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el juego inifinito
Columna
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Las termitas se comen a los leones

El Atlético fue más que la Juventus porque contaba la energía por encima de cualquier sutileza

Jorge Valdano
Cristiano Ronaldo intenta superar a Giménez y Saúl.
Cristiano Ronaldo intenta superar a Giménez y Saúl.Rubén Albarrán (PRESSINPHOTO/GTRES)

Juego de pícaros. Estamos perdiendo la pausa, el amague y, últimamente, también la picardía que en ningún ámbito tuvo más prestigio que en el fútbol. Hablo de sacar una falta rápido para sorprender a un equipo dormido o de aprovechar cualquier situación de debilidad para obtener ventaja psicológica… Los partidos de Champions de esta semana fueron tan intensos y formales que hay que dar por desaparecidas estas argucias callejeras que antes se llevaban al estadio. “No voy a mentir”, dijo Sergio Ramos antes de declararse voluntariamente culpable de provocar una tarjeta. “Será un partido aburrido para ver por televisión”, declaró Griezmann antes del Atlético-Juve. “Me gustaría que Mourinho y Guardiola volviesen a la Liga con sus polémicas”, dijo Tebas en alguna parte. Que el juego haya perdido viveza se puede entender. Pero muchachos, al menos sean vivos delante de un micrófono, porque si no van a terminar echándonos a todos.

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Waterloo en el Wanda. El Atlético-Juve fue un partido industrial donde sólo faltó que de las disputas saltaran chispas. Había en el campo talentos superiores como los de Ronaldo o Griezmann, pero hay partidos en los que las termitas pueden con los leones. El Atlético fue más, porque contaba la energía por encima de cualquier sutileza y, entre el Wanda que empujó hacia la euforia a sus jugadores y Simeone que bilardeó desde la banda para agregarle más huevos a la ecuación (incluso de manera gráfica), aquello era una caldera. Los jugadores fueron más fuertes que las desilusiones del VAR, que la mala suerte, que el agotamiento… Hasta los goles uruguayos de Giménez y Godín parecieron un acto de coherencia con el estilo. Difícil encontrar un equipo con más gusto por la entrega intimidante, por el cálculo adaptado a los distintos momentos y por lo heroico que este Atlético. Queda la vuelta en Turín. ¿Chispas? No, fuego de dragones.

Crack a medida. En una temporada, Sergio Canales maduró diez años. En todos los sentidos. Lo más visible es el nuevo cuerpo que se construyó, dotado de una potencia impensable hace apenas un año. Lo más sorprendente, el protagonismo que alcanzó su juego, como si también su personalidad hubiera pegado un giro rotundo. De esa cabeza era de esperar. Porque lo más extraordinario de Canales ha sido su resistencia a la frustración cuando las rodillas le estallaron tres veces. Durante esa larga travesía su fútbol pagó las consecuencias. Creo que los problemas futbolísticos se resuelven en el campo, no en un gimnasio, pero Canales me desmintió. Primero fortaleció su estructura muscular, y cuando su físico se llenó de confianza y de prestaciones nuevas, como esas conducciones imparables o su freno seco, su talento emergió como nunca. Aunque tenga un cuerpo de leñador, su fútbol será siempre el de un bailarín.

Un Parejo total. Dani Parejo sabe jugar al fútbol y no solo porque maneje la pelota con destreza, que también, sino porque tiene criterio para mover al equipo entero. Sacando el balón del fondo con una habilidad y sentido del riesgo que en un jugador menos dotado sería suicida; pasando por el medio del campo, donde se maneja con un mapa lleno de caminos horizontales para distraer y de atajos para sorprender; y apareciendo en los últimos treinta metros, donde clava pases como dardos. Eso es entender el juego, saber que cada zona tiene su propia complejidad y una manera distinta de afrontarla. La travesía de Parejo hasta esta plenitud llena de confianza y este reconocimiento popular con pocas excepciones, resultó larga y dura. Fue discutido, criticado, pitado. Pero sobrevivió. Hoy, su sabiduría futbolística está enriquecida por una personalidad sólida a la que le encaja como un guante la cinta de capitán.

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