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Los All Blacks sobreviven a la trampa inglesa

El ‘XV de la Rosa’ cuaja una media hora extraordinaria pero Nueva Zelanda remonta el 15-0 inicial y se impone en un agónico final (15-16)

Inglaterra-Nueva Zelanda en el estadio de Twickenham
Inglaterra-Nueva Zelanda en el estadio de TwickenhamShaun Botterill (Getty Images)

El silencio reverencial con que los japoneses presenciaron siete días atrás la ‘haka’ de los All Balcks no se repitió en Twickenham. La catedral inglesa, animada por su capitán, enfrentó la danza de guerra, con su Swing Low, Sweet Chariot. Símbolo inequívoco de la guerrilla que aguardaba a los neozelandeses. Su seleccionador, Steve Hansen, resumía en la previa su convivencia con la presión. Y que la diferencia entre ellos y el resto es que la costumbre de lidiar con ella cada segundo les aporta un rodaje del que el resto carece. Y así lograron este sábado remontar un partido agónico que Inglaterra, derrotada en 15 de sus últimos 16 envites con los All Blacks, tuvo en su mano y no supo rematar.

El arranque local fue portentoso. La patada inaugural de Owen Farrell, bien medida a la banda, fue indescifrable para Brodie Retallick. De su error al palmearla partió una melé muy bien gestionada por Ben Youngs, primero con unas rápidas ráfagas para sus delanteros y después con un preciso pase al ala derecha que Chris Ashton, titular cuatro años después, aprovechó pasa posar junto a la esquina. Sin tiempo para respirar, los All Blacks estuvieron muy cerca de conceder otro ensayo en una patada a seguir de May. Resistiría la zaga, que metió el balón en su propia zona de marca para evitar el ensayo. Y la consiguiente melé inglesa colapsó.

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El cielo no escampó parra los neozelandeses, que concederían otros tres puntos tras un mal saque de touch que canjeó Farrell con un drop. El juego al pie era la gran herramienta del XV de la Rosa y 10 lo ejecutó a la perfección, apoyado por su 9, un Youngs en el que se centraban los focos. La estrategia inglesa partía por ralentizar el partido con sus patadas. Y la precisión debía ser absoluta. La altura y fuerza justas para que llegase un compañero a interceptar al receptor rival. Cualquier metro de más era una invitación a un contragolpe letal.

La estrategia inglesa la completaron sus esforzados delanteros, muy ágiles en el complemento al juego aéreo. Mención especial merece el tercera Sam Underhill, todo un jabato en una lectura notable tras otra. Su listado inagotable de placajes servía a sus compañeros para ganar metros y contenía al genio Beauden Barrett. Cuando los ingleses armaron su maul y llevaron la plataforma, irreductible, hasta la zona de marca, Twickenham estalló. No es habitual ver a los All Blacks tan desnortados (15-0, minuto 25).

Los neozelandeses retornaron al partido con las diabluras de Damian McKenzie, tan talentoso que suple su falta de centímetros para el prototípico zaguero. Barrett, encajando golpes, fue entrando en juego y llegaría la decisión de gallardía de los All Blacks. Rechazaron una patada centrada para abrir el marcador, pidieron una melé y, con las camisetas blancas apiladas en su última guarnición, McKenzie ensayó fugaz. Impecable hasta entonces, Farrell mandó fuera la patada de saque y dio al rival la opción de volver a anotar en el tiempo añadido. Tras 38 minutos sin puntos, los visitantes se iban con 10 en un suspiro.

El partido había cambiado y los neozelandeses, sin la frescura de otros días –llevaban 12 partidos seguidos anotando cuatro ensayos– encontraron otra forma de ganar. Retallick se adueñó de las trincheras con una segunda parte colosal, placando sin titubeos y robando tres saques de touch a los ingleses en situaciones decisivas. Barrett canjeó dos tiros a palos y un drop y, a segundos de la hora de juego, los All Blacks ya mandaban en el marcador.

Todo ello para lamento de los ingleses. Con Hartley sustituido en el descanso, Farrell asumió la capitanía y decidió por dos veces no tirar a palos en dos golpes de castigo propicios. Ante cualquier otro rival y con 15-13 a favor, habrían valido tres puntos. Pero la tradición dice que a los All Blacks –anotan 41.6 puntos por partido desde 2011- hay que ganarles con ensayos. Aun así, murieron en campo rival. Y el partido se decidió en dos detalles que bien pudieron caer de su lado.

El bravo Underhill soñó unos segundos con la instantánea de su vida después de recoger un balón suelto y ganar el esprín a Barrett en lo que era el ensayo de la victoria. Se hizo el silencio en Twickenham mientras el TMO –el primer antecesor del VAR– decidía si Lawes estaba en fuera de juego cuando bloqueó la patada anterior. La decisión, milimétrica, no sonrió a los ingleses y el público pitó indignado tras el desenlace. No fue la última palabra de los locales, que se ganaron una última embestida. Buscaron con ahínco el golpe de castigo que habría volteado el marcador, pero el árbitro no levantó el brazo y se precipitaron palmeando un balón que debió volver al apertura. En la guerrilla, la calma fue neozelandesa.

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