Manchester United, el incendio más rentable no para de arder
Dirigido por un exejecutivo de JP Morgan, el club más rico del mundo eleva sus beneficios a despecho de una crisis deportiva que suma su quinta temporada ante la impotencia de Mourinho
Avram, Joel, Bryan, Edward, Kevin y Darcie no escucharon el abucheo del público hastiado de Old Trafford. Nadie los vio en las gradas contemplar la eliminación de su equipo ante el Sevilla (1-2), este martes en los octavos de la Champions, junto a los miles de hinchas que periódicamente se aburren mirando cómo los red devilspegan pelotazos. A los hermanos Glazer jamás los fotografiaron juntos en el palco de autoridades, si es que los propietarios del Manchester United cruzaron el Atlántico para acudir a un partido. “Ellos no van al campo porque no les gusta el fútbol; solo quieren los dividendos”, explica el presidente de un club español con años de relación con los ejecutivos del club más rico del mundo. Un imperio en llamas y una máquina de facturar que no se detiene. No importa lo profunda que sea la crisis que arrasa al equipo desde que Sir Alex Ferguson renunció a su cargo de mánager general, en el verano de 2013.
Los hermanos Glazer se repartieron dividendos por más de 20 millones de euros al cierre del último ejercicio, en junio de 2017. Los beneficios no han dejado de crecer, especialmente desde que Edward Woodward asumió como director general ejecutivo, en 2013. Con la ayuda de los contratos televisivos, en cinco temporadas el negocio se disparó de 423 a 676 millones de euros.
El club más poderoso de Inglaterra no volvió a ganar la Liga desde 2013 pero esa no parece la prioridad de los Glazer y Woodward obra en consonancia. Contable de formación, el máximo responsable operativo prosperó entre las consultoras y la banca de inversión. Primero en Price Waterhouse Coopers, luego en JP Morgan. Quienes le tratan aseguran que su conocimiento del juego es elemental pero que, de todos modos, impera su criterio. El United carece de dirección deportiva. Lo más parecido en su estructura es lo que llaman Football Committee, compuesto por el jefe de los cazatalentos, dos sillas honoríficas ocupadas por los legendarios Alex Ferguson y Bobby Charlton, el jefe de finanzas Matt Judge, y, al frente, el propio Woodward.
La opinión de Woodward prevaleció en 2016 sobre Charlton y Ferguson cuando firmó a José Mourinho y le garantizó 20 millones de euros netos anuales, el mejor contrato rubricado por un técnico junto con el de Guardiola.
Charlton y Ferguson señalaron que ni el estilo de juego que promocionaba ni el carácter de Mourinho encajaría con la tradición de grandeza y audacia que caracterizó al club. Dio igual. Woodward se mostró entusiasmado de despachar con el portugués. Al menos, hasta este invierno, cuando la gestión de Mourinho comenzó a ser objeto de alarma entre los funcionarios. Orgullosos de haber asegurado a los Glazer un lote de ganancias cada vez mayor, los directivos ven peligrar el crecimiento desde que Mourinho los forzó a fichar a Alexis Sánchez.
El pago de 60 millones de euros por un jugador que se habría quedado libre en junio, unido al salario que le aseguraron para convencerle —25 millones de euros netos anuales por cinco temporadas— provocó dos graves desajustes. Primero, elevó la proporción de masa salarial a más de 390 millones de euros, el 60% de la cifra de negocios, una línea roja en cualquier libro de administración. Segundo, rompió la jerarquía profesional de la plantilla, repentinamente a disgusto con el nuevo orden. “Aquí el jefe soy yo”, las palabras que dicen que pronunció Mourinho para aplacar la ira de Paul Pogba el día que le reclamó un aumento —gana 17 millones anuales—, denuncian dos carencias. La falta de imaginación del líder y la falta de convicción en el destino de su tarea.
Sin Pogba y sin Alexis
Cuentan sus amigos que Mourinho ha perdido energía. Hombre familiar por excelencia, en Manchester sufrió una transformación que le socava. Su esposa y sus dos hijos, cansados de seguirle, se han quedado en Londres. Él, cada día más encapsulado en su universo autorreferencial, ha descuidado su famoso don para empatizar. Cuando Pogba lo encaró, el técnico hizo lo que se esperaba de él. El castigo ejemplarizante a la estrella del equipo, un tópico en el manejo de desacatos, no provocó en el rebelde más reacción que la displicencia. Al dejarle fuera de la alineación contra el Sevilla en la ida y en la vuelta, Mourinho dirigió la eliminatoria contra la autoestima de su futbolista más dotado. Especuló tanto que, a falta de media hora y con el 0-0 en el marcador, se vio obligado a ponerse en manos de Pogba.
Pogba, como se sabe, ni salvó a Mourinho ni dio la impresión de intentarlo. Alexis Sánchez, el hombre cuya llegada incendió el club desde las oficinas al vestuario, tampoco hizo nada relevante. El chileno apenas completó seis regates con éxito y no tiró ni una vez a puerta. Solo Lukaku, de entre la línea más avanzada del United, acertó entre los tres palos del Sevilla con un solo remate.
“Tiene que cambiar todo”, sentenció Mourinho, desencajado, cuando tras la eliminación le preguntaron por las consecuencias del desastre. No se sabe si apuntó a jugadores que han costado más de 900 millones de euros en traspasos desde 2013 y que no han sido capaces de superar una eliminatoria directa en Champions. No se sabe si apuntó a su propia cabeza, a la cabeza de Woodward, o a la cabeza de los seis hermanos Glazer, encantados, hasta el momento, con los dividendos.
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