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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las tres estancias de Luis Aragonés en el Betis

La leyenda del Atlético jugó tres años de verdiblanco y luego fue técnico

Balmanya habla con los tres béticos traspasados al Atlético: Colo, Luis y Martínez.
Balmanya habla con los tres béticos traspasados al Atlético: Colo, Luis y Martínez.

El 12 de abril de 1964, el Atlético visitó al Betis, a tres jornadas del final de Liga. Nada excepcional, a no ser por dos cosas: el Betis aún aspiraba a ser segundo en el campeonato y acababa de saberse que había vendido al Atlético a tres de sus puntales: Colo, Martínez y un tal Luis Aragonés, llamado a ser leyenda en su nuevo club. Se iban a incorporar al Atlético al final de la Liga, ya para la Copa. ¿Sería conveniente que jugaran ese día?

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El Atlético lo había pasado mal ese año. Tan mal, que acabó la primera vuelta en puestos peligrosos. Incluso tuvo que recurrir al Madrid, que le cedió a un joven goleador de su filial en Tercera, el Plus Ultra, Grosso, cuya aportación fue decisiva, tanto por sus goles como por la condición de talismán que se le atribuyó.

Ahora el Atleti iba mejor, era sexto ya, a tres jornadas del final. Su nuevo presidente, Vicente Calderón, había desatascado además la venta del Metropolitano y reemprendido las obras del nuevo campo junto al río atascadas por falta de dinero. Y ahora estaba mejorando el equipo. Aquel equipo que en el 60 y el 61 había ganado sendas finales de Copa al Madrid en el Bernabéu y en el 62 la Recopa, empezaba a necesitar repuestos. Primero fue el hondureño Cardona, del Elche. Y pronto el trío del Betis, Colo, Martínez y Luis.

(Martínez, un excelente medio defensivo, entraría inesperadamente en coma en la gira del primer verano, y ya no se repondría hasta su muerte, ocho años después. Colo, lateral derecho, dio un buen rendimiento en el lateral derecho, como sucesor de Rivilla. De Luis, ya se sabe: fue leyenda del club, uno de los pilares de su historia).

El triple fichaje se hizo público justo seis días antes de ese Betis-Atlético en el Villamarín, en la misma semana en que dos de ellos, Colo y Luis, fueron convocados por Villalonga para el partido de España en Irlanda, eliminatoria para la Eurocopa que acabaríamos ganando con el famoso gol de Marcelino a la URSS. Hubo un tercer bético en la lista, el meta Pepín. Los tres viajaron como suplentes, pero su presencia en el grupo de dieciséis llenó de orgullo a los béticos.

Pero la gente se preguntaba si jugarían. El entrenador, Balmanya, les dio libertad para decidir, dado el compromiso en que se veían. Colo regresó de Dublín con una torcedura de tobillo en un entrenamiento. Martínez alegó molestáis musculares. Pero Luis le dijo a Balmanya que estaba para jugar y quería hacerlo.

Jugó y fue el mejor de un partido tremendo, que empezó dominando el Atlético, que se adelantó en el marcador. Al descanso llegaron 0-1. Luis, que ya venía jugando bien, hizo un segundo tiempo de antología, fue vino, recibió y pegó (sus agarradas con Glaría en ese partido aún las comentan los que vieron el partido), marcó un gol, dio dos… El Betis ganó 4-2. La semana siguiente perdería en Zaragoza, con lo que el segundo puesto se lo quedó el Barcelona, que se fue a tres puntos. En la última jornada, en el Villamarín, contra el Barça precisamente, ya no jugó Luis.

Pero el recuerdo de aquella tarde de la remontada hasta el 4-2 ante sus inminentes compañeros, la bravura con que se atizó con Glaría, le valió un agradecimiento eterno por parte del Betis. Sólo estuvo allí tres años, pero dejó sello. Y 41 goles. Había llegado procedente del Madrid, metido en la operación de fichaje de Isidro, padre de Quique, el hoy entrenador del Espanyol.

De ahí que no resultara extraño que el club sevillano acudiera a él posteriormente como entrenador dos veces. Y eso que la primera salió mal. Fue en la temporada 80-81 y la afición le acogió con entusiasmo. Ya había conseguido una Liga, una Copa y una Intercontinental con el Atlético. Pero no llegó a dirigir ni un partido oficial. Empezó a sentirse mal en los partidos de pretemporada, dejó de estar con el equipo, se fue a Madrid. La Liga empezó con retraso, por la huelga de futbolistas, y cuando por fin arrancó, el 19 de septiembre, fue Rogelio Sosa quien dirigió a los suyos en El Sardinero. Tres días después, Luis vuelve a Sevilla y dimite. Las explicaciones se dividieron entre un insoportable dolor de cervicales y una depresión.

Volvió en la 97-98, ya con Lopera. El Betis había sido finalista de Copa el año anterior, con Serra Ferrer y de Luis se esperaba mucho. La temporada discurrió con cierta decepción, porque el Betis ya apuntaba muy alto, pero acabó clasificado para la Copa de la UEFA. El problema vino en la pretemporada siguiente. El 28 de julio, Lopera visitó a los jugadores en su hotel de concentración en Sancti Petri y les anunció que Luis había dimitido. Fue una sorpresa mayúscula.

¿Qué había pasado? Había chocado con Lopera. No le gustaban sus fichajes, no quería a algunos de los que venían ni quería que siguieran en el equipo algunos con los que no pesaba contar, no le gustaba que se quisiera desprender de Jarni, no le gustaba que Denilson se incorporara más tarde por obligaciones publicitarias. “Algunos entrenadores viven 365 días de rodillas, yo prefiero vivir uno solo, pero de pie”, dijo en su comparecencia posterior ante la prensa.

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