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Pizzi, el antipersonaje

Alejado del dogmatismo y el liderazgo épico de sus predecesores, Bielsa y Sampaoli, el seleccionador de Chile heredó el cargo en el momento más difícil y cedió el protagonismo a los jugadores

Diego Torres
Arturo Vidal y Juan Antonio Pizzi, ayer en la conferencia de prensa.
Arturo Vidal y Juan Antonio Pizzi, ayer en la conferencia de prensa.MAXIM SHEMETOV (REUTERS)

El 26 de junio de 2016 fue el día más glorioso de su carrera como entrenador. Pero cuando Juan Antonio Pizzi se sentó en la sala de conferencias del estadio de Nueva Jersey tras conquistar la Copa América, una profunda arruga le partió la frente. Parecía un hombre abatido mientras emitía el mensaje protocolario sin expresar apenas un sentimiento de felicidad, hasta que un periodista le pidió que revelara lo que había en “su alma”. Ante tamaña demanda, el interpelado lanzó una mirada desesperada al inquisidor y dejó entrever la tormenta por una ranura. “Todas las cosas que he conseguido en mi vida me han costado un enorme sacrificio”, dijo, con la voz quebrada. “He tenido y seguiré teniendo muchas más desilusiones que alegrías. En el vestuario pensaba en la final que perdimos con la Universidad frente a la Católica; y me acordé de una final con Rosario Central que también perdimos; y de la final que perdí con San Lorenzo, y de la final que perdí con León, y de la semifinal que perdí con el Valencia en la Liga Europa”.

En la cumbre de su vida profesional Pizzi se acordó del gol que le metió Mbia al Valencia en el minuto 94, truncando en Mestalla (3-1) la posibilidad de disputar la final de la Liga Europa de 2014 y permitiendo al Sevilla de Unai Emery conquistar el primero de sus tres trofeos europeos consecutivos. Ese verano, después de seis meses en los que logró mejorar la clasificación, Peter Lim lo despidió.

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“En el Valencia lo hizo muy bien”, observa el exseleccionador español Javier Clemente; “pero se encontró con una situación muy complicada y cuando Lim compró el club él tuvo que irse. Son cosas de presidentes. Los presidentes no entienden de fútbol”.

“Para ser buen entrenador no se puede ser mala persona”, dice Clemente, que le llevó al Mundial de Francia aprovechando su doble nacionalidad, hispanoargentina, su instinto goleador, y el cariño de sus colegas. “Juan Antonio es una persona extraordinaria”.

Los futbolistas que se ganan la vida haciendo goles suelen ser gente exaltada. A la mayoría los embarga el fanatismo autorreferencial, conscientes de que su acierto depende de su fe, y de que su fe depende de alimentar el amor propio. Pizzi, que nació en la ciudad argentina de Santa Fe hace 49 años, fue un nueve clásico pero su temperamento le distanció del arquetipo. En el ganador del pichichi de la Liga en 1996 el ego permanece clausurado. Metía goles por bravura y porque razonaba cada movimiento con sentido administrativo. Como entrenador ha logrado que sus equipos jueguen un fútbol académico, incluso exultante, armándose de una dialéctica sencilla. Lidera sin carisma y se expresa lacónico. Su carácter es el opuesto de sus predecesores, Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli, ambos objeto de la fascinación popular que inspiran los personajes míticos.

"Hasta los enfermos de Alzheimer se acuerdan de cómo juega Chile", juzga el exinternacional Leonardo Véliz

A Bielsa, figura que en Chile alcanzó categoría de prócer nacional, la gente le llamaba Loco regocijándose en su extremismo. A Sampaoli, otro excéntrico, la prensa le impuso el epíteto de Mini Yo, en referencia a Austin Powers. A los chilenos les chiflan los sobrenombres. Pero no saben cómo rebautizar a Pizzi.

“Yo no tengo nada especial”, cuenta en su biografía, Creer lo imposible; “pero como delantero siempre sabía que tendría una oportunidad de marcar”.

Lejos de pretender dejar su sello, Pizzi conservó la estructura de Sampaoli. Ante el afán contemporáneo de fabricar narrativas, él permanece distraído. El mercado, siguiendo el estruendo, tampoco le valoró. La federación chilena no le consideró cuando Sampaoli presentó la renuncia. Primero llamó a Bielsa, luego a Berizzo.

Tras la apoteosis de la Copa América de 2015, en Chile se esperaba un gestor del declive. Bielsa se impulsó en la juventud de la plantilla. Sampaoli se apoyó en la determinación de los jugadores por demostrar que eran ellos los relevantes y no Bielsa. Las palabras de Arturo Vidal al diario alemán Süddetusche Zeitung, exhiben las motivaciones del vestuario: "Bielsa no tiene nada que ver con nuestro éxito".

Después de la fiesta el panorama que encontró Pizzi fue de anticlímax. La reconquista de la Copa América el año pasado resultó una gesta inesperada para casi todos. El mérito también corresponde a un técnico que dejó que los protagonistas —por fin— fuesen los futbolistas.

Leonardo Véliz, alias Pollo, fue político después de ser entrenador y miembro de la selección chilena en el Mundial de 1974. "Hasta un enfermo de Alzheimer", dictamina, "se acuerda de cómo juega esta selección".

A fuerza de procurar que todo fluya sin alteraciones artificiales, el seleccionador consiguió que el equipo de Chile se constituya en un fenómeno con vida propia. Una realidad pretérita, presente y futura, en la que él parece ocupar un lugar accesorio.

Esta tarde Chile enfrentará a Alemania en la final de la Copa Confederaciones con un precedente nefasto. Los chilenos jamás en su historia se impusieron a Alemania en un partido oficial. En este juego lo normal —lo sabe Juan Antonio Pizzi— es perder.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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