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Tiger Woods vuelve a ser mágico

El golfista californiano, de 41 años, termina con -8 en Bahamas su primer torneo en 301 días, donde se impuso Ricky Fowler

Carlos Arribas
Tiger Woods, durante la jornada del domingo.
Tiger Woods, durante la jornada del domingo.Mike Ehrmann (AFP)

Tiger Woods tiene ya 41 años (42 en un par de semanas) y ya no es un junco sino más bien un tronco. Tiger Woods llevaba 301 días sin disputar un torneo y había estado inválido, adicto a los opiáceos, una ruina física y humana. Tiger Woods transformó a finales del siglo XX, un veinteañero sin complejos, el deporte del golf, y, ya bien entrado el siglo XXI, un cuarentón determinado, lleva camino de redefinir el viejo concepto del retorno. Eso desea él, y más que él aún, el mundo del golf, que le necesita como el aire y saliva ansioso y con anticipación al verle jugar en el torneo de Bahamas, donde el domingo igualó su mejor ronda de la semana (68 golpes, -5), para terminar octavo el torneo (-8), a 10 golpes del ganador increíble, el norteamericano Ricky Fowler, que batió el récord del campo con una ronda de 61 golpes (-11, 11 birdies).

Fowler hizo más birdies seguidos que casi nadie había hecho nunca (los siete primeros hoyos los terminó en -1 cada uno) y jugó perfecto, pero los aplausos y las miradas eran todos para Woods, que volvió a dar golpes mágicos. Y hasta Rafa Nadal, su amigo, aplaudió fuerte entre el público presente en el club de golf de Albany, junto a Nassau. Y sus rivales, casi todos nacidos en los 90, la generación que más se ha beneficiado de la revolución Woods, que llevó dinero y glamour al golf, y sponsors sin fin, no saben si disfrutar pensando en que el regreso del gran Woods devolverá la atención global a sus torneos o si penar pensando en que un rival muy fuerte vuelve para hacerles sufrir. Por si acaso, por ahora le ven tomar ibuprofeno a mitad de ronda en vez de lo de antes, tramadol o hidrocodona, y le elogian sin escatimar palabras. “Me ha sorprendido su swing tan fluido, la velocidad de la cara de su palo al impactar la bola, la distancia que conseguía”, dice Patrick Reed, uno de los jóvenes del circuito de un golfista que hasta hace nada era un viejo cascado al que le dolía darle a la bola, y dolía a los que lo veían. “Y lo que es más importante, el cuerpo no se le ha quejado”.

“No pensé que fuerza capaz de jugar así”, dijo su caddie, Joe LaCava. “Ha estado mucho mejor de lo que esperaba. En los últimos entrenamientos no le daba con tanta velocidad y distancia. Es un ser competitivo que cuando empezó a jugar aquí solo pensó en ganar. Y solo los campeones como él le dan mejor en competición que entrenando”.

El retorno de diciembre de 2017 es el séptimo regreso de Woods a la competición tras ausencias prolongadas en los últimos ocho años. En 2009 regresó ocho meses después de romperse los ligamentos de la rodilla (y de ganar cojo su último grande, el Open de EE UU de 2008). Logró seis victorias en la temporada, que terminó con la gran crisis de su vida, la rotura de su matrimonio y el reconocimiento público de sus problemas como adicto al sexo y al juego. Cinco meses después del estallido de la crisis, regresó al golf para jugar el Masters del 2010. En abril de 2011 volvió a lesionarse en la rodilla. Estuvo cuatro meses fuera de circulación. Regresó en agosto de 2011 y disfrutó de dos temporadas completas de salud y éxitos. Aunque no aumentó la lista de grandes (está aún en 14, a cuatro del récord de Jack Nicklaus), dejó la de victorias en un total de 79, a tres de Sam Snead, el que más ha ganado de siempre. En 2014 tuvo sendos lapsos de cuatro y tres meses sin jugar después de operarse la espalda. Y en diciembre de 2016 regresó, por penúltima vez, después de 16 meses parado después de operarse de nuevo la espalda. Duró tres meses en el circuito. Todos sus regresos fueron optimistas, pero quizás no tanto como el de diciembre de 2017.

“Sí que sabía que podía jugar al golf, si no, no habría venido a jugar”, dijo Woods después de terminar su partido con un bogey en el 18 que no apagó la risa franca de su rostro, su felicidad por volverse a ver, humilde y fuerte, jugador de golf de nuevo, vestido de rojo, como siempre los domingos. “Mis dudas eran por saber si podía hacer un buen resultado. Creo que he dado buenas señales. He dado buenos golpes con el driver, con los hierros y con el putter. Y no, no me ha dolido nada. Solo la cabeza después de haber hecho algún bogey…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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