La Real sigue de puertas abiertas en Anoeta
El orden del Espanyol le basta para alcanzar un empate justo
La Real tiene una doble vida, doble personalidad, doble o nada. Que está de dulce lo dicen sus goleadas, europeas o nacionales, su alegría creadora. Que tiene un punto amargo, lo dicen sus tropezones en Anoeta, donde solo ha ganado uno de los cinco encuentros disputados, por tres a domicilio, como si las obras en el fondo norte le filtrasen un airecillo acuchillador.
El Espanyol anda menos sobrado, pero está bien estudiado y bien aprendido. Con una presión alta, solidaria, en la que nadie se escondía, consiguió nublar la vista de la Real durante 45 minutos. Miraba y no veía, quería y no podía, y el Espanyol condenaba a cada futbolista blanquiazul a jugar en solitario, o sea, a sucumbir en el intento. Javi Fuego y Darder se bastaban para descoser lo poco que cosía la Real, muy solo Illarramendi en el centro del campo, y con el resto arañando el balón con las uñas afiladas.
Y en ese tran tran que le daba el gobierno encontró el Espanyol un gol al cincuenta por ciento entre Jurado y Baptistão. El centrocampista miró a un lado y centró al otro, y el delantero peinó la pelota como quien se pasa un cepillo por el pelo. Los centrales de la Real se quedaron a media llegada y Rulli a media salida. O sea un gol que calibraba la buena actitud espanyolista y la calidad de varios de sus hombres y desequilibraba el desajuste de la Real, tan incapaz de generar juego como de evitarlo. Solo Oyarzabal daba síntomas de euforia recobrando su mejor versión, inventando, centrando y rematando para que el Espanyol supiera que allí había un tipo con talento dispuesto a cambiar el clima del partido en cualquier momento.
Lo cambió la Real en la segunda mitad, contagiada por los trazos delicados de Oyarzabal y porque el Espanyol dio un paso o dos atrás o se los dieron los rivales, ya dolidos por tropezar otra vez con el airecillo de Anoeta. Fue entonces la Real avasalladora. Apareció por fin Odriozola, bastante desdibujado hasta entonces, y Kevin Rodrigues, algo taciturno también, y al Espanyol se le vino encima un chaparrón tras otro.
No abundaban las ocasiones, pero se avecinaba temporal. Ya la superioridad en el centro del campo se desdibujó. Y en esto apareció Januzaj, la estrella errante que busca un lugar al que enchufarse para volver a ser el que decían que iba a ser y no ha sido. Y se sacó un jugadón por la banda izquierda pleno de habilidad, talento y pillería para asistir el remate de Illarramendi. Para entonces Víctor Sanchez estaba muerto. Januzaj lo remató. Y lo volvió a hacer minutos después aunque con un final más infeliz.
Todo apuntaba a la Real, aunque el Espanyol no ahorraba munición. Quique buscó en la sabiduría de Sergio García el punto de mira para recobrar la victoria. No la halló. La Real acumuló jugadores, agobio y nervios. Los primeros no le bastaron para intimidar demasiado a Pau López. Lo segundo, acabó por autoagobiarle. Y los terceros le bastaron para sumar una expulsión (Illarramendi) y varias tarjetas amarillas evitables. Anoeta sigue siendo una puerta demasiado abierta para la Real por la que el Espanyol transito con más orden que belleza.
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