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Agonía y triunfo de Calmejane en la octava etapa

El joven francés se impone acalambrado en las montañas del Jura, por donde el Sky lanza al pelotón a 42 kilómetros por hora bajo la canícula. Froome conserva el amarillo

Carlos Arribas
Lilian Calmejane, tirado en el suelo con calambres tras ganar la etapa.
Lilian Calmejane, tirado en el suelo con calambres tras ganar la etapa. CHRISTIAN HARTMANN (REUTERS)

Ha terminado la etapa, que se ha llevado el debutante Calmejane, y en la que Chris Froome ha conservado su ventaja de 39 segundos sobre Richie Porte y de 52 sobre Alberto Contador. Ha terminado, pero Fabio Aru, tercero en la general a 14 segundos, sigue pedaleando sin moverse del sitio en una bici estática. El irónico periodista de la RAI que se acerca a entrevistarle le saluda con un “¿qué? ¿desfatigándote?” al que Aru, que aún viste el maillot de lunares del reinado de la montaña que acaba de perder, entra con alegría al saludo. “Ojalá pudiera haber ido a este ritmo toda la etapa”, dice el sardo que tan duro ataca mientras pedalea ligero. “¡Menuda paliza nos hemos dado!, y mañana será el día más duro”.

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La paliza que se dio el pelotón atravesando el Jura por, tomando prestadas las palabras con que las describió Aru, carreteras tortuosas, sin un metro de llanura, se la infligió el Sky todo blanco, y Froome de amarillo, que decidió atar corta una fuga en la que participó medio pelotón. De la cincuentena larga de los fugados solo dos sobrevivieron 180 kilómetros más adelante, en la meta, a la depredación del Sky, que no dejó al grupo respirar más allá de 2m 30s de ventaja.

No quería Froome que ninguno de los que se encuentran a menos de tres minutos en la general y estaban en la fuga se encontraran con un regalo de minutos. El holandés Robert Gesink quedó segundo; el francés Lilian Calmejane le ganó por 37s, si se mide su victoria en tiempo, y por una relación estoica, casi heroica, con el dolor, si se mide en sufrimiento.

Calmejane es un cátaro de Albi, más que un ciclista un luchador, ni escalador ni rodador ni sprinter, que sobrevivió a la cruzada del obispo católico pese a que a cinco kilómetros de meta llegó a pensar que todo estaba perdido. Las piernas se le acalambraron y empezaron a dolerle de verdad, casi impidiéndole pedalear.

Superó la crisis inducida por la inevitable deshidratación a que condena rodar durante más de cuatro horas a pleno sol del Jura, a más de 30 grados, a casi 42 kilómetros por hora, y por unas carreteras que no ofrecían piedad ni respiro. Bajó el desarrollo y pedaleó más ligero, y con el rostro convertido en una máscara de dolor que le llevó a la felicidad.

Es la segunda victoria importante de la carrera de Calmejane, de 24 años, el prototipo de lo que los franceses llaman baroudeurs, aventureros en fuga, que encontró en su compañero de equipo Thomas Voeckler un espejo en el que mirarse. La anterior la consiguió de manera similar en la Vuelta a España de 2016, en San Andrés de Teixido.

Bernard Hinault se ha jubilado de su trabajo como relaciones públicas del Tour, y dice que dedica el día a jugar con los nietos, pero, como el vendimiador que se lleva uvas para merendar, de vacaciones ha elegido hacer el Tour como un seguidor más, lo que no le impide seguir hablando y martilleando con la cantinela de que en sus tiempos sí que eran heroicos los campeones.

“Atacábamos a 150 kilómetros de la meta y nos jugábamos la victoria los más fuertes, mano a mano, sin equipo alrededor”, dice en Le Figaro el último francés que ganó el Tour (y cuatro más antes). “Ahora el control de los equipos fuertes, de sprinters o de líderes, asfixia las carreras. Las fugas parten ya derrotadas de antemano y la general se la juegan en el último puerto”.

Aunque no se refirió al asunto, Calmejane, un atacante, seguramente esté de acuerdo, aunque su capacidad para romper el cerrojo del Sky un día tan duro da aún más valor a su acción hacia Les Rousses. Y a Nicolas Portal, el director del Sky e ideólogo de la táctica destructora de su equipo, le gustaría estar de acuerdo, pero no puede.

“A mí me gustaría poder correr el Tour con la libertad con la que corrimos el Dauphiné, con Froome atacando sin miedo, pues le daba lo mismo ganar que perder, y disfrutó mucho el día del Mont du Chat, y su descenso con Porte y Fuglsang”, dice Portal. “Pero si quiero ganar el Tour tengo que trabajar de otra manera. En los tres Tours que hemos ganado con Froome hemos tenido el maillot amarillo más de la mitad de los días, y eso me hace exigir mucho a mi equipo. Dicen que correr a la defensiva, como lo hacemos nosotros, es más fácil, pero no es así. Es más seguro, sí, pero mucho más difícil y cansado”.

Nada más terminar la etapa, Mikel Landa, uno de los de la patrulla Sky, se desfatigaba pedaleando estático. “¡Qué paliza!”, dice el alavés, que estuvo de vigilante en la fuga y luego de perseguidor con Froome. “Y ni siquiera ha caído el chaparrón que anunciaban. Cómo me habría gustado que lloviera para refrescarnos. Y mañana es la etapa más dura del Tour”.

Noches de ‘Narcos’ para Contador y Pantano

El hombre de las montañas de Alberto Contador se llama Jarlinson Pantano, y es colombiano, de Cali. Con él también comparte habitación el líder del Trek, lo que significa buscar un acuerdo para ver lo mismo por la tele después de cenar. “Estamos viendo Narcos por Netflix, Colombia obliga”, dice el escalador de Pinto. “No sé si es lo más adecuado para recuperar la tranquilidad después de la fatiga y el estrés de las etapas, pero ahí estamos”.

Quizás el juicio de Contador sobre la capacidad de una serie violenta para tranquilizar los espíritus agitados mejoraría si en el Narcos televisivo hubieran dedicado algún capítulo a la afición de Pablo Escobar por el ciclismo, y no solo a su pasión por los rallies. En Medellín, Escobar construyó un velódromo en el que organizaba carreras nocturnas, y su hermano, Roberto Escobar, Osito, llegó a ser ciclista profesional de un nivel no malo. También patrocinó un equipo ciclista con su marca de bicicletas, Ositto, antes de acabar en la cárcel por su participación en el cartel de Medellín y el narcotráfico. Allí una carta bomba le hizo perder un ojo y le dejó casi sordo. Aún vive. Ha organizado una ruta Pablo Escobar en Medellín y una casa museo también dedicado a su hermano. Y cuando hace de guía, sigue hablando de ciclismo, su pasión.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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