Zidane, el triunfo del aprendiz
El técnico del Madrid, que se ha hecho con el oficio trabajando y olvidándose de su pasado de estrella, cumplió la promesa que hizo a los jugadores de que todos serían importantes
Zidane, Sisú, como lo pronuncia Sergio Ramos, llegó al banquillo del Real Madrid sin apenas experiencia, salvo la que tuvo en sus meses al frente del Castilla. Llegó en pleno incendio, en enero de 2016, con la misión de apagar las sirenas y que el equipo no cayese en los octavos de Champions. El horizonte, después de seis meses de Rafa Benítez, estaba tan lleno de nubarrones que el único objetivo era evitar males mayores. Zidane prometió “ilusión y trabajo”. 17 meses después, con una Champions, una Supercopa de Europa, un Mundialito y una Liga en la buchaca, algunos siguen viéndole como un novato inexperto al que le acompaña la flor.
Para él, sin embargo, no hay más misterio que el trabajo diario. “Si se trabaja, es imposible que las cosas salgan mal”, dijo el día de su presentación. La tarde anterior, el presidente Florentino Pérez le llamó y le dijo: “¿Estás dispuesto a asumir el reto?”. “Estoy preparado, sí”, le contestó el técnico francés. “De no haberse sentido preparado, habría dicho que no sin ningún tipo de problema. Por eso no nos sorprende que las cosas hayan ido así de bien. Tiene una enorme personalidad, conoce el vestuario del Madrid y no es ningún niño”, apuntan desde el club.
Sonreían ayer al verle tan tímido y avergonzado en los actos oficiales en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid. Era de los pocos que no llevaba gafas de sol para ocultar los rastros de la larga noche de celebraciones. Es más, dicen que no paraba de repetir en bucle que hay que centrarse en el día 3 de junio, fecha en la que el conjunto blanco buscará, en Cardiff, un doblete histórico por partida doble. Ningún equipo ha ganado dos Ligas de Campeones seguidas desde el nuevo formato de la competición; y el Madrid no consigue el doblete Liga-Copa de Europa desde 1958. A la vuelta de Gales, Zidane se sentará con Florentino Pérez para negociar su renovación (termina contrato en 2019). El presidente ya le ha hecho saber que quiere ampliar su contrato.
Zidane siempre ha huido de los focos, también cuando era jugador. Por timidez y por su manera de ser tan introvertida. El fotógrafo Philippe Bordas, que le siguió en sus últimos 100 días antes de que Zidane colgara las botas, para la exposición “ZZ, Zidane con todas sus letras”, contaba el pánico que tenía a posar sin camiseta. “Nunca se había hecho una foto con el torso al descubierto. Estaba aterrorizado por que saliera en la prensa”. No le gustaba hablar en público y en el club le veían decir buenos días y poco más. Cuando asumió el cargo, el cambio chocó a más de uno en las oficinas del Bernabéu. Pensaban que eso era lo que más le costaría. Y sin embargo, consciente de su nuevo papel, Zidane se sentó delante de los micrófonos y de las cámaras un día sí y otro también con una serenidad contagiosa.
El primer mensaje
Desde el despacho de Valdebebas, los integrantes del cuerpo técnico suelen escuchar todas sus comparecencias. Sin gestos a la grada, sin palabras ni discursos altisonantes, sin enfados, sin inventos tácticos que quedarán en la historia de los libros de fútbol, el técnico francés se ha limitado a trabajar. Y aprendió haciéndolo. Se olvidó de su pasado de estrella, se mostró cercano pero a la vez puso las distancias necesarias para marcar los roles. Se dedicó a gestionar el grupo, a rotar, a cambiar sistemas de juego entre un partido y otro y durante. A convencer a Cristiano de que, además de un futbolista extraordinario, también era humano y que los humanos necesitan descansar de vez en cuando sin que ello les reste peso ni protagonismo, al revés.
El único fichaje que solicitó (en verano dijo al club que si había que hacer un esfuerzo económico se hiciera por Pogba, pero resultó ser demasiado caro) fue el de Antonio Pintus, el preparador físico que tuvo en su época de jugador de la Juve. Con él al mando, arrancó la pretemporada de cero. Ya no heredaba un trabajo hecho, sino que lo plasmaría él. El primer mensaje que trasladó a la plantilla fue que el grupo mandaría, que había una plantilla de 24 jugadores y que todos, quien más y quien menos, serían importantes. Algún testigo cuenta que esa charla fue escuchada con cierto recelo. Sonaba a la misma frase hecha que suelen decir todos los entrenadores para quedar bien y que luego, a la hora de verdad, nunca se pone en práctica. Con sorpresa se dieron cuenta pronto, sobre todo los menos habituales, de que no era una frase más.
Gen italiano
El Madrid que se proclamó campeón de Liga el domingo en Málaga salió indemne tras semanas de ausencias de Casemiro, Modric, Kroos y Sergio Ramos; incluso de Bale y Benzema, parte de los fijos del equipo. Salieron ellos, entraron los Kovacic, Nacho, Lucas, James, Morata, Isco, Asensio, Danilo... y el resultado quedó invariado. “El mérito de este triunfo es de los jugadores, que han creído en el mensaje que quería darles. Son ellos los que están en el campo, los que sufren y luchan. Es difícil que jueguen todos y que todos lo hagan bien. Esa ha sido la clave y yo formo parte de ello”, analizaba Zidane el domingo en La Rosaleda mientras intentaba encontrar las palabras para explicar cómo se sentía. Finalmente, lo resumió en que era el día más bonito de su carrera profesional.
De la misma manera que Zidane se ha acoplado a vivir bajo los focos mediáticos, su Madrid se ha adaptado a hacer frente a todo tipo de situaciones. El técnico siempre dice que su escuela fue el fútbol italiano y parece haber trasladado al equipo algo de ese gen. No en cuanto a carácter ni competitividad, porque al Madrid siempre le ha sobrado eso, pero sí en cuanto a hambre para ganar donde antes daba más pereza. También para manejar con inteligencia y paciencia los tiempos del partido y no perder la cabeza si durante un rato se cede el dominio y el protagonismo.
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