Olunga: agricultor, ingeniero, futbolista del Girona
El ariete del conjunto rojiblanco, sorpresa en LaLiga, cuenta su historia antes de afrontar al Atléti en el Wanda
Cuando los niños de su edad estaban rendidos a Ezekiel Kemboi, doble campeón olímpico en 3.000m obstáculos, Michael Olunga (Nairobi, Kenia; 23 años) solo tenía ojos para Robin van Persie. En un país acostumbrado a ver volar a sus deportistas por las pistas de atletismo del mundo, Olunga quería correr, sí, pero también saltar, cabecear y chutar un balón. “Tenía 14 años y me llevaron a una academia. Había muy buenos jugadores, algunos mayores que yo. Cuando terminó el entreno, el técnico me hizo un contrato. Fue un shock. Entonces entendí que mi sueño se podía hacer realidad”, relata Olunga. Ayer un desconocido, hoy (16.15, beIN) amenaza del Atlético tras marcar el primer hat-trick de un jugador del Girona en Primera.
Todo comenzó con un juguete. Un poco ovalado, más bien maltrecho, sobre todo artesanal. “¿Mi primera pelota?”, dice el delantero; “la que nos inventábamos nosotros, bastante papel envuelto en un calcetín. Era nuestro mejor juguete. El único”. Dos hermanos, cuatro hermanas, una madre. Una casa de dos habitaciones en la que se repartían los siete. “Vivíamos en Lakisama, un barrio humilde de casas construidas por sus mismos dueños. Mi papá murió cuando tenía ocho años. Tuvimos una infancia dura, pero feliz. Mi madre se multiplicaba para que no nos faltara nada”, cuenta el ariete. De pequeño tenía una obligación, los estudios; un servicio, ayudar a su madre a cultivar la tierra; un hobby, la pelota.
“Mi mamá me obligaba a estudiar. Ella me decía: ‘Tu papá se murió, los estudios son lo único que te ayudará en el futuro”, recuerda. Hizo caso. Del colegio a labrar la tierra. Después, la pelota. “En Kenia el fútbol no es importante, no mucha gente llega lejos. Mi motivación era hacerlo bien en la escuela para impresionar a mi mamá. Así, me dejaba jugar al fútbol. Cuando miraba la liga de Kenia pensaba: ¿Qué tienen ellos que no tengo yo? Siempre quise convertirme en el mejor. Si creo en mí, ¿quién me puede parar?”.
Y no había manera de pararlo. A los 18 años debutó en Primera en Kenia. Fue elegido el mejor novato. Al año siguiente, terminó como el goleador del torneo. Y en su tercera temporada se coronó como el MVP. Todo mientras estudiaba Ingeniería Geoespacial. “Solo me faltan las prácticas, le di el gusto a mi mamá”. Y se marchó al Djurgårdens de Suecia. “Aterricé en Estocolmo a las 9.30, era de noche. Pensaba que tenía mal el reloj. Cuando terminé el entreno, a las dos de la tarde, ya era de noche otra vez. No entendía nada. En Kenia, el frío son 20 grados. La primera vez que vi nevar, me fui a jugar solo a la nieve”.
Sus 12 goles en los 27 partidos que jugó en Suecia le valieron para que lo ficharan en la Superliga China. Pero en el Guizhou Zhicheng de Gregorio Manzano solo podían jugar tres de los seis extranjeros del equipo. “El fútbol es una aventura. Cuando vi que no podía jugar, decidí aceptar la oferta del Girona”, explica. Tiene en la mano la pelota con la que firmó el triplete ante Las Palmas. En Kenia, todos hablan de él. Hasta el presidente, Uhuru Kenyatta, lo llamó para felicitarlo. “Le pude comprar una bonita casa a mi madre. Pasé de jugar sin botas a tener unas Adidas y de jugar en las calles de mi barrio al Wanda. Hoy, tengo este balón firmado. Todo es fruto del trabajo duro. Sabía que tenía potencial, pero ese potencial sin trabajo no es nada”, concluye Olunga. De agricultor a ingeniero, siempre futbolista.
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