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El VAR condena a Viviani: victoria de Gaviria en el Giro

Michele Bartoli, entrenador de Landa: “Que no dude nadie de él, es el ciclista de las remontadas”

Carlos Arribas
Viviani (derecha) esprinta junto a Gaviria.
Viviani (derecha) esprinta junto a Gaviria.LUK BENIES (AFP)

En la costa de los etruscos, llegando a Grosseto, en un muro junto a la carretera, brilla una pintada reciente de aficionados al fútbol reinterpreta a Cesare Pavese. “Odio y violencia”, grita, y debajo, en pequeño, un desafío a los tifosi visitantes, “quien quiera pelear aquí esperamos”. El pelotón, gente de paz, pasa desdeñoso, sin dignarse siquiera a una mirada de desprecio, digno, con el viento fuerte de espaldas, despacito hacia el mar. Va lento porque no quiere alcanzar a Sho Hatsuyama un japonés en fuga de honor que quiere llegar solo al menos al molino de viento manchego que surge solo, como un espejismo, una invitación fácil a ser quijote, en la laguna de Orbetello, una incongruencia geográfica, un dique y un peñasco, en el Mediterráneo. Hatsuyama corre el Giro porque Nippo, el sponsor de su equipo, es japonés, y quiere borrar la imagen de su compañero y compatriota Hiroki Nishimura, que llegó fuera de control en el prólogo.

No llega muy lejos el japonés. No puede ser quijote. El sprint es tan inevitable como la victoria contra el viento del colombiano Fernando Gaviria, declarado ganador después de que los comisarios, tras estudiar el VAR, descalificaran al campeón italiano, Elia Viviani, por un cambio de trayectoria que frenó a Matteo Moschetti en los últimos metros. Es la quinta etapa de Giro para el sprinter de La Ceja, ganador cuatro veces en la corsa rosa de 2017, que terminó vestido de ciclamen. No le gustó a Gaviria ganar así y, como los futbolistas que marcan a sus antiguos equipos, no celebró feliz en el podio. Minutos antes le había dado un apretón de manos a Viviani para reconocer su victoria. "Es difícil estar feliz cuando a un amigo, como Viviani, le hacen esto", dice el colombiano. "Viviani ha ganado la etapa. No ha cerrado con intención a Moschetti".

Richard Carapaz, el líder de recambio del Movistar, se perdió el jolgorio de la jungla del sprint. Una avería a falta de 10 kilómetros le obligó a montarse en la bici, tan grande, de su compañero Pedrero. Sus intentos de enlazar con el pelotón encallaron, pese a la ayuda de Sütterlin y Carretero, con una caída en la última curva que demedió al grupo y le dejó en cola. El ecuatoriano, el mejor del equipo en San Luca, perdió 46s.

Marcha tranquilo el pelotón por entre los bosques de la Maremma y los corredores charlan en cabeza. Han salido de Vinci, donde todos se han sentido un poco Leonardo, genios, inventores, únicos. Artistas, como Paolo Fornaciari, artista del helado, un cuarentón alto y esbelto, una aparición nocturna en el hotel del Movistar plagado de jubilados suizos. Fornaciari, toscano de Pistoia, fue ciclista casi 20 años, un gigante al lado de Cipollini. Conduce una furgoneta blanca que abre de par en par orgulloso de su ingenio para que su amigo y paisano Max Sciandri, un exciclista que corrió bajo la bandera británica y es uno de los directores del equipo de Landa, admire lo que transporta, un triciclo con una cámara de helados y la leyenda de su negocio, Gelati Ultimo Kilometro, el triángulo rojo que marca los últimos 1.000 metros de las etapas que hace de cucurucho del que surgen tres bolas apetitosas sobre los radios de media rueda de bicicleta. “Soy de los mejores heladeros de Italia”, cuenta Fornaciari, que como ciclista, trabajador abnegado, no ganó ni una carrera. “He ganado el último campeonato de Italia con mi sabor mezcla de naranja y almendra, y con el triciclo recorro eventos, bodas, fiestas…” Habla de ciclismo sin nostalgia, lo que es único en su generación, la de Pantani. “¡Ah! Y no he vuelto a pedalear desde que colgué la bici, hace 10 años. El triciclo, claro, es eléctrico”.

Sciandri y Fornaciari no hablan de Pantani pero si de otro coetáneo, colega del pedal y paisano con arte, Michele Bartoli, que ha estado unos minutos antes en el hotel hablando con Landa, al que entrena, como entrena a Nairo y Betancur y a una decena de ciclistas más del UAE. Bartoli se siente artista después de colgar la bici, que aún pedalea, como se sintió cuando corría, un campeón de los años 90 ganador de monumentos como Lieja, Lombardía y Flandes que le decía a Freire, no te entiendo, Óscar, eres campeón del mundo y de San Remo y vas en un Opel Corsa que cuesta menos que una rueda de repuesto de mi Ferrari.

“Que nadie se preocupe en España, Landa está bien”, dice Bartoli por teléfono el día siguiente de hablar con el alavés sobre su decepcionante prólogo de San Luca. “Ha llegado en plenitud de forma al Giro, moviendo los vatios que tiene que mover como demostró en Lieja y en Asturias. Creo que el problema del prólogo fue tanto un poco de su habitual inseguridad en las contrarreloj como un poco de tensión, no tanto estrés, debida a su deseo de hacerla especialmente bien, porque sentía que le favorecía. Un minuto y pico con Roglic no es despreciable, pero, bueno, Landa está acostumbrado a salir así, por detrás, es el ciclista de las remontadas. Lo hizo en el Tour y lo hizo en el Giro”. Y para confirmarlo en persona, y demostrar su gran confianza en el escalador de Murgia, Bartoli se acercará el domingo a San Marino, donde una contrarreloj en subida de 35 kilómetros, debería marcar el segundo acto fuerte del Giro tan complicado.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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