_
_
_
_

La masacre del día de San Valentín

Tras derrotar a LaMotta en 1951, Robinson dijo: “Yo he ganado, pero Jake no ha perdido”

Sokira para el combate
Sokira para el combate

El 14 de febrero de 1929, pistoleros al servicio de Al Capone ametrallaron a sangre fría a siete irlandeses de la banda de George Bugs Moran, el North Side Gang.

Más información
Obit Jake LaMotta Boxing
Muere Jake LaMotta, el boxeador que inspiró ‘Toro salvaje’
Todas los artículos de Alfredo Relaño

Aquel suceso pasaría a la historia como la masacre del día de San Valentín e hizo reaccionar a las autoridades. Nunca fue aclarado del todo, ni se detuvo a culpables, pero fue la raíz de la creación de la oficina de Elliot Ness y sus intocables, que en no mucho tiempo conseguirían encarcelar a Capone.

Entre los matones de Capone en la época había un tipo, Frankie Carbo, que luego haría leyenda en el boxeo, en los años dorados de Jake LaMotta y Sugar Ray Robinson.

A Frankie Carbo dedica Fernando Vadillo buenas páginas en su libro Boxeo y Mafia, en el que desvela que tenía origen español. Su padre fue un catalán llamado Josep Carbó, emigrado a Nueva York, donde se casó con una italiana. Frankie nació en el Bronx y fue bautizado como Paolo Giovanni. Los años y las compañías le llevaron al hampa, con el apodo de Frankie y el apellido italianizado en Carbo.

Listo y con don de gentes, supo dejar la metralleta para dedicarse al boxing business. El boxeo era un negocio lucrativo. Por el mero taquillaje, por la condición socialmente vulnerable de los boxeadores y porque se podían amañar apuestas. Frankie era persuasivo. En vísperas de tal o cual combate, el favorito podía recibir un ramo de crisantemos con una tarjeta sin firma que ponía: "Más vale perder un combate que perder la vida".

El recién fallecido Jake LaMotta, cuya carrera tuteló, confesó con el tiempo que alguna vez se había dejado ganar, atendiendo a las indicaciones del mafioso.

Carbo encontró una mina de oro en los enfrentamientos entre LaMotta y Sugar Ray Robinson, tan distintos. Motta era una mala bestia, para entendernos. Pegaba con odio y las paraba con la cara. Ray Robinson tenía un boxeo tan dulce que le apodaron Sugar.

No eran del mismo peso, LaMotta era medio y Robinson, welter, pero la diferencia de calidad compensaba los kilos. El cóctel era irresistible. El blanco bruto contra el negro bailarín. Carbo retrasó el asalto de Robinson al Mundial de los welters porque así le obligaba, si quería grandes bolsas, a enfrentarse con LaMotta. Este comentaría al cabo del tiempo: "Peleé tantas veces con Sugar Ray Robinson, que no sé cómo no tengo diabetes".

En total fueron seis peleas, entre 1942 y 1951. Sólo la segunda la ganó LaMotta. Esa fue la primera derrota en la carrera de Robinson y la primera vez que cayó. LaMotta le mandó a la lona algunas veces más. En una ocasión, hasta le sacó del ring. Robinson nunca consiguió tirar a LaMotta al suelo. LaMotta siempre blasonó de eso.

La sexta y última pelea entre ambos, primera con título en juego (el Mundial del peso medio) pasaría a la historia. Se disputó también un 14 de febrero, el de 1951, en Chicago. Robinson no había vuelto a perder.

La pelea fue terrible e igualada en los nueve primeros asaltos. A partir de ahí, un LaMotta exhausto encajó "un castigo que ningún ser humano podría soportar", escribió alguien. Pero se mantuvo en pie. Su orgullo era que Ray no le derribara: "Pega más fuerte, Ray, así no me tirarás", le retaba. Y Robinson, nada de azúcar esa noche, le sacudía por todos lados, con sus manos rápidas y doloridas. Además de ser un esgrimista excelso, pegaba duro. Hasta 108 de sus victorias llegaron antes del límite.

En el asalto decimotercero (la pelea iba a quince), el árbitro, Frank Sokira, paró aquello. Mientras levantaba el brazo de Robinson, ganador por K.O.T., LaMotta les miraba, recostado contra las cuerdas, o colgado de ellas, con los brazos abiertos y el rostro tumefacto, pura estampa de un crucificado. Y espetaba: "No me tiraste, Ray, no pudiste". Sus cuidadores se lo llevaron de allí como un triunfador. Luego pasó una hora entre curas y oxígeno, hasta que abrió el vestuario a la prensa.

También Robinson acabó agotado. Habló con respeto de su rival: "Yo he ganado, pero Jake no ha perdido".

Espontáneamente, aquel combate fue conocido como "La masacre de San Valentín". Veintidós años habían pasado, Capone ya había muerto, consumido por la sífilis, pero el recuerdo de aquel horror del 29 aún pervivía en el imaginario colectivo.

Nadie puede afirmar ni negar que Frankie Carbo estuviera en la masacre del 29. Ya queda dicho que nunca fue del todo aclarado. Pero aquel combate le tuvo que traer tantos recuerdos...

Sería uno de sus últimos días de gloria. Pronto pagaría todo su pasado en forma de 25 años de cárcel. Salió, desahuciado por un cáncer, para morir en su casa de Miami, en 1976.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_