Palidecimiento de una época dorada
Toni Nadal relata desde París sus experiencias, en exclusiva, para los lectores de EL PAÍS
Cuando Rafael debutó en Roland Garros en el año 2005, la representación española, compuesta por 19 jugadores y siete jugadoras, era una de las delegaciones más impetuosas del circuito. Once de los jugadores masculinos tenían menos de 25 años y les augurábamos un largo recorrido.
Desde la irrupción de los hermanos Sánchez Vicario a finales de los ochenta en el circuito mundial, una pasión invisible convirtió a España en una potencia del tenis. Durante años nuestros jugadores han recibido un nombre tan bélico como cariñoso, la armada española, no solo por la cantidad sino también por la calidad de sus integrantes: muchos ganadores y finalistas de torneos del Grand Slam, medallas olímpicas, Copas Davis y Copas Federación.
Mencionarlos a todos ocuparía todo el espacio del que dispongo, pero estoy seguro de que el lector tiene a buen recaudo las muchas horas de buen tenis y victorias que nos han proporcionado Conchita, Medina, Arantxa, Ruano, Muguruza, Ferrer, Ferrero, Costa, Bruguera, Moyà, Verdasco, Robredo, Corretja, Nadal y un largo etcétera.
En el año 2017, el aficionado español sigue teniendo motivos suficientes para ilusionarse con las expectativas de ambos cuadros, pero atendiendo a las características de la representación actual ya podemos barruntar que se avecina el fin de la época dorada. El cuadro masculino está compuesto por 11 jugadores, siete de los cuales estaban ya en el 2005 y ninguno de ellos tiene menos de 25 años. El cuadro femenino está formado sólo por cuatro tenistas, si bien es verdad que tres de ellas no han cumplido aún los 26 y dos están llamadas a dar mucho que hablar.
La lectura es evidente. Es difícil pensar que esa continuidad que parecía asegurada hace 12 años pueda mantenerse por mucho tiempo. Si uno no quiere pensar que esos 30 años de supremacía son circunstanciales o azarosos, y este es mi caso, debemos ocuparnos en analizar qué circunstancias nos han llevado a poner en peligro esa bonanza.
Es un hecho que el tenista español ha destacado en un estilo de juego que ha pasado a mejor vida. Nuestros jugadores han sido siempre apasionados, correosos, luchadores y, sobre todo, especialistas en un tenis que está dejando paso a otro estilo basado en la velocidad de la bola para resumirlo en muy pocas palabras. Impera la necesidad de que nos adaptemos a las nuevas características del juego si no queremos vernos arrumbados en unos pocos años.
Y como en todos los ámbitos formativos, no sólo en el que ahora nos ocupa, los cambios, la necesaria aclimatación a los nuevos mandatos pasan por la actitud de todos los implicados —profesores de tenis y alumnos— y no tanto por los medios e infraestructuras de primer orden que poseemos a día de hoy. No es difícil imaginar que el contexto de hace 30 años era mucho menos favorable que el actual; por tanto, lo que hay que recuperar es esa pasión y esa ambición por querer destacar.
El talante lo hemos tenido. Deseo pensar que seremos capaces de revertir los efectos de una realidad demasiado laxa y fácil que amenaza con acabar con nuestro sueño tenístico.
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