Lo que el VAR te da, el VAR te lo quita
El Alavés remonta al Espanyol en cinco minutos después de que los árbitros anularan un gol de Sergio García
Jorge Luis Borges dijo una vez que muchas personas habían analizado el Ulises de James Joyce, aunque dudaba de que muchos de ellos lo hubieran conseguido leer entero. El indescifrable libro que se editó por primera vez en la encantadora librería Shakespeare and Company, que se ha convertido en lugar de peregrinación en la Rive Gauche parisina, casi enfrente de Notre Dame, es una obra maestra de la literatura, todo lo contrario del Alavés-Espanyol que se celebró en Mendizorroza –cinco años más joven que la librería de la calle de la Boûcherie–, y que no pasará a la historia del fútbol, aunque fuera casi tan indescifrable como el Ulises.
Tanto que, a la media hora de juego, daban ganas de abandonar la lectura del partido por incomprensible. Ni el Alavés ni el Espanyol sabían lo que debían hacer con la pelota. No acertaban a interpretar el guion, ni a dar un paso adelante en busca del triunfo. Ambos equipos parecían esperar a que fuera el otro quien cometiera un error. Y pasó eso, claro.
Tuvo que ser el VAR el que impulsó el partido. Después de no actuar de oficio en una acción de Rubén Sobrino en el área del Espanyol, que podía interpretarse de varias maneras, sí lo hizo en un evidente derribo de Laguardia a David López en la disputa de un córner. Después de varios minutos de duda, Iglesias Villanueva se acercó al monitor, observó la acción y señaló el punto de penalti.
El campo se convirtió en un volcán. Posiblemente, nadie cuestionaba la falta, pero sí que la jugada se produjo tras un córner que no lo pareció. Leo Baptistao adelantó a su equipo y el Alavés acusó el golpe. Entre pitos y flautas, la primera parte duró 53 minutos, porque al VAR y una pausa para hidratación, se sumó el riego automático del campo, que saltó cuando aún se jugaba. El equipo que dirige Abelardo llegó sin más heridas al descanso. El partido seguía tan complicado de leer como el Ulises.
Y para el Alavés lo siguió siendo a la vuelta, pero lo que el VAR le quitó en el penalti, se lo dio en un segundo gol del Espanyol marcado por Sergio García. Los jugadores lo celebraron, los alavesistas lo lamentaron, los aficionados lo maldijeron y el árbitro lo anuló cuando la pelota ya estaba en el centro del campo para la reanudación del partido. Las imágenes desvelaron la posición de Borja Iglesias, pegado a Pacheco y tapándole la visión. En fuera de juego.
Al Espanyol se le apagó entonces la luz con la que trataba de leer el partido. De repente pasó la página y se encontró como si tratara de desentrañar el capítulo 18 del libro de Joyce, escrito sin signos de puntuación, ahogándose en cada frase; en cada jugada del Alavés, que sin demasiados argumentos para desenredar el partido, se encontró con un saque de banda que Roca peinó hacia su portería y Borja Bastón empujó de cabeza para empatar. Y con una contra comenzada por el robo de Manu tras un córner, el pase de Wakaso, siempre intenso, a la carrera de Jony, que recorrió 70 metros para tocar hacia Sobrino, que hizo el segundo.
Atónitos, los barceloneses veían como en cinco minutos de lucidez, el Alavés resolvía el partido. Lo que quedaba fue un quiero y no puedo del Espanyol. Ya no hubo VAR, ni riego automático, ni más apuro para el Alavés que en los saques de esquina. Concedió doce por ninguno a favor, pero en ese escenario se sentía cómodo. Tal vez no fue capaz de leerse el libro entero, pero lo supo analizar a su manera.
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