Isco vive
El malagueño, al igual que en el último partido de la selección en el Bernabéu, volvió a resolver con un doblete
“Día raro con pocas ganas de tuitear”, escribió Pedro Sánchez en su edad de oro lastrada por el éxito. “Día raro con pocas ganas de Liga”, podría decir cualquiera, en uno de esos días —casi siempre funestos— en los que el deporte tiene un interés relativo o nulo. Y sin embargo ahí estaban en el Bernabéu un equipo madrileño, el Madrid, jugándose la Liga, el uno de octubre, contra un equipo catalán, el Espanyol. Hubo hinchazón de banderas españolas y quizá por eso (o no) Isco, que en el último partido de la selección en el Bernabéu marcó dos goles, volvió a resolver con un doblete; la afición madridista, que había asistido con sospechas ruidosas a la intrascendencia del malagueño en un par de partidos, respiró tranquila: si Isco vive, la lucha sigue.
El partido registró el patrón habitual del equipo de Zidane cuando juega en casa: domina y crea ocasiones desde el primer minuto hasta que hay un momento en el que, como no ha conseguido sentenciar el partido, se deja morir por frustración o por poesía —en esto es indescifrable— hasta que el rival lo acorrala. Y esto que ocurrió en todos sus partidos en casa (dos empates y una derrota), volvió a repetirse ante el Espanyol sin ninguna prudencia. Con un esquema tan parecido que ni el primer gol de Isco redivivo matizó el desmayo: tras la segunda parte el Espanyol se agarró al balón y creó oportunidades suficientes para empatar el partido. Una de ellas tan clara que a los pocos segundos, aprovechando el desconcierto, Isco robó el balón (Isco ha incorporado esta modalidad como quien desbloquea logros en un videojuego) y se marchó a por el partido con ayuda de Asensio: recuperó la bola, pasó y terminó marcando.
El Madrid ha esperado a octubre para empezar a ganar en el Bernabéu, casi una temeridad. Sin un once claro, a veces por las lesiones y otras por los estímulos. También sin regularidad, pero al menos se agradece que los peores picos se produzcan en partidos aparentemente sencillos y los brillantes, la huella del equipo que arrasó Europa en la última primavera, se produzcan en el Camp Nou o en el Westfalenstadion del Borussia. La bola de nieve que acostumbra a formar Zidane funciona a saltos, privilegio de un centro del campo que no tiene comparación en ninguna liga del mundo; y está siendo la inteligencia táctica y la creación de Kroos y Modric lo que suministra de momento sangre en el Madrid. Con la delantera a menudo en el desconcierto, presa de cambios tan fuertes como los que propicia la entrada y salida de un jugador tan determinante en el dibujo como Bale, el Madrid tira siempre de sus rubios para que los morenos resuelvan.
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