Mónica Messa y la cadena eterna
¿Será posible para estas profesionales disfrutar de su día a día, sabiendo que todo lo que han logrado no les garantiza una estabilidad ni a unos meses vista?
Más allá del bien y del mal, es el inquietante título (“se lo he tomado prestado a Nietzsche, no encontré uno mejor “, confiesa la autora) de un libro escrito por una persona excepcional. Virginia Barber lleva dos décadas trabajando en Nueva York como psicóloga forense. El libro, según lo define el profesor Luis Rojas Marcos, es “absorbente y conmovedor: desafía nuestra empatía”, y refleja el día a día de una profesional entregada a su vocación, con innumerables referencias a las personas que iniciaron el camino que ella ahora transita, y con el hospital Bellevue como “el centro en el que aprendí casi todo de psicología clínica”. En mitad de la narración de una complicada visita a un preso, Virginia siente la necesidad de compartir un momento de disfrute personal con el lector: “Me trasladé hasta allí. (...) Observé la belleza de las hojas caídas que cubrían el suelo, y la gama de colores que iban del naranja al amarillo intenso. Desde luego, el otoño es mi estación favorita en Nueva York”.
Volviendo a la sección de deportes del periódico -tal vez menos trascendente para las mejoras sociales, pero de consumo muy masivo- nos encontramos con la batalla del Europeo femenino de baloncesto. España se encuentra ante una misión especialmente compleja en este Eurobasket. Solamente quedando entre las seis primeras podrá acceder a uno de los cuatro billetes preolímpicos que darán acceso a Tokio 2020, en los cuales habrá que finalizar en una de las dos primeras posiciones. Y este verano faltan piezas importantes como Alba Torrens por culpa de las lesiones.
En medio del mal trago ante Letonia y del que sufrieron ante Reino Unido en el segundo partido, y que me recordó, por cierto, la necesidad de ensalzar en algún momento la figura de Chema Buceta (entrenador de las británicas, pero persona fundamental para entender los éxitos del baloncesto femenino español), no dejaba de volverme ese otoño neoyorquino de Virginia a la cabeza. ¿Será posible para estas grandes profesionales disfrutar en estas condiciones de su día a día, sabiendo que todo lo que han venido logrando no les garantiza una estabilidad ni a unos meses vista?
La respuesta me la ofreció Silvia Domínguez, tras sus dos magníficas y estresantes acciones que decantaron el choque (una asistencia a Cristina Ouviña, que finalizó con un triple, y una sufrida canasta propia en uno contra uno al final de la siguiente posesión). En el inmediato tiempo muerto posterior, la cámara se centró en ella, y nuestra veterana jugadora ofreció un gesto de control, con una media sonrisa que nos dejó con la boca abierta; “estos veranos europeos, olímpicos y mundiales –parecía decir-, son claramente mis estaciones favoritas”.
Uno tuvo la fortuna de crecer con gente de altísimo rendimiento cerca. Mónica Messa es algo mayor que yo. Jugábamos al baloncesto cada verano en la urbanización de la sierra de Madrid donde veraneaban nuestras familias. Mónica era la única chica que hacía deporte con nosotros. Desde el año 1988 hasta el año 1993 (cuando fueron campeonas de Europa; la primera medalla de oro de nuestro baloncesto), Mónica, Carolina Mújica, Wonny Geuer y Paloma Sánchez fueron las veteranas de aquel grupo que entregó varios años de su vida al baloncesto de selecciones nacionales. Preguntadas por su influencia en los éxitos actuales del equipo nacional, Mónica contestó sin dudar; “Nosotras cogimos el relevo de Rocío Jiménez, Rosa Castillo, Ana Yunyer, Elvira Gras, Celia García y tantas otras y lo entregamos después. La cadena no se ha roto nunca”.
Dice la profesora Barber que siempre merece la pena el esfuerzo de llegar a una posición privilegiada en la sociedad para contribuir a mejorarla. "Nosotras éramos invisibles al lado de los Epis, Villacampas", se lamentaba Mónica en la misma entrevista. Algún día le confesaré que a mis 12 años la veía en la urbanización entrenando con su camiseta de la selección, y me moría de ganas por ser un día como ella.
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