Un Burgos de Primera
En ‘Benditos seáis’, Eduardo Munguía García comparte una crónica de los 16 años de Preciado al frente del club
Antes de la llegada de las sociedades anónimas deportivas, ser presidente de un equipo de fútbol era otra cosa. Para llegar al palco, había que ganar unas elecciones, lo que de alguna manera obligaba a tener un proyecto. Y también era necesario contar con la aprobación de las fuerzas vivas de la comunidad –políticas, empresariales, militares o eclesiásticas–, que ya se sabe que en el balompié da igual que se trate de un club o de una empresa: si la pelota da en el poste y sale, será necesario contar con algún apoyo que compense el cabreo del aficionado.
A José Luis Preciado Santamaría lo propusieron como presidente del Burgos Club de Fútbol tres cargos públicos: el alcalde de la ciudad, el gobernador civil y el presidente de la Diputación. Era 1958. Faltaba únicamente una aprobación: la del ejército, en el que servía como Capitán Interventor de Artillería, Ingenieros y Automovilismo.
Aquella autorización siguió la cadena de mando de la forma en que se le presupone a los militares, de tal manera que terminó hablando con el entonces ministro Antonio Barroso. La conversación fue muy futbolera: “¿Eres madridista o atlético?”, inquirió el mandatario, que añadió un consejo de visionario: “cuidado con la relación con la prensa, la radio y la televisión que ahora empieza”.
En Benditos seáis (Gran Vía), Eduardo Munguía García comparte una crónica de los 16 años de Preciado al frente del club burgalés. Una etapa dorada de la entidad, que alcanzaría la Primera División en 1971. Eran tiempos en los que los clubes aún tenían su sede social en un piso en el centro de las ciudades, y en los que el presidente conducía un coche para ir a fichar a un jugador o para comprar semillas para césped.
Antes de un partido decisivo, se podía llegar apenas media hora antes en taxis y los presidentes pedían en el descanso que se dejara el partido un poco abierto “para hacer mejor taquilla en la vuelta”. También fichaban a jugadores que harían historia, como Juanito. Y les daba igual que fueran otras directivas las que los disfrutaran.
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