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LaLiga Santander jornada 14Así fue
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Athletic y Real Madrid confrontan sus depresiones en San Mamés

Los blancos empatan rechazando la oferta del Barcelona tras su pinchazo ante el Celta y el público rojiblanco amnistía a los suyos pese al resultado

FOTO: Sergio Ramos en una pugna aérea con Raúl García. / VÍDEO: Declaraciones de Zinedine Zidane tras el partido.Vídeo: MIGUEL TOÑA (EFE) / EFE

Los partidos son como justas modernas y colectivas entre rivales, a veces enemigos, pero a veces se definen mejor como un tema de asuntos internos. El Athletic había fallado estrepitosamente en la Copa ante el Formentera y el cielo le escupió una tormenta mitad bíblica, mitad sapos y culebras. La depresión en el club era descomunal, así que el Madrid pasaba a un segundo plano con los ojos del público bilbaíno fijos en la actitud de los suyos buscando la genética, el compromiso, la rabia, más lisa y llanamente la mala leche por encima de las estrategias deportivas. La depresión del Madrid es más ligera y el empate del Barcelona le había sentado como un carajillo caliente antes del partido. Pero a su fútbol aseado, ordenado, a modo de vals, afrontó el encuentro, le falta el estoque y la puntilla. La sequía de Cristiano es un problema y un síntoma. En casos así, los ojos miran a Isco, a su cambio de ritmo, su tobillo, sus neuronas, y entonces el Madrid juega por donde el malagueño.

Como el Madrid salió a ritmo de vals vienés, el público se temió que al Athletic le diese un vahído, fruto de su propio vértigo. Le dio unos minutos de gracia, mientras los blancos bailaban de lado a lado y cuando al fin le vio el filo de las uñas aplazó el rencor previo, cerró el expediente de asuntos internos y decidió que había llegado la hora de animar la justa entre rivales. Y el partido se comenzó a igualar. El Madrid navegaba con estilo, a impulsos de Isco, arrancadas de Marcelo y disparos de Kroos y fue Benzema el que remató al poste una combinación entre Isco y Cristiano. El pinchazo irritó al Athletic, que decidió responder a gritos. Su discurso no era fluido, pero el altavoz de su fútbol ensordecía a veces a la defensa del Madrid. Era el orden demasiado establecido frente al alboroto imprevisible. Al Madrid le penaliza su flaqueza en el área. Al Athletic su absoluta incapacidad para coser tres pases sin romper la aguja. La única vez que lo consiguió hilvanó una jugada que acabó con un disparo cruzado de Williams exigiendo la estirada de Navas. Fue su única jugada digna de llevar tal nombre. Así se asomaba al Athletic a la pantalla de Navas, visto y de pronto ni visto.

El Madrid quería bailar al son de Isco, pero su fútbol fue perdiendo decibelios hasta acabar refugiado en el banquillo de los suplentes, agotado y frustrado. Creció Modric pero le faltaba luz a su ingenio. Benzema y Cristiano lo mismo eran dos cometas que dos agujeros negros jugando a ratos.

Pero el partido, aún así, era del Madrid. Al Athletic se le hizo un nudo en el estómago cuando Iturraspe se echó al suelo y pidió el cambio con poco más de media hora de juego. Su sustituto, San José, no pasa por sus mejores días y el paupérrimo acierto en el pase y la inexistente salida del balón anunciaban otra tormenta de sufrimiento. Y se produjo.

Llegó el asedio

El Madrid no necesitó quitarle la pelota al Athletic. Se la dio él con una absoluta impericia en sacar el balón como si en su seno prevaleciera el espíritu del mejor mayordomo. Ni acertaban con el balón ni con el destinatario. Puestos a despejar en largo, parece apropiado elegir a tu jugador más veloz (Williams) antes que a cualquier otro. Jamás le buscaron. Tantos años sin jugadores veloces en la plantilla desacostumbran a cualquiera. Y el asedio llegó. La portería de Kepa parecía el asedio de Cádiz. Se jugaba en un cuarto de campo. Lo intentaba Isco por un lado y por el otro, Modric. Pero el Madrid, tan ilustrativo otrora de su pegada, tan orgulloso de convertir cada ocasión en gol, las fue dilapidando una tras otra, por acierto de Kepa, por desacierto propio, por arrestos de la defensa rojiblanca...

Resistir parecía imposible. Sobrevivir a un ejército de francotiradores solo puede ser gracias a un milagro o a uno de esos trucos cinematográficos que se ajustan con efectos especiales. Pero el Athletic resistió. Le ayudó en una jugada Mateu Lahoz al anular la ley de la ventaja tras una dura entrada de Etxeita a Modric, cuando Cristiano junto a Benzema encaraban a Kepa. Fue un lunar. Pudo tener otro en un derribo de Ramos a Raúl García (saltaron pavesas entre ambos). Fueron acciones ajustadas que igualaron el partido.

Lo desigualó Ramos con su expulsión al final del partido, que devolvió el asedio a la otra portería en los minutos finales. Pudo ganar cualquiera aunque a nadie se le viera ganador. Quizás pudo más la necesidad del Athletic para superar su depresión de caballo que la oportunidad que le brindaba el Barça al Madrid para que le echase el aliento en el cogote. Al Athletic el público le perdonó, aunque no le sonrió. Al Madrid el suyo quizás no tanto. Los asuntos internos cambiaron de despacho.

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