Ángel Nieto, pionero y rebelde
No tenía nada y lo logró todo: ganar 12+1 campeonatos del mundo y encender la chispa del motociclismo en España
Exprimió sus días. Tan vitalista de lunes a domingo como pícaro fue en la pista. Siempre reía. A menudo, a carcajada limpia. Su papel como comentarista de televisión, desde que fichó por TVE-1 y, posteriormente, también por Mediaset, le permitió seguir en los circuitos cada fin de semana de carreras hasta hace pocos meses. Era un habitual del paddock. Él y su fantástica melena (ya cana) se paseaban a menudo de arriba abajo en una pequeña moto eléctrica que hacía paradas obligadas cada dos o tres metros: en todas partes le reclamaban para una foto o un autógrafo; cuando no era así, se detenía él a saludar. Besos y abrazos por doquier. Así era Ángel Nieto (Zamora, 70 años), fallecido ayer como consecuencia de las graves heridas que sufrió la semana pasada en un accidente de tráfico. El mítico piloto, que no quiso volver a correr en moto desde que se retirara, a los 39 años —“Quiero recordar la moto como yo la veía. Nunca he vuelto a ir deprisa”, decía en una maravillosa entrevista concedida a JotDown—, montaba en quad por la isla de Ibiza cuando recibió el impacto de otro vehículo. El campeón del mundo de motociclismo en 13 ocasiones (12+1, como él, supersticioso, matizaba siempre) moría días después.
Leyenda del motociclismo, Nieto fue un pionero y un rebelde. De familia humilde —“Los Reyes Magos venían poco a casa”, recordaba— y natural del barrio de Vallecas, donde montó hace años la discoteca Lover Club, su primera inversión, y donde tiene un centro de la ITV, trabajó de todo y en muchos lugares distintos hasta que logró convertirse en piloto. Empezó a currar a los 12 años. Y además de mecánico, fue fontanero, electricista y carpintero, todo un manitas. Se presentó a Paco Bultó un buen día, en el Retiro, donde iba a menudo a dar vueltas. Acabó en Barcelona, trabajando para Bultaco. Luego lo hizo también en las fábricas de Ducati y Derbi, la primera marca que le dio una moto para competir.
186 carreras y 17 huesos rotos en 24 años de Mundial dan para muchas anécdotas. Pequeñito y pillo, todavía hay muchos en el paddock que recuerdan cómo ganaba las carreras. Jugaba con sus rivales. Se divertía como pocos: amagaba con una frenada, confundía con las líneas, se guardaba unas décimas en el bolsillo para engañar a sus contrincantes. Hubo un día en que lanzó la caja de herramientas a la parrilla para que se tuviera que retrasar la salida y él, que había dañado su moto, pudiera repararla a tiempo: “La parrilla se llenó de tuercas, tornillos…, la organización los retiraba lentamente, mientras entre varios mecánicos y yo, que seguía con el mono de cuero y el casco puestos, cambiábamos el manillar”, relataba poco después de aquello. Otro en que se escapó de un hospital en Alemania tras una aparatosa caída porque tenía que correr una carrera, aunque por suerte (para él) el doctor llamó al circuito y lo evitó: “Se me pusieron cuatro alemanes delante y me llevaron para dentro. Estaba blanco”, recordaba recientemente.
Su primer campeonato del mundo, de 50cc, lo logró en 1969. Corría con Derbi. En 1972 logró los Mundiales de 50cc y 125cc el mismo día, en la última carrera de la temporada. Ganaría siete títulos de 125cc y seis de 50cc. Su dominio de las categorías pequeñas era tal que en los ochenta hasta se permitió faltar a dos carreras después de ganar el título. Quería “desconectar”. Nunca se preocupó por convertirse en el mito que era y es. Aunque le hacía mucha gracia, en unos años en los que en España no se hablaba de motos, alcanzar la fama y ser “como Raphael”. Lo que le preocupaba era pasarlo bien compitiendo. Y quería ganar. En 1984, en una entrevista en EL PAÍS, explicaba que no estaba obsesionado con superar el récord de 15 títulos mundiales de Giacomo Agostini. “¿De qué vale eso? ¿Qué ganaría yo? ¿En qué voy a mejorar? En nada. ¿De qué le sirve ahora a Napoleón estar en la historia? ¿Qué gana él con eso? ¿Iba a cambiar yo en algo por tener dos o tres títulos más?”. Tenía 37 años y se esforzaba por trabajar físicamente para correr en dos categorías, 125cc y 250cc. Lo intentó, pero no consiguió el mismo éxito en la categoría intermedia. Se retiraría dos temporadas después, en 1986. Y aunque nunca compitió en la categoría reina —salvo por aquel día en que corrió en el Jarama con una 500cc prestada —, sí montó un equipo en MotoGP, junto con El Pocero. Fue un fracaso.
Piloto, pero también padre, trató de evitar que en casa le emularan en los circuitos. “No me sirvió de nada”, admitió. Nieto, aun sin quererlo, inculcó su pasión por las motos a sus hijos mayores, Gelete y Pablo —al pequeño, Hugo, le tiraban más el tenis y el fútbol—, y también a su sobrino, Fonsi. Pero ninguno de ellos superó al mentor: 90 victorias entre 1964 y 1986 que le sitúan el tercero en el ranking histórico del Mundial, tras Agostini y Valentino Rossi, muy buen amigo suyo y de la familia.
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