Eusebio Unzue: “Ay del que pierda la esperanza en Landa este Giro”
El esloveno Primoz Roglic sigue líder tras la victoria al sprint del alemán Pascal Ackermann en Fucecchio, meta de la segunda etapa
Llueve en Bolonia y el ciclista que desayuna en el hotel del polígono industrial querría ser el turista que se entretiene confuso ante la máquina de café y sus luces de nave espacial y duda internamente si pasar el día de lluvia en el museo o perezoso en un café. Pero es ciclista y su oficio es lanzarse al charco, y se imagina que después de atravesar los Apeninos oscuros las dulces colinas toscanas que les esperan, siempre luminosas en las películas, sol de primavera, brisa cálida, moscones y cipreses alineados en fila en las laderas, rectos como soldados, serán un borrón gris que abruma. Sabe el ciclista que la épica es un invento de los periodistas para sentirse importantes, pero se agarra a ella con tanta fuerza como con la que Magni mordía su tubular para no deprimirse, para no sentirse simple mula laboriosa que se autotransporta por Italia hacia el sur, donde le espera el Montalbano y el San Baronto, que le gustaba a Gino Bartali, ciclista de hierro y toscano orgulloso. Mikel Landa, y su mirada apagada, ya fatalista, termina de desayunar y al aficionado que tras pedirle un selfi le pregunta cómo está le responde, levantando lo hombros, “no muy bien”.
Eusebio Unzue, su director, observa y, logrando no contaminarse por un ambiente que ha vivido millones de veces en sus 40 años de profesión, reflexiona optimista. “Que Landa perdiera tanto tiempo en ocho kilómetros con Roglic, más de un minuto, me hace pensar que no es cuestión de forma, pues entonces habría perdido mucho menos, teniendo en cuenta lo bien que estaba en el Acebo hace una semana, sino un asunto puntual, un mal día provocado por algún elemento que aún no sabemos. Por eso soy optimista, Landa no está mal, pese a lo que el tiempo pueda hacer pensar”, dice el jefe del Movistar. “Ay de aquellos que quieran perder la esperanza… dentro de tres o cuatro días se arrepentirán de ello. Nada está escrito”.
No llueve en Toscana, pero tampoco hay sol, que nadie echa de menos. Bajo el nublado, el líder Primoz Roglic se niega a obedecer a los viejos directores, que le piden que regale la maglia rosa a un fugado de segundo orden. “Al equipo le gusta llevar el liderato”, se justifica Roglic en un inglés que habla bajísimo, entre dientes. “Y a mí, al que en mi Eslovenia me llaman noro, que significa loco, me gustaría estar loco de rosa el mayor tiempo posible”. Solo cuatro campionissimos (Girardengo, Binda, Merckx y Bugno) han hecho el Giro de rosa de principio a fin. Al noro Roglic no le asusta esa lista. Bajo su guía, su equipo, el Jumbo, feroz de amarillo, controla la fuga inofensiva. La mantiene a distancia corta para que los equipos de sprinters no pierdan la esperanza y le releven a mitad de etapa. Todo muy canónico. Los fugados echan pestes y es imposible no mirarlos con simpatía. A Miguel Moreno, el viejo director de Córdoba, le gustaba lanzar en fuga a todos sus ciclistas, a los que llamaba torerillos. “Pero no a todos”, decía malicioso. “Solo a los malos. A los buenos hay que cuidarlos”.
Bajando Montalbano hacia Vinci, el pueblo de Leonardo, Nibali, un siciliano orgulloso crecido en Toscana, advierte a sus gregarios. “Poneros delante”, les dice. “Esto lo conozco bien. Estamos rodeados de olivos que dan un magnífico aceite y la carretera está medio húmeda, medio resbaladiza por el rastro de las labores”. Landa lo oye y sonríe. Se siente mejor. Nadie patina.
El sprint es tan loco como Roglic. Lo lanza un australiano diminuto, Ewan, un sprinter de bolsillo. Intenta superarle Gaviria, pero desiste y condena a Viviani, que quería aprovechar su rueda. Cuando el campeón de Italia se da cuenta de que la verdad está al otro lado de la carretera, es tarde. El campeón alemán, Pascal Ackermann, un gigante rubísimo, el nuevo Marcel Kittel, ya está levantando los brazos, vencedor, a los 25 años, del primer sprint en su primera gran vuelta.
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