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Damas y Cabeleiras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El enésimo funeral del Real Madrid

Renacer del desastre forma parte de su religión y cada tropiezo en Liga y Copa debería ser celebrado con cierta cautela, como el infarto de un tío lejano y adinerado

FOTO: Sergio Ramos se lamenta la derrota en el Bernabéu ante el Leganés. / VÍDEO: Declaraciones de los jugadores del Real Madrid C.F., tras el partido.Foto: atlas | Vídeo: JUAN MEDINA (REUTERS) / ATLAS
Rafa Cabeleira

Se está empeñando el Real Madrid en aniquilar las esperanzas de quienes nunca dejamos de confiar en él, principalmente sus rivales y enemigos. Lo hemos visto resucitar tantas veces que ya no nos tranquiliza leer su nombre en las esquelas y, ante la perspectiva del enésimo funeral en el Bernabéu, nos hemos acostumbrado a reaccionar como Sarah Connor en Terminator: preparando una mochila con lo básico para afrontar, con ciertas garantías, una eventual evacuación de emergencia. Tanto luto y tanto lirio no pueden ser verdad, de ahí que no parezca descabellado contemplar la posibilidad de una treta, de una pantomima bien orquestada para que respiremos aliviados y poder sorprendernos, por la espalda, en el momento cumbre de la temporada.

Lo de ayer quedará grabado en nuestras retinas de ratón como la cadera quebrada de Alkorta o el “¿adónde carallo iba Buyo?” de mi amigo Manuel en Tenerife. Ayer, la mayoría enchufamos la televisión cuando el cuarto árbitro levantaba el cartelón del descuento y en nuestros teléfonos apareció el símbolo del Sinsajo, que es como los enemigos del Madrid acostumbramos a comunicar sus quebrantos. Fueron tres minutos gloriosos, llenos de emoción y con un final tan apoteósico que uno se cuestiona la necesidad de alargar noventa minutos un desenlace que se podría resumir en dos. Una vez más, por cierto, se demuestra que golazos como el de Eraso palidecen en la inmediatez del directo y solo el reposo que ofrece la moviola, con el partido acabado y el Real Madrid eliminado, permite paladear la sublimación del golpeo de empeine y el silencio apabullante de un estadio desolado.

Pablo Sobrado, que es uno de esos tuiteros de referencia para cualquier aficionado de bien, resumía las contradicciones de su Madrid de la siguiente manera: “jugamos a colgar balones pero sacamos los córneres en corto. Nunca había visto nada igual”. Es esta especie de bipolaridad futbolística la que se recordará cuando Zidane ya no esté, una anomalía maravillosa que parece confirmarse como la mejor definición posible para su equipo: parecen jugar a una cosa pero ganan o pierden haciendo la contraria, lo que quizás no hable demasiado bien de la labor del técnico francés pero ofrece grandes posibilidades a quienes viven del cine o la literatura.

Tiene mala pinta este Madrid, razón de más para andarse con pies de plomo y estar prevenidos ante futuros milagros. Renacer del desastre forma parte de su religión y cada tropiezo en Liga y Copa debería ser celebrado con cierta cautela, como el infarto de un tío lejano y adinerado. No me gustaría estar en la piel de esos aficionados del PSG que advierten la lividez en el rostro del próximo rival y empiezan a sospechar que ya solo pueden perder. Bailar con la muerte nunca resulta un buen negocio y, sea cual sea el resultado final de la eliminatoria, se adivinan sombras en el horizonte de París: si caen, habrán desperdiciado una oportunidad única de enterrar al Rey de la Noche pero, si ganan, se arriesgan a perder un dragón.

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