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Rodrigo se libera y vuela

El delantero del Valencia supera unos inicios muy difíciles en Mestalla y explota como un goleador completo que atrae el interés de clubes como el Real Madrid

Rodrigo marca el gol del empate del Valencia ante el Atlético, el lunes en Mestalla.
Rodrigo marca el gol del empate del Valencia ante el Atlético, el lunes en Mestalla.David Ramos (Getty Images)

En ese conglomerado de muros de granito y alambradas de espino en el que ha convertido Marcelino al Valencia, Rodrigo Moreno (Río de Janeiro, 27 años) es la bayoneta calada cuando el equipo se despliega. El finalizador, el gol. Hay mucho de aporte personal del técnico en el jugador, uno de sus alumnos más aplicados. Y mucho empeño del futbolista, que ha espantado su leyenda negra de goleador negado protegido por el agente Jorge Mendes. Hoy Rodrigo no solo es la mejor referencia ofensiva del Valencia, sino un delantero por el que clubes como el Real Madrid, con los buenos informes de Julen Lopetegui sobre la mesa —le convocó para el Mundial de Rusia—, preguntan precio: su cláusula es de 120 millones, aunque la mala situación económica del Valencia podría contribuir a su salida en este mercado de verano.

En la parodia en la que se convirtió el vestuario del Valencia en los primeros años de Peter Lim, Rodrigo era de los jugadores más profesionales, probablemente el más perseverante. Tan educado y respetuoso que no abría la boca para protestar cuando Nuno Espírito Santo, el primer entrenador que se instaló en el club sin más currículo que el de ser amigo de Mendes, le orilló a la banda. Allí explotó su velocidad, pero lejos del área su influencia era nula.

Rodrigo había llegado en 2014 en una doble operación de Mendes con el Benfica, la primera de muchas que realizó el superagente entre el Valencia y el equipo portugués, por la que el Valencia pagó 45 millones de euros por el hispanobrasileño y por André Gomes. En 30 millones se cifró el traspaso de Rodrigo y en 15 el de Gomes. Ambos venían de ser subcampeones de la Liga Europa tras perder contra el Sevilla.

Los primeros años fueron de plomo. El jugador, pese a su inanición goleadora, jugaba mucho, siempre protegido por el manto de Mendes , y la grada de Mestalla, fiel y pasional pero al mismo tiempo voraz y exigente con el error, convirtió a Rodrigo en la diana permanente de sus críticas. En el día a día era el mejor pero el domingo era uno del montón. Un jugador de entrenamientos en un momento en el que el equipo demandaba jugadores resolutivos. En un tiempo de esquizofrenia, heredero del proceso de venta del club y de la decepción por la nefasta gestión de los primeros años de la empresa Meriton, al jugador se le colgó del cuello el cartelito de “juega porque es de Mendes”. A Rodrigo le afectó. Eso y la millonada que se pagó por él.

Perseverancia y carácter

El de Río no encontró respuesta a sus dificultades, entre otras cosas por su perfil, altamente responsable, que le pasaba factura, y entró en un bucle de bajo rendimiento. Dos lesiones, una rotura de ligamentos en la rodilla izquierda en 2015, y una fractura del tobillo derecho en 2017, se sumaron a sus desdichas.

Se marchó Nuno, tras una segunda temporada donde el equipo enfiló el camino a la perdición. Llegaron los años negros de Gary Neville, Ayestarán y Prandelli, con Voro entre medias, abandonando su papel de delegado y ejerciendo de brigadista antiincendios. Rodrigo, mientras, seguía jugando. Jugó con Nuno, con Neville, con Ayestarán, con Prandelli y con Voro. Con estos dos últimos empezó a brotar aunque su contribución ante la portería contraria era minúscula. Ante el chaparrón se podía haber refugiado en una salida a un club con un entorno de menor presión, pero prefirió quedarse y perseveró en superar su dificultad.

Tenía talento pero llegó a un club volcánico con 23 años. Acumular minutos con todos los entrenadores no era casualidad. Rodrigo entrenaba como el mejor, era muy receptivo y su predisposición al trabajo era total. Todo cambió con Marcelino, quien le ayudó a gestionar la mochila de la exigencia. Fueron muchas las ayudas en el club y hoy levanta troncos. Es un referente de consenso y ejerce de líder y capitán.

Marcelino lo sacó de la banda y lo puso de segundo delantero con libertad de movimientos. La confianza del técnico y su consabida predisposición al trabajo encendieron la chispa y Rodrigo empezó a hacer goles. Su velocidad, su dinamismo, sus caídas a banda, su pasito atrás para ayudar en la salida de balón, su capacidad asociativa, su juego al primer toque y su sensacional desmarque de ruptura lo llevaron a la portería contraria, con la diferencia respecto a otros cursos de que convertía un alto porcentaje de ocasiones. Tras hacer 18 goles en las tres campañas anteriores, el curso pasado marcó 19 entre Liga y Copa. Había mutado en un futbolista completo: el goleador de entrenamiento y el goleador de partido. Quien lo conoce cuenta que sin su carácter responsable y su capacidad de trabajo no lo hubiera conseguido pese a que sus habilidades eran innatas.

Hoy, en el debate abierto sobre la necesidad de refuerzos en el Real Madrid, se asocia su figura a la de Lopetegui. En la planta noble del Valencia intuyen que puede haber telefonazo para pedir precio si el técnico vasco impone su fichaje por encima de otros candidatos con más glamour. Pero están preparados para fijar unas condiciones de salida muy duras. “Rodrigo vale 120 millones de euros”, repiten. Y ya se sabe que en Mestalla el Madrid es el mayor enemigo. La grada no entendería que se fijara un precio menor por un jugador que vuela ya muy alto.

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