclistas firman en la Brasserie Miremont; se dan la mano y más parecen condolencias que saludos. Llueve con fuerza, hace frío de invierno, sopla un viento helador. En las primeras etapas ha lucido el sol, pero en los Pirineos cambia el tiempo.

Cientos de aficionados se agolpan en la salida, es noche cerrada. Los turistas-routiers, corredores sin equipo, se apelotonan juntos para protegerse. Al llegar a las faldas del Aubisque todavía es de noche. Se bajan todos de la bicicleta, y casi a tientas le dan la vuelta a la rueda trasera para poner el piñón más adecuado para las cuestas. Cada vez llueve más. Lucien Buysse no se arredra y ataca con fuerza. Le llaman el bulldog flamenco. El líder, Van Slembrouck, queda descolgado enseguida. Bottechia, dos veces ganador del Tour, sufre. Se para a mitad de la ascensión, se sienta en la cuneta y llora. Al cabo de un rato regresa a la carrera. El barro invade la calzada, las huellas de los vehículos que han ascendido a los picos han estropeado todavía más el camino. La gente se agolpa junto a las fogatas encendidas en la cima.

En el Tourmalet ya es de día, pero aparece una niebla espesa. Buysse se para a comer. Le pasa Tailleu, que es líder virtual, pero en el Aspin sufre un cólico. Las cadenas, los piñones, se enfangan. Hay que bajarse y quitar el barro, algunos orinan sobre el mecanismo, incapaces de mover los dedos congelados. El belga lleva 17 horas sobre la bicicleta en el Peyresourde. Llega a Luchon con dos de retraso sobre el horario previsto. Casi media hora más tarde, a 25m 48s, llega el segundo, el italiano Aimo; detrás, uno a uno, mojados, agotados, derrotados, el resto de los participantes. A las 22.40 horas, que debe cerrar el control en el Café Central de Luchon, solo han llegado 31. Los aficionados colocan los coches a los lados de la ruta y encienden los faros para alumbrar a los que llegan. Desgrange amplía el cierre de control. El último en llegar, Fernand Besnier, lo hace seis horas después de Buysse, tras atravesar el infierno.

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