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El Tour que pasa de padres a hijos

Los ex Jeff Bernard, Erik Zabel e Yvon Ledanois siguen de cerca la carrera de sus hijos, debutantes en la ‘grande boucle’

Carlos Arribas
Rick Zabel intenta recuperarse nada más terminar la etapa de La Rosière.
Rick Zabel intenta recuperarse nada más terminar la etapa de La Rosière.MARCO BERTORELLO (AFP)

Pasados los Alpes, mientras los equipos de socorro hacen recuento –13 bajas entre heridos y agotados en la primera travesía montañosa del Tour: no quedan sprinters más que Peter Sagan, que todo lo resiste, y dos o tres secundarios--, los padres buscan en las hojas de las clasificaciones a sus hijos que pedalean, les esperan en meta, les dan dos besos y les dicen que no se caigan.

La rutina se le acabó pronto a Erik Zabel, el sprinter alemán que ganó tantos maillots verdes que todo el mundo comprobaba julio tras julio cuánto crecía su hijo Rick, con quien celebraba en el podio de los Campos Elíseos sus consagraciones. Lo hizo desde 1996, cuando el niño tenía dos años, hasta 2001, cuando ya no tenía fuerzas para subírsele a hombros al chaval y su pelo verde. En 2018, el año de su primer Tour como ciclista del Katusha, Erik, que trabaja para la marca de bicicletas Canyon, no verá a Rick en París. Su hijo, sprinter como su padre, pero no tan bueno, es una de las víctimas de los Alpes. Se salvó por los pelos del fuera de control el miércoles, pero el jueves no llegó a Alpe d’Huez.

La reproducción no cesa. El Tour es un asunto que pasa de padres a hijos como quería el padre de Jean François Bernard que ocurriera con su carnicería. Y Jean François, o Jeff, como le llama todo el mundo, soñaba también con leer por las mañanas un cartel bien grande, “Boucherie Bernard père et fils”, pero solo llegó a ciclista. Todo el mundo le admiró un día de calor abrasante de 1987 en las laderas del Ventoux cuando ganó la cronoescalada con el maillot mondriánico de La Vie Claire abierto hasta el ombligo, y él, desde aquel día enfermaba los días de contrarreloj, como enferma un escritor ante la hoja en blanco y se paraliza. Al primer presunto heredero de Bernard Hinault que el ciclismo francés había intentado destrozar le salvaron el Banesto y José Miguel Echavarri, que le comprendían, y el trabajo para Miguel Indurain, donde se diluía, y llegaba tranquilo a la París-Niza, que ganó. No quería que su hijo Julien, nacido en 1992, en sus tiempos del Banesto, fuera ciclista, pero al chaval le aburría el fútbol y acabó dando pedales. “Pero como ciclista ha salido a su madre, mucho más tranquila que yo, menos competitiva”, dice Jeff, que sigue el Tour todos los días como comentarista de la emisora de radio France Info. “Yo me encendía, tan fogoso. Él corre para divertirse, no para ganar”. Julien Bernard, el hijo, debuta en el Tour con el Trek, donde disfruta del altruismo. “No soy lo bastante bueno para destacar ni tan malo como para ser anónimo”, dice. “Pero nunca miro mi puesto en la clasificación general, no me interesa, solo el de mi jefe, Mollema, y los 20 primeros”.

Julien Bernard marcha 40º, lo que no le interesa, repite, ni tampoco saber que marcha muy por delante del tercer hijo de del Tour. Se trata de Kevin Ledanois, 126º, también debutante y también nacido en los primeros años 90, y corre, además, en el equipo que dirige su padre, Yvon, el Fortuneo. Si ni Rick Zabel ni Julien Bernard aspiran a alcanzar la fama y las victorias de sus padres, Yvon sueña con que su hijo supere sus propios logros, los de un ciclista modesto. Y el chico, al que mima el padre y cuida y mide los progresos sin forzarle, ya fue campeón del mundo amateur en 2015. En su primer Tour, padre e hijo están más que unidos por otra fuerza, el amor a la madre, enferma en un hospital. “El primer día, Kevin se escapó y me dijo: ‘Papá, voy a ganar el primer maillot de la montaña para darle una alegría a mamá”, cuenta Yvon, emocionado. “Y así lo hizo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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