Aduriz rescata al Athletic de la red del Villarreal
Empate a uno en San Mamés. Cada equipo marcó cuando mejor jugaba su rival
Hay partidos que se balancean entre la justicia y la justicia poética, pero como se trata de un juego, ni la una ni la otra tienen trascendencia. Quiso el fútbol hacer justicia poética con algunos jugadores del Villarreal. Por ejemplo, con Jaume Costa, que en diez minutos recibió tres golpes de los que te dejan los tobillos morados por el ímpetu rojiblanco, pero luego le ofreció un penalti que desnudó las carencias defensivas del Athletic. Pero Trigueros lo malgastó con la magnífica colaboración del portero Kepa con una gran estirada y el suspense posterior del balón rodando bajo su cuerpo.
La justicia poética quiso premiar al “villano” del Villarreal y siete minutos después marcó un gol que fue un prodigio de pizarra castellonense resuelto por un disparo raso fantástico. Era justicia poética individual para una injusticia general, porque el Athletic salió en tromba nublando la vista de su oponente, desdibujando su juego, atascado como un submarino en la Ría.
O sea, que el Villarreal apareció un par de veces para hacer un gol y el Athletic aparecía más que un monologuista para no hacer más gracia que dos remates de Aduriz, tan renovado físicamente como contractualmente. Curiosamente, el Villarreal ganaba el partido con una participación ínfima de sus dos delanteros (Bacca y Bakambu) y una superproducción de sus laterales. En el Athletic, las cosas sucedían a la inversa: sus delanteros eran los jefes del tornado mientras sus defensores dejaban su campo como un descampado, un arrabal deshabitado.
Dos equipos tan distintos estaban condenados a repartirse el partido de forma tan diferente como igualitaria. A los 30 minutos intensos, importantes, del Athletic en la primera mitad (el duelo Williams-Jaume Costa fue terrible), le siguieron, treinta minutos solemnes del Villarreal en la segunda, bien gobernado por Trigueros (un jugador excelente) y prueba fehaciente del estilo amarillo. El Athletic corría tras el balón como alma en pena, combinando ansiedad con fe, el error con la voluntad. Y se cansaba. Lo cansaba el equipo de Calleja con el circular manso de la pelota, al pie, a la uña casi. Solo Córdoba le dio un susto cuando remató al larguero, pero el balón era tan amarillo como la camiseta del Villarreal.
Pero al Athletic conviene no darlo por muerto. Conviene no dejarle llegar, porque el sudor le excita, aunque falle este y aquel y el otro centro, aunque los balones no lleguen a la cabeza de Aduriz o de Raúl García, porque piensa el Athletic que alguno acabará siendo “el gol de Aduriz”. Y el Villarreal se lo consintió. Le dio esos metros que el cansancio no le daba y llegó el gol de Aduriz, el gol de cabeza, excelente, otro brinco juvenil de un veterano eterno. ¿Justicia poética o justicia a secas? El debate ya había pasado. Había marcado el Villarreal cuando mejor jugaba el Athletic que empató cuando mejor jugaba el Villarreal. Y así se repartieron los puntos como se repartieron el juego y el tiempo. Eso sí, con estilos diametralmente opuestos, tan opuestos como el lugar que cada uno ocupa en la clasificación.
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