A las órdenes de Griezmann
El Atlético supera al Athletic en San Mamés con dos grandes asistencias del francés, una a Koke para que este cediera a Correa el primer tanto, y otra a Carrasco en el segundo gol
Quizá de los enfrentamientos entre Athletic y Atlético no puedan surgir partidos estelares, pero sí encuentros espectaculares en los que la vibración depende un poco más de la intensidad que del juego. Es decir, la percusión por encima de los violines. Porque los violines estaban en las manos y las piernas de los porteros y la percusión en el resto, una orquesta de esforzados músicos entre los que destacaba Griezmann como habitual solista en San Mamés. Cada partido que enfrenta a ambos en Bilbao, el Athletic sueña con romper el maleficio del rival que jamás perdió en el nuevo estadio. Y la pesadilla para el Athletic continúa. Aún está a sensible distancia de un rival que se autodefine cada año, más reconocible siempre que una pantera en la nieve.
La oportunidad de concluir la pesadilla le llegó de forma imprevista al Athletic en la primera parte. Se enredó Filipe Luis al borde del área, Raúl García le discutía la pelota y se fue al suelo en el límite del rectángulo, y el árbitro vio penalti donde no había nada. La acción valió para reivindicar la jerarquía de Oblak, a veces acusado de estar ausente en los penaltis. El portero esloveno adivinó la trayectoria del disparo de Aduriz y lo repelió con el antebrazo en una soberbia estirada. Oblak inscribía así su nombre en un partido en el que Arrizabalaga había dejado dos veces su tarjeta de visita: una para meter la uña lo justo para desviar al poste un disparo de Gaitán; otra para repeler con la pierna un disparo de Griezmann.
Asuntos de porteros, con Griezmann de por medio, empañado en ser el violinista de un concierto en el que siempre se le espera. Y no defraudó el francés a su público. El Athletic pareció dominar el encuentro con esas oleadas en las que a veces convierte su fútbol, a veces con la imaginación de Muniain, a veces con la fe inquebrantable de Lekue. Acostumbra el Athletic a tener momentos de euforia por definición, evanescente. Parece que se va a comer el mundo, pero se le acaba atragantando la avellana. Y con el susto en el cuerpo, se le olvida jugar.
Mucho tuvo que ver en la borrosa imagen del Athletic la presencia de Griezman. Le costó encontrar su sitio ideal, y lo halló por la izquierda, por el costado. En cuanto abrió esa puerta y tuvo el apoyo en la presión alta de sus compañeros, al Athletic le crecieron los problemas. Ya el balón no salía. Y lo que no sale, no llega. Griezmann fue noticia porque no marcó, pero fue noticia por la lección de fútbol que ofreció jugando de espaldas. Sus dos asistencias, a Koke para que este asistiera a Correa en el primer tanto, y a Carrasco en el segundo gol colchonero, se produjeron a la media vuelta, golpeando el balón con la misma precisión que suavidad. El Atlético se adueñó de la segunda mitad, la gobernó Koke, la escribió Griezmann y la firmaron con dos goles Correa y Carrasco. El resto fue un acto de pundonor rojiblanco por restaurar los daños ocasionados por un rival que ha hecho del oficio su principal virtud, sin desatender el perfume del fútbol para ocultar tanto sudor.
El pundonor le dio un gol tardío al Athletic, de Raúl García en el minuto 92, y un gol anulado por claro fuera de juego de Williams. El Atlético padeció un penalti que no era y un gol legal anulado a Griezmann por supuesta posición antireglamentaria.
Todo cayó en el olvido, porque ni lo uno ni lo otro cambiaron las cosas. El Athletic no está para romper el maleficio del Atlético. En realidad no se sabe para qué está. Dijo Ziganda, en la jornada previa, que el partido ante el Atlético les diría dónde están. La respuesta no es positiva. El Atlético si sabe dónde está. Donde casi siempre se le espera: en la escuela de los oficios del fútbol con un violinista que no anda por los tejados sino a ras de hierba. Al menos en San Mamés. Al menos en el nuevo San Mamés, donde Simeone y su equipo son felices.
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