España, del blanco al negro y viceversa
Un triunfo de prestigio, como el conseguido ante Inglaterra, ha bastado para volver a disparar la euforia que La Roja se había dejado en el Mundial
No hay término medio cuando de la selección se trata. Ni grises que atenúen un fracaso u oscurezcan un éxito. Todo es blanco o negro, sin más. Llegó España al pasado Mundial tras una exitosa, como casi todas, fase de clasificación, en la que La Roja dejó en el camino a un rival de tanta enjundia como Italia. Hubo un partido de preparación en el que España dio un histórico meneo a Argentina (6-1), lo que llevó a muchos a colgar el papel de favorito (con lo que pesa) al equipo nacional. Todo fueron loas y bienaventuranzas tras semejante hemorragia goleadora ante un rival que se presentó en escena sin Messi, detalle no precisamente menor. Dio igual. Iba a llegar España a la gloria y no pasó de la glorieta. Porque una vez en tierras rusas se produjo el súbito y fulminante despido del seleccionador que hasta allí había llevado al equipo, Julen Lopetegui. A raíz de aquel episodio, los ánimos comenzaron a menguar. Y acabaron tan menguados como encendidos tras los cuatro partidos que duró en el torneo La Roja, ya dirigida por un Fernando Hierro al que superó el papel de bombero.
El último partido en Rusia, ante el anfitrión, no solo despidió a España del Mundial en los penaltis sino que dejó al descubierto las carencias de la antaño exitosa selección. Mucho gol nunca tuvo el equipo, vaya por delante. Y baste recordar, aunque no guste, que España ostenta el récord de ser el campeón mundial que menos goles ha necesitado marcar para lograr tamaño triunfo (ocho en los siete partidos jugados en Sudáfrica 2010). Pero estábamos en aquel partido en Moscú de infausto recuerdo, en el que el grupo de Hierro batió una plusmarca de dudoso mérito, la de pases realizados: 1.114 fueron, según aseguran quienes se dedican a contar este tipo de cosas, que ya hay que tener ojo y ganas, con el magro resultado de un gol a favor.
Pero se acabó el Mundial y la federación decidió darle el mando de la selección a Luis Enrique Martínez, un señor que en los tres años que dirigió al Barça conquistó una Copa de Europa, dos Ligas y tres Copas del Rey, palmarés que entre los entrenadores españoles en activo solo supera Pep Guardiola. Los números, pues, justificaban de largo la contratación de Luis Enrique. Pero no fueron pocas las voces que con mayor o menor virulencia criticaron el nombramiento. Lo hicieron con un argumento cuya pobreza no podía sino provocar hilaridad: el difícil carácter del técnico asturiano.
No es Luis Enrique la alegría de la huerta, cierto. Ni falta que le hace. Pregunten al aficionado del Barça qué le parece la hosquedad del técnico que llevó al club a ganar un colosal triplete, Champions incluida, en el año 2015. ¡Viva la hosquedad!, bien podría responder el hincha consultado. Para ser sinceros, ese temperamento molesta más al periodismo y cercanías que al aficionado de a pie que, en el caso del culé, disfrutó tanto del fútbol del Barça como de su cuenta de resultados.
En estas que Luis Enrique y su difícil carácter dieron la primera lista de convocados. En ella no estaba Jordi Alba, lo que provocó un amago de incendio. A este que escribe le parece que no hay razón alguna de carácter deportivo para dejar fuera al lateral del Barça. Como no la hubo en otros tiempos cuando jugadores de enorme categoría mundial fueron borrados, por más que algunos aprovecharan los posteriores éxitos del equipo para convertir a los olvidados en proscritos, sobre todo si se llamaban Raúl.
El caso es que debutó Luis Enrique y España logró un triunfo de enorme mérito en Wembley ante Inglaterra (1-2). Fue una victoria de prestigio, de las que dejan huella, en un estadio en el que los ingleses no perdían un partido oficial desde hace 11 años. Pero fue solo eso, una victoria, suficiente por lo visto para que las campanas que hace unos meses tocaban a difuntos hoy llamen a la verbena y la zapatiesta, en las que, ténganlo por seguro, no van a encontrar a Luis Enrique.
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