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EL JUEGO INFINITO
Columna
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El amuleto de Vinicius

Siempre encontramos el nombre de un jugador para hacerse cargo de la suerte. La mala suerte, en cambio, tiene nombre de entrenador: Lopetegui, sin ir más lejos

Vinicius, contra el Valladolid.
Vinicius, contra el Valladolid.Rubén Albarrán (GTRES)
Jorge Valdano

El mejor jugador

La suerte es el jugador más desequilibrante que tiene el fútbol y provoca equívocos disparatados. Hay jugadores que ganan la lotería y creen que es por méritos propios. Vinicius, por ejemplo, enganchó un tiro frente al Valladolid que iba directamente a la torre Europa, que está cruzando la Castellana, pero después de pegar en un defensor, el tiro al aire dio en la diana. ¡Gol! Lo gritó como si fuera un prodigio suyo y no de la casualidad, y contagió a la afición, que tiene muchas ganas de creer en algo. A esas alturas, Vinicius era un amuleto, esa fuerza espiritual que llega donde no llega el juego. Siempre encontramos el nombre de un jugador para hacerse cargo de la suerte. La mala suerte, en cambio, tiene nombre de entrenador: Lopetegui, sin ir más lejos.

Fichaje anormal

El mérito está en el juego, no en el resultado. La Juve pasó por encima del Manchester y, sin embargo, perdió. La Juve, que gobierna el Scudetto desde hace siete temporadas con mano de hierro, tiene una idea fija: Europa. No se ficha a un general como Cristiano para conquistar tierra conquistada. Un esfuerzo económico de esa magnitud por un jugador de 33 años declara la intención de apuntar los cañones a la Champions de inmediato. Cristiano no tiene tiempo para tomárselo con calma y nunca se caracterizó por su paciencia. Lo suyo no solo es gol, se trata de un jugador que tiene en su poder el alma de la gente. Su sola presencia genera un clima de ambición que pone al club entero en otra dimensión. Toda esa demanda cae sobre sus hombros, lo que a cualquier tipo normal le produciría espanto. ¿Pero a quién se le ocurriría pensar, a estas alturas, que Cristiano es normal?

¿Quién perderá?

Argentina es un país colapsado por un Boca-River sin precedentes. Por primera vez juegan una final de Copa Libertadores y, hasta que se defina, todo lo demás puede esperar. Parafraseando a Marechal en Megáfono y la guerra, "Habrá en las tribunas una tensión indefinible, como la de la atmósfera un minuto antes del huracán". Un millón de personas pagarían la entrada si fuera posible. Las palabras se terminaron. No se pueden decir cosas más exageradas. En cuanto a las emociones, si pudiesen medirse romperían cualquier sismógrafo. Los psicólogos intentan aliviar la tensión de los futbolistas, los hinchas no duermen, los cardiólogos dan consejos… Lo deprimente es que esa descomunal energía tiene poca entidad ética. Se trata de no perder antes que de ganar porque, desde hace tiempo, en el fútbol argentino la humillación del rival es más importante que la satisfacción propia. Dicho lo cual, no veo la hora de que empiece... A ver si pierden los dos, que yo soy del Racing.

 ¿Fútbol o equipo?

Ya que estamos, ¿usted a quién quiere más, al fútbol o a su equipo? No es lo mismo. Es como la diferencia entre amar a la humanidad o amar a la patria. Hay más patriotas que filántropos, porque necesitamos acotar para identificarnos y porque las emociones cada vez mandan más. En Argentina, el amor a los equipos ha puesto al juego en un lugar secundario. Los jugadores duran poco, los directivos no tienen credibilidad, los estadios son decadentes… Quedan las hinchadas, que defienden la identidad de los clubes con amor y violencia. Ellos le piden a los jugadores muestras de lealtad que pasan más por el coraje que por el talento, y eso ha condicionado al fútbol formativo y al profesional. Para hacerlo más gráfico: ¿pelota o escudo? La pelota quiere jugar, el escudo solo quiere ganar.

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