Lampaert sorprende al pelotón, gana la segunda etapa y se pone líder

Un Dj finisecular, trasnochado, hubiera ambientado el final de etapa en Gruissan con las notas de Al Vent, la mítica canción de Raimon, escrita con intenciones muy distintas a los movimientos de la veleta movida por el viento. Porque en Gruissan soplaba el viento enfadado, arisco, embravecido junto al mar y los estanques. No era al alba como en Perejil en 2002, duro sí era, y la carrera temía los abanicos como el sol teme a la luna. Contador, precavido y ostensible, anunciaba antes de salir de Nimes que “en estas etapas se puede perder más tiempo que en El Angliru” Más comedido, Froome anunciaba que habría cortes”. Los sprinters, sin embargo, retaban al viento y soñaban con cerrar los abanicos, que en la vida son para el calor y en el ciclismo para airear el pelotón. No ocurrió ni lo uno ni lo otro: ni se perdió más tiempo que en el Angliru, ni hubo cortes, ni hubo sprint, porque en los dos últimos kilómetros surgió un belga del Quick Step, un equipo avezado en escaramuzas que rompió el orden establecido y lanzó un ataque múltiple de su equipo que piló al pelotón en el servicio adecentando su final.

Cuando Lampaert atravesó la linea de meta, alzó “les mans al vent”, con el cor al vent sabiendo que había ganado pero sin saber que además era líder de la carrera. Sin esperar ni lo uno ni lo otro. Sin soñar ni con lo uno ni con lo otro. Los favoritos, preocupados con no fallar, salvo Contador, que se dejó 13 segundos en la línea de meta, dejaban su lugar a los soñadores. Unos no quieren perder, otros buscan la victoria como Diógenes con la lámpara. Y la encontró Lampaert que engañó al pelotón yéndose al final y dejando segundo al velocista de su equipo, Matteo Trentin. Alguien engañó a alguien y se llevaron el gato al agua junto a los estanques de Gruissan, junto a la veleta enloquecida. Al pelotón, seguro.

El resto fue la cronología de la desgracia. El colombiano Atapuma se volvió a caer, como tantos otros, Froome tuvo una avería mecánica sin consecuencias, Pantano -el lugarteniente de Contador- intento abrir el abanico pero se le encasquillaron la varillas. Lo más parecido a un abanico fue el Estanque de Montady, seco como un secarral, tierra de viñedos en lo que fue agua hasta que fue drenado en 1720. Y como el agua se fue el viento, duro, no eras al alba, ciclistas al vent y otro líder debutante. Mañana empieza otra historia. La de ayer se la llevó el viento, tan tempranero, tan inoportuno. Salvo para Lampaert