Un Barça de dos botas y dos guantes
El duelo se decide con el gol de Luis Suárez, pero las paradas de Ter Stegen y el fútbol de Messi mantienen al equipo azulgana
Aunque Valverde ha recuperado a futbolistas para su causa, caso de Denis Suárez o Jordi Alba, caso de Vermaelen o Alcácer, tanto da a quién ponga sobre el tapete si se trata de ganar partidos porque este Barça es un equipo de dos guantes y dos botas. O, lo que es lo mismo, de Ter Stegen y de Messi.
Hace tiempo que no se cuenta una pifia de Ter Stegen, un error de bulto como el que hizo en el curso anterior frente al Celta, cuando un intento de chut rebotó en Tucu Hernández y la pelota entró a gol. Entonces, el portero entonó el mea culpa y cambió su juego, hasta el punto de que en raras ocasiones regatea como hacía antaño y sobre todo se desprende del esférico rápido si entiende que está en apuros. Pero el mayor cambio del portero es que ya no se piropea o se discute su calidad con los pies para iniciar las jugadas sino que se le elogian sus paradas. Otra historia es la de Messi, que a cada año se reinventa y en este actúa de mediapunta o donde más le guste porque el fútbol gira a su alrededor. Los dos, Marc-André y Leo, hicieron su partido en La Cerámica. Al menos, se significaron en las dos áreas hasta que Luis Suárez encontró de una vez por todas el camino al gol.
Fue Ter Stegen, que ha encajado ocho goles en 20 encuentros de Liga y Champions (sale a una media de 0,59 tantos recibidos por duelo), el que explicó primero su capitalidad. Lo hizo en ese centro que desvió a tiempo porque Bakambu ya tenía el gancho preparado y, sobre todo, lo constató en esa volea de Soriano que se cantó gol hasta que apareció su mano para explicar lo contrario.
El ‘10’ no se rinde
En el campo opuesto se definió Messi, empeñado en encontrar su sitio entre las líneas del Villarreal; ofuscado porque a la que recibía el balón, debía medirse con al menos dos rivales porque Javier Calleja planteó una jaula en la medular, toda vez que por las bandas solo presenta la candidatura Alba. Así, entre la maraña de piernas, el 10 reclamó el balón con persistencia —incluso regañó a Denis Suárez cuando no le entregó la pelota en una jugada que pisó área—, pero no se salió con la suya de inicio porque se empecinó en tirar balones por encima de la zaga adversaria. Unos fueron descontrolados; otros, eran excelentes pero Luis Suárez, en su ambición por marcar, cayó repetidamente en el fuera de juego; y los buenos, los que encontraron receptor, no tuvieron continuidad porque el Villarreal no flaqueó en su área. También probó Messi el disparo desde media distancia, con una falta que Asenjo atajó sin problemas y con un chut desde la frontal que le hizo cosquillas al poste por fuera. Desencuentros que, sin embargo, no minaron al argentino. Ni siquiera pudo con él ese otro remate que coqueteó con el palo, de nuevo tras un centro de Alba.
No llegaba el gol ni el juego, pero en la última media hora, con Raba expulsado por una escalofriante entrada sobre Busquets, el Barça fue al abordaje y ahí si se subrayó Luis Suárez, primero con un palo tras otro pase de Alba y, esta vez sí, con un gol precioso tras una pared con Alcácer. Era la sentencia pero no el final porque Messi, claro, consiguió su diana tras driblar a dos rivales y batir por raso a Asenjo. Era el premio a su esfuerzo, también la alegría de un Barça que a falta de fútbol le vale con Ter Stegen y Messi.
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