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Contador es segundo en los Machucos y Nibali recorta 41s a Froome

El pinteño lucha por la victoria de etapa y se queda a 1m 21s del podio en la general. El italiano le pisa los talones al líder

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Contador, instantes antes de cruzar la meta en los Machucos.
Contador, instantes antes de cruzar la meta en los Machucos.JOSE JORDAN (AFP)

No ganó Dunne, el farolillo más alto (2,04m), el gigante en miniatura. Pero ganó Stefan Denifl, su compañero, austriaco, el ciclista inesperado en un final inédito en Los Machucos, allí junto a la vaca pasiega, monumental, como el oso es monumento en San Glorio. Pero a estas alturas las grandes etapas tienen distintas victorias, son como partidas múltiples de ajedrez. Denifl dio el jaque mate a un enemigo invisible. Jugaba solo, contra nadie y contra todos. Nadie apostaba por él, nadie apuesta por ningún ciclista del Aqua Blue, meritorios en el salón de la fama, gente de reparto que de pronto se ve soltando un monólogo en el escenario con el patio de butacas lleno.

Y ganó Contador, el insolente, el trepidante, el irreverente, que llegó segundo, mordiéndose los labios, moviendo la bicicleta, corriendo con los ojos cerrados, como cantaba Amalia Rodrigues: ella movía el brazo izquierdo marcando el compás a golpe de corazón, él mueve la bici a golpe de sístole y diástole. Contador es el duende de la Vuelta, porque tiene duende y porque se mueve así, zascandil como corre, como vive el ciclismo, como siente las batallas, más aún cuando la jubilación le espera en Madrid, allí junto al podio o encima de él. Contador a lo grande, en una etapa grande, donde los ciclistas corrían bajo la lluvia, como gorilas en la niebla, como los lagartos al sol: con la boca abierta. Y Froome evaluando los daños en su vehículo moral, con Mikel Nieve como mecánico y carrocero aventajado llevando al británico por los vericuetos, por las paredes de los Machucos al ritmo necesario para que en la meta solo hubiera daños de chapa y pintura y no males mayores en el motor. Nieve, el escudero fiel, la voz de la experiencia, el aliento de la fuerza inconmensurable frente a Nibali desatado que dejaba un rastro de sudor para afilar aun más la carretera.

Froome flaqueó, pero no se hundió. Lo adelgazó Contador, el niño viejo al que le sale la travesura y se cimbrea como los juncos desafiando la adversidad, sin medir el riesgo del fracaso, calculando solo el valor de cada pedalada. Otra vez sístole y diástole en perfecta compañía. Porque la etapa exigía un corazón sin miedo, hierro puro. El cardiograma se puso en marcha bajando La Lunada, un puerto de 2ª, cuando la fuga de cinco hombres ya olía su final. Allí la lluvia y la niebla examinaron el impulso de los ciclistas. Ver no se veía casi nada, se palpitaba más acá de la conciencia, al puro estilo de Gabriel Celaya. A ciegas, como cantaba Amalia Rodrigues, como toca la guitarra el célebre guitarrista portugués Luis Guerreiro. El pelotón se hizo trizas, el miedo y el susto rompieron el rosario y las cuentas quedaron esparcidas por el suelo. Seguramente, hasta la vaca pasiega hizo un mohín de desagrado. Llovía como en los viejos tiempos. Cuando se hizo la calma, el pelotón, o lo que fuera aquel rosario, se fue reagrupando en espera de Alisas y de Los Machucos después.

Y allí en la cima inédita, en el monte incunable del ciclismo, surgió la extraña figura de Denifl, resistente de la fuga de seis que se tragó la carrera, y la figura reconocible de Contador que a cinco kilómetros de meta saltó a la rueda del colombiano López, lo superó y se fue a su destino como quien huye de la policía. Astana para López, Bahreim para Nibali y Bora para nadie, habían sometido al sacrificio al Sky, para que sus jefes incendiaran la hoguera bajo la lluvia. Pero fue Contador el que aprovechó las pavesas del pelotón para incendiar la etapa.

Y Froome se quemó, solo curado por Mikel Nieve que fue suturando las heridas para que el británico no sufriera una septicemia. Nieve lo salvó, yendo más cerca de Froome y menos lejos de lo que él hubiera podido marchar. A Contador solo le falló el cálculo final para ganar la etapa que busca y merece. Nibali recortó diferencias con el británico devolviendo la carrera al periodo anterior a la contrarreloj. Froome cedió ante todos sus principales rivales y ahora dispone de 1m 16s de ventaja sobre El squalo. Vuelta a empezar, cuando aún resta El Angliru y la jornada trampa de mañana en Sato Toribio de Liébana. Nada está ganado. Nada está perdido. Lo único que está claro es que el duende de la Vuelta es Contador y el duende es un arte flamenco, seas de Pinto o de Trebujena, que no está al alcance de cualquiera.

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