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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se empieza agarrando del cuello a Modric…

Fue a partir de la barriobajera acción de Jordi Alba cuando el clásico se empocilgó sin remedio

En vídeo, declaraciones de Nacho, Marcelo y Sergoi Ramos, jugadores del Real Madrid.Foto: atlas

Preguntado tras el clásico Ernesto Valverde, ese hombre prudente, respetuoso y educado que con tanto acierto dirige al Barça, sobre qué hubiera ocurrido en el partido si el VAR (vídeo de asistencia arbitral) se aplicara en la Liga española, contestó: “Que aún seguiríamos jugando”. Luego matizó que era broma, pero no hay matiz que valga. Si existiera el VAR, mientras usted lee estas líneas el partido se seguiría disputando. Se decía que este era un clásico descafeinado y acabó siendo un clásico con mucha mala leche. Ya el lector, observador como es, ha tenido tiempo de ver y juzgar todas y cada una de las jugadas conflictivas. Y seguro que ha acudido a este o aquel medio de comunicación en busca de un juicio ponderado. O, en su defecto, en busca de una portada ulcerosa que titulara “El robo del siglo”. Que las hay, oiga, pero solo cuando el (supuesto) error va en una dirección. Si va en la otra no hay robos del siglo sino jugadas dudosas.

El clásico del domingo no servía para nada, se decía, hasta el punto de que en los días previos no se hablaba más que de ese pasillo que el Madrid no iba a hacer al Barça como vigente campeón de Liga, un tema apasionante, sin duda. Tan apasionante como aquel pasillo que no hizo el Barça al Madrid en agosto cuando este era el vigente campeón de la Supercopa de Europa. Así que mientras perdíamos el tiempo en sandeces de este jaez, el partido echó a rodar. Y al cuarto de hora ya teníamos dos goles, uno por equipo, que llegaron en un par de fantásticas jugadas.

Hasta ahí todo transcurría en paz y (más o menos) armonía. Pero a la media hora ocurrió un hecho que en opinión de quien esto escribe marcó el partido. Vean la imagen que acompaña estas líneas. Cuesta imaginar qué puede empujar a un futbolista a agarrar a Modric del cuello. Como costaría imaginarlo si se tratara de Iniesta. A partir de tan cutre acción de Jordi Alba, resuelta por el árbitro con una regañina a ambos jugadores, a Modric quizá por dejarse agarrar, el partido se empocilgó sin remedio. Ramos y Suárez se encararon de mala manera, Messi hizo una dura entrada al capitán madridista, Bale perdió la cabeza, moño incluido, y pateó a Umtiti sin que hubiera tarjeta alguna; sí la hubo, roja, para Sergi Roberto por darle en los morros a Marcelo, Piqué aplaudió al árbitro porque ya se sabe que Piqué es muy de la guasa… Nadie, absolutamente nadie, ayudó al colegiado. Y el que menos, aunque cueste creerlo, Messi, que según desveló la cadena Ser se dirigió a Hernández Hernández en el túnel de vestuarios diciéndole en reiteradas ocasiones: “¡Te cagás, te cagás, siempre estáis igual". Vistos los hechos, no le faltaba razón a Messi, pues solo un repentino e incontrolable apretón pudo ser la causa de que el árbitro no le expulsara. A partir de ahí, lo ya sabido: Suárez hizo “un poco de falta” a Varane antes del segundo gol del Barça y el árbitro, en versión del periódico cuya portada suele adornar la palabra robo, “pudo” pitar penalti de Jordi Alba a Marcelo. Y está bien traído el verbo, porque poder, lo que se dice poder, pudo.

Hay quien asegura que nada de esto hubiera sucedido con el VAR. Falso. Para empezar porque habría que preguntarse: ¿qué arbitra el VAR? Porque si lo arbitra todo, no es descabellado pensar que Luis Suárez fuera expulsado en casi todos los partidos, y el casi va referido a los que no juega. ¿Qué hubiera pasado con el VAR en el clásico? Que el partido aún se estaría jugando, que Bale hubiera sido expulsado, que el segundo gol del Barça no habría sido dado por válido y que hubiera habido penalti de Alba a Marcelo.

Desgraciadamente, de este Barça-Madrid recordaremos todas estas fullerías y no que fue un partido colosal, que Bale marcó un gol impresionante o que era el último clásico de Iniesta, a quien Zidane esperó en el túnel de vestuario para darle un abrazo de reconocimiento. De leyenda a leyenda. Esa debió ser la escena final del partido. Pero no. Porque ahí apareció el inefable Piqué para, micrófono en mano, pedir al cuerpo técnico de su equipo que hiciera pasillo a los jugadores. El más chulo del barrio quiso así afear al Madrid que se negara a hacer un homenaje que debería ser desterrado si en vez de como reconocimiento al vencedor se toma como humillación al vencido. Uno, modestamente, cree que Piqué se habría apuntado un tanto si hubiera pedido a sus compañeros que le hicieran pasillo al cuerpo técnico, con Valverde a la cabeza, esa gente prudente, respetuosa y educada que quizá ha tenido algo que ver en los títulos del Barça. Y sin quizá.

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