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ALIENACIÓN INDEBIDA
Columna
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El Barça es una serie de David Lynch

En el caso Abidal, está en juego la honorabilidad del exjugador, del actual presidente Josep María Bartomeu y del propio Fútbol Club Barcelona

Eric Abidal muestra una camiseta de agradecimiento a su primo, donante en su trasplante, tras un partido de liga en 2013.Foto: atlas | Vídeo: TONI ALBIR (EFE) / ATLAS
Rafa Cabeleira

Hace tiempo que los aficionados del Barça vivimos en una serie de televisión escrita y dirigida por David Lynch, no cabe otra explicación. El club se ha convertido en una factoría de tramas en las que el surrealismo parece el único hilo conductor de la actualidad y cada noticia apela directamente a nuestra casi nula capacidad de sorpresa. Hace unos meses, empujado por el estreno de la segunda parte de Twin Peaks, me obligué a revisar la primera entrega. Guardaba de ella un regusto extraño, pues apenas recordaba mucho más que el nombre de unos cuantos personajes y la sensación de no haber comprendido nada. Como me esperaba, el segundo visionado resultó una total pérdida de tiempo por lo que, a día de hoy, no tendría el mayor reparo en aceptar que a Laura Palmer la asesinó Jasper Cillessen.

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El último incidente, sin embargo, supera con creces cualquier límite de tolerancia jamás alcanzado. No solo se trata de conocer la verdad sobre la supuesta compra ilegal de un órgano humano, extremo que parece altamente improbable a tenor de los estrictos protocolos que supervisan las donaciones y trasplantes de órganos en nuestro país, sino de depurar cualquier tipo de responsabilidad que pueda extraerse de las conversaciones publicadas este miércoles por El Confidencial. Está en juego la honorabilidad de Eric Abidal, del actual presidente Josep María Bartomeu y del propio Fútbol Club Barcelona. También la de aquellos socios y aficionados que hoy no pueden menos que sentirse avergonzados por el contenido de dichas conversaciones.

“Un grandísimo hijo de puta”, dice Sandro Rosell al tal Juanjo, un empleado del club al que cualquier culé medio informado es capaz de intuir el apellido. Es cierto que parece necesario comprender el contexto en el que, expresidente y antiguo subordinado, se refieren al actual secretario técnico del club en términos tan despreciables. Y sin embargo, se me antoja imposible encontrar uno que no implique la más absoluta repulsa por parte de todo el barcelonismo —incluida la junta directiva— hacia los protagonistas de tan mugriento intercambio de palabras.

“Hoy tenéis delante de vosotros a un hombre profundamente feliz, que desde bien pequeño, impulsado por el barcelonismo de su padre, empezó en el Camp Nou recogiendo balones y hoy recoge el máximo honor que puede alcanzar todo culé: ser presidente del Barça. No os fallaré", prometía Rosell en su primer discurso al frente de la entidad. Sus palabras resuenan hoy con la negligencia de las grandes farsas, acorralado por unas transcripciones que solo denotan arrogancia y estulticia; provocan incluso cierto dolor al comprobar hasta qué punto es capaz de envilecerse la naturaleza humana.

La pelota se encuentra en el tejado de Josep Maria Bartomeu y demás miembros de una junta directiva, como decía, que no pueden pasar por alto la simple literalidad de las transcripciones publicadas. Ellos promovieron y redactaron un código ético que los obliga a actuar con toda la firmeza posible en defensa del buen nombre del club y, por supuesto, de un mito intachable como Eric Abidal. No es momento de disparar al pianista ni de consentir que las palabras se las lleve el viento, al menos no estas palabras.

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