Daniel Plaza: “Me desafiaron para hacer historia... y gané”
El marchador catalán logró el primer oro olímpico del atletismo español y Valentí Massana fue descalificado cuando acariciaba la plata
Gloria y miseria, éxtasis y drama, todo en unos metros, después de haber marchado durante más de 19 kilómetros. Daniel Plaza no olvidará jamás la explosión de júbilo que provocó su entrada en el Estadio Olímpico la calurosa tarde del 31 de julio de 1992, aderezada con una humedad del 89%. 25 años después, en silencio, la grada vacía, vestido de calle, se estremece: “¡Uff!, todavía se me pone la carne de gallina”. El triunfo colmaba una pasión, recompensaba los esfuerzos de media vida, abría las compuertas a una alegría desbordante, la del profeta en su tierra.
Y aun había más. Jordi Llopart, el hijo de Moisés, su entrenador, el mismo que había creado escuela y tutelado campeones en El Prat, muy cerquita del Estadio de Montjuïc, le había desafiado. “Dani, si quieres hacer historia tienes que quedar primero. Si no, siempre estaré por delante”, le repetía el marchador que había obtenido la primera medalla de oro para el atletismo español en unos Europeos (Praga 1978) y también la primera medalla en unos Juegos (plata en Moscú 1980). La única manera de superarle era ganar el primer oro del atletismo español en unos Juegos. Lo consiguió. “Ni en mis mejores sueños pensaba que eso me iba a suceder a mí”, suspira.
Su madre confiaba en él y en una ayuda extra. “Era devota de María Inmaculada. Le ponía velas cuando yo competía. Ese día le puso dos, en nuestra casa, en El Prat. Y cuando ya estaba en el circuito, a punto de dar inicio la prueba, empezó a temer que se las había dejado encendidas al lado de las cortinas. Envió a mi padre para que lo comprobara, no fuera a producirse un incendio. Así que mi padre no pudo ver la carrera hasta el final. Subió la cuesta a Montjuïc corriendo. La gente, los vecinos del pueblo que le conocían y los encargados de seguridad, iban gritando ‘¡Que es el padre de Dani!, ¡que es su padre!’, para que le permitieran pasar. Llegó prácticamente a la sala de prensa para abrazarse conmigo”. Fue el éxtasis.
El drama se había producido minutos antes. Plaza no se dio cuenta hasta mucho después. Valentí Massana fue descalificado muy cerca del estadio, cuando acariciaba, al menos, la medalla de plata. “Yo me giré un poco antes de entrar en el estadio para ver con qué tranquilidad podía recorrer los últimos metros. ‘¿Dónde está?’, me pregunté. Lo estuve buscando durante los últimos 800 metros. Yo entendía que, depende de cómo llegásemos al final, podía esprintar y ganarme. Había un margen de 10 segundos, que en nuestra prueba es bastante, pero cabía esa posibilidad. Él y yo habíamos esprintado a veces en otras pruebas. A veces ganó él y a veces, como el año siguiente, yo, aunque normalmente nuestras pruebas no se deciden en los últimos 500 o 1.000 metros”.
La descalificación es el gran temor de los marchadores. Un pie un poco más arriba de lo debido puede fundirles. En el caso de Massana, en una prueba como los Juegos, en casa, la descalificación fue trágica. Subiendo los temibles 800 metros hacia Montjuïc, poco antes de la entrada al túnel de acceso al estadio, fue amonestado por tercera vez. Adiós a la medalla más soñada. “Yo recibí un aviso, pero la verdad es que no iba preocupado”, relata Plaza. “Habíamos trabajado mucho la técnica porque a mí, en el Mundial de un año antes, me descalificaron después de haber llegado tercero. Siendo los dos españoles posiblemente no nos iban a dejar llegar juntos. Y cuando vas emparejado es más fácil cometer un error. Di la vuelta de honor y todavía no me había enterado. Pensé que podía haber sufrido un desfallecimiento”.
Plaza y Massana estaban condenados a ser rivales acérrimos. Eran los dos mejores españoles y estaban en la élite mundial. “Los títulos se decidían por lo que pudiéramos hacer nosotros. Pero supimos separar la parte competitiva de la personal. Muchas veces entrenábamos juntos y creo que lo hemos sabido llevar bien”. De hecho, Plaza quedó con Massana el pasado 30 de junio en el Serrahima, junto al Estadio, para departir mientras presenciaban el Mitin Ciutat de Barcelona. “Intentamos no pasarnos el rato contando batallitas. Hicimos competiciones en las que nos ayudamos. Recuerdo la final de la Copa del Mundo de Monterrey en la que escapó un grupo y Valentí dijo: ‘Espérate, espérate, que van a caer, ya verás’. Esperamos, y al final él quedó segundo y yo cuarto. Eso sí, en los Juegos cada uno hacía su táctica y si tenías que dejarlo atrás, lo hacías”.
La clave aquel día de hace 25 años se produjo en el kilómetro 14. “Ahí fui capaz de sacarles unos 10 segundos”, cuenta el campeón olímpico. “Nos jugábamos el color de las medallas porque solo quedábamos tres. Luego con Valentí pasó lo que pasó. Con él, de Barcelona no hemos hablado nunca. Para mí es muy importante. Él asumió lo que sucedió en su momento y ya está. Y ganó el Mundial del año siguiente”.
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