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El juego infinito
Columna
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La mesa de Asensio

Para que el jugador del Madrid sea crack, está faltando una cosa: que se sienta crack

Jorge Valdano
Marco Asensio, ante la Roma.
Marco Asensio, ante la Roma.Rodrigo Jiménez (EFE)

Luces de Champions

La Champions no hace más que crecer. Luces de neón para iluminar el torneo millonario y glamuroso desde el que los grandes clubes y los grandes jugadores buscan gloria y dinero. No quisiera arruinar la fiesta, pero esta competición provocará todas las injusticias que vienen de la mano de la globalización: unos pocos ricos visibles y muchos pobres invisibles. Porque, tarde o temprano, la Champions se apoderará de los fines de semana, condenando a los miércoles las Ligas nacionales. Imaginen las devastadoras consecuencias económicas. Este año, el campeón puede llevarse una cifra cercana a los 130 millones de euros, más del doble que el presupuesto del 70% de los clubes de LaLiga. Mientras las luces nos encandilan, el fútbol se despopulariza.

Marchando una dosis de ego

El futbolista vive de un juego, lo que le da el privilegio de prolongar la infancia. Pero como el fútbol es cosa de adultos, odio los comportamientos aniñados. Es mentira que los fenómenos traigan todo desde la cuna; el aprendizaje es fundamental. Me fascina Mbappé y esa superioridad que le permite llegar a los balones que estoy seguro que no puede alcanzar. A máxima velocidad, sus neuronas se ponen de acuerdo para amagar, frenar y hacer obedecer al balón. Pero se equivoca queriendo demostrar, en cada jugada, que es distinto del resto. Toca más veces la pelota con el tacón que con el interior del pie, levanta los brazos reclamando el balón como si sus compañeros fueran empleados suyos y tira caños al borde de su propia área. Lo hizo en el minuto 92 frente al Liverpool, perdió el balón y al PSG le costó el partido. Puede pasar. Como está en edad de aprender, yo le aconsejaría que imitara la sobriedad de Messi, que potencia su genialidad, y no la frivolidad de Neymar, cada día más lejos de alcanzar a Messi.

El juego de las sillas

A Griezmann le atacó el virus de Mbappé (¿ataca a los campeones del mundo?) pero los síntomas los manifiesta solo fuera del campo. Se trata de uno de los jugadores más inteligentes y dotados del momento. Esta semana le contó al diario AS que ya puede sentarse a la mesa de Messi y Cristiano. Pero hay un problema: nadie lo invitó. Los que se encargan del protocolo a la hora de sentar en las distintas mesas, son cientos de millones de aficionados. Da igual que sepan o no de fútbol, porque para descubrir a los “fuera de serie” sirve cualquier nivel de conocimiento. Griezmann es grande, pero que no se engañe: en la mesa de Cristiano y Messi aún no hay espacio para más sillas.

De nacer ‘crack’ a ser ‘crack’

Como me encanta contradecirme, este artículo pretende agrandar a Asensio, jugador de una pureza técnica maravillosa que le agrega peligro a cada balón que toca. Lo controla como quien aplasta una mosca contra el cristal, parece más rápido con el balón en los pies que sin él, sus centros son tensos y buscan una cabeza en particular, y sus tiros son misiles inteligentes que piensan antes que el portero. Los entrenadores le ponen de titular, los periodistas le elogian y los aficionados desean que le llegue el balón, acto de confianza por excelencia. Para que sea crack, está faltando una cosa: que se sienta crack. Que se sacuda la timidez de actor secundario y tome el mando. Un jugador de su categoría no está ahí para jugar un partido, sino para ganarlo. Y luego que se vaya a casa tan tranquilamente, que sus admiradores ya encontraremos una mesa donde sentarlo.

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