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Champions League - cuartos - jornada 2Así fue
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El Liverpool saca el martillo para citarse con el Barcelona

La capacidad resolutiva del equipo inglés liquida el entusiasmo del Oporto

Fabinho, centrocampista del Liverpool, disputa la pelota a Marega, delantero del Oporto.
Fabinho, centrocampista del Liverpool, disputa la pelota a Marega, delantero del Oporto.Luis Vieira (AP)

Ganó con más capacidad resolutiva (1-4) que futbolística el Liverpool, que a veces cuando duda saca el martillo y acaba con los problemas. No es mala credencial para oponerse en semifinales a un Barcelona que le exigirá mucho más que el fogoso, apasionado y limitado Oporto. Llega un emparejamiento excitante, un choque de estilos entre los líderes de las dos mejores ligas europeas para litigar por un billete en la final de Madrid. Primero se cruzarán en el Camp Nou el 30 de abril o el 1 de mayo. Una semana después lo harán en Anfield.

Parecía previsible. El Oporto se había enfrentado siete veces al Liverpool y nunca le había ganado, jamás había remontado un dos a cero en contra el cuadro luso en Europa y tuvo cuatro oportunidades para hacerlo. Flotaba también el recuerdo del 0-5 de hace un año en una contienda entre ambos rivales también en feudo portista. Pero el Oporto es un equipo indómito que encarna el espíritu de una ciudad y un entorno que no sabe de rendiciones. Le sobra dignidad y la desparramó a borbotones sobre el césped para pasar por encima del Liverpool, al que pocos equipos le han metido mano en los últimos meses, más en todo caso en Europa, donde perdió en sus visitas a Estrella Roja, Nápoles y PSG, que en la Premier. Acostumbrado a atropellar a los rivales, el equipo de Klopp pareció anormalmente pasivo, aletargado ante un despliegue exuberante en la presión, en el ritmo de la pelota, en la capacidad para no dejarle maniobrar.

Corona abrió las hostilidades antes de que se cumpliese el primer minuto de juego con un remate que buscó y no encontró la escuadra. Fue como una llamada. Ante un estadio enfebrecido el Oporto se aprestó a la remontada, a hacer historia tal y como le pedía su afición. Pero la épica precisa un cierto talento. Y el Oporto, vibrante y entusiasta, llega hasta donde llega, por ejemplo hasta Marega, un delantero grandullón que en Anfield trajo por la calle de la amargura a los centrales del Liverpool en el galope, pero al que se le ve el cartón cuando debe manejarse en espacios más ceñidos. Marega fue aún así referencia para un equipo vertical que buscaba su aportación para trabajar de espaldas a portería y activar a los llegadores. Ahí siempre se mostró Corona, que jugó la primera parte por dentro con una movilidad complicada de detectar.

Pero el Liverpool sufrió sobre todo porque careció de recursos con el balón. Porque cuando lo recuperó fue incapaz de aliviarse con él, de ni siquiera gestionarlo para lanzar sus tan temidas transiciones. El Oporto le quitó la palabra, le dejó mudo durante el cuarto de partido. Hasta que de pronto fueron los lusos los que enmudecieron. Fue cosa del fútbol moderno, en el que la máquina va por delante del ojo. En una incursión eventual, una aislada excursión, el Liverpool llegó al área de Casillas sin aparente peligro. La acción se enmarañó y la culminó Salah con un pase que parecía no ir a ninguna parte y que Mané empujó, solitario, a la red. Tan adelantado pareció que ni él celebró el gol, ni sus compañeros esbozaron una protesta ni pareció que los rivales se preocupasen en exceso ante la situación. Pero el VAR ya estaba a toda máquina, trazó líneas y determinó que el delantero senegalés estaba en posición correcta. Gol. Con dos minutos de retraso, pero gol.

Y el tanto era casi la sentencia porque obligaba al Oporto a marcar cuatro goles para completar la remontada. Ese más difícil todavía llevó al desaliento sobre cualquier pirueta local. No acabó de concretar sus opciones el equipo de Sergio Conceiçao y cuando lo hizo ya era tarde, al menos para dar fe de su potencia en el juego aéreo y la estrategia. Por ahí vino un gol tras fenomenal testarazo de Eder Militão cuando ya Salah había puesto a los reds dos goles arriba. Ocurrió que al descanso rectificó Jürgen Klopp, retiró del campo a Origi y llamó al gran Roberto Firmino, al que había guardado de inicio. Con el brasileño llegó la pausa, empezó a circular la pelota, a forjarse esos dos pases previos decisivos para lanzar las transiciones que tanto le gustan al Liverpool. Al tiempo el Oporto bajó líneas, incapaz de encontrar aliento anímico y físico para sostener la presión sobre la pelota que le había sostenido para discutir la eliminatoria.

Con Firmino llegó el control y la carrera a un Liverpool más reconocible, que salió bien parado porque además le acompañó la fortuna en aquellos instantes que pudieron voltear lo previsible. Acabó con un sosiego que le animó incluso a dosificar esfuerzos y ni así logró ocultar su carácter contundente. Firmino y Van Dijk redondearon el marcador, cada integrante del lustroso tridente del Liverpool se fue con premio. Pareció excesivo castigo para el Oporto, inferior, pero desdichado.

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