Carles Viñas: “La izquierda siempre ha ido a contrapié con el fútbol”
El historiador barcelonés y el abogado Natxo Parra han escrito un libro para explicar el fenómeno de un equipo de culto en la izquierda alternativa
Parafraseando al Manifiesto Comunista, se podría escribir que un fantasma recorre el fútbol europeo, un fantasma que ondea una bandera pirata, una afición roja y una camiseta marrón. Es un equipo de la segunda división alemana, se llama St Pauli, como el barrio de Hamburgo en el que fue fundado en 1899, y agrupa a su alrededor el culto de aficionados de toda Europa. Es un club perdedor. Su lema, para gritarlo en el estadio y en manifestaciones en las calles de todo el mundo, sería todo el poder para los aficionados, y no para el consejo de administración. Su afición es militante contra el fascismo, contra la homofobia, contra el sexismo. Sobre este fenómeno, más cultural y político que futbolístico, el historiador Carles Viñas (Barcelona, 1972) y el abogado laboralista Natxo Parra (Barcelona, 1982) han escrito St Pauli, otro fútbol es posible (Editorial Capitán Swing). “La paradoja es que el éxito del fútbol moderno, en el que los equipos son marcas comerciales, explica el éxito del St Pauli”, dice Viñas, que reflexiona sobre el fútbol y la izquierda. “Yo soy del fútbol combinativo. Prefiero jugar bien y perder que jugar mal y ganar”.
Pregunta. ¿Por qué un libro sobre el St. Pauli?
Respuesta. Nace de la intriga. ¿Por qué un club perdedor, sin ningún éxito en su palmarés tiene tantos seguidores en todo el mundo? La gente, normalmente, se hace de clubes ganadores, Chelsea, Madrid, Manchester United, Barcelona... Y me interesaba explicar por qué hay este seguimiento masivo en todo el mundo por un club pequeño, de la Segunda División alemana...
P. ¿El St Pauli ha sido siempre así?
R. El club se transforma. Nace en el siglo XIX como un club burgués, básicamente, vinculado a la elite de Hamburgo y actualmente es un referente de la izquierda alternativa internacional. Era interesante explicar cómo se produce este proceso a mediados de los 80, este cambio de club normal a club de culto. Todo coincide con la emergencia del movimiento okupa en Hamburgo, el movimiento autónomo, el punk de no hay futuro en la Alemania liberal de Helmut Köhl y sus pactos con la OTAN. Un pequeño grupo de squatters comienza a ir al Millertorn, el estadio del St Pauli, que no estaba muy lejos del barrio okupado, y poco a poco se transforma la afición.
P. Su exaltación actual coincide con el esplendor del fútbol más asociado al marketing o al capitalismo financiero. Y usted, en su libro, lamenta la contaminación capitalista del fútbol. ¿No hay un cierto romanticismo en esa idea? El fútbol nació con el capitalismo...
R. El fútbol eclosiona a raíz de la revolución industrial en Inglaterra y se expande gracias a la voluntad imperial-industrializadora británica. Pero er una época de un capitalismo productivo, muy diferente de la actual fase capitalista. Pero todo evoluciona hasta que mediados los 80 el Manchester United decide intentar una operación para convertir el club en una marca mundial. Son los pioneros y por eso aún son el club con más ingresos en el ránking mundial. Y hasta parece ahora que el objetivo ahora de los grandes clubes no es tanto ganar más títulos sino ser la empresa que genera más ingresos, clientes y consumidores pasivos.
P. El estadio es también el espacio en el que el individuo se convierte en masa y no se corta a la hora de dejar hacer a sus bajas pasiones: violencia, insultos racistas... Esto no parece muy de izquierdas...
R. Hay una parte de bajas pasiones, sí, pero también otros elementos. El racismo del estadio es el racismo inherente a la sociedad. El estadio es un espejo que lo refleja. La masa del fútbol en sí es un objeto al que siempre se ha buscado instrumentalizar por el régimen de turno, por el gobierno que sea. Esto pasa con los éxitos de la selección o de cualquier club local para explotar la imagen con fervor patriótico o cualquier tipo de causa. La eclosión del fútbol como fenómeno de masas cogió a la izquierda a contrapié y como no lo pudo controlar, de entrada lo menospreció, un deporte burgués para atontar al proletariado. Y la ultraderecha se apoderó del espacio.
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