El Madrid más total
¿A qué juega el equipo de Zidane? A ganar. ¿Y cómo? De numerosas maneras, porque la diversidad y pluralidad han sido su arma nuclear
La unanimidad sobre la indiscutible Liga del Real Madrid, a la que se ha sumado el Barça, no desvela un intríngulis: ¿Cómo juega quien puede marcar un hito si sella en Cardiff un doblete que se le resiste desde 1958? La gesta, de producirse, debería acuñar una etiqueta para la posteridad. Hubo un Madrid de Di Stéfano, otro Yé-yé, otro de La Quinta y hasta uno, aunque muy forzado, de zidanes y pavones. Ocurre que no es nada sencillo descodificar a este equipo, porque no tiene un estilo único y es un mixto generacional. Ni siquiera está clara la supremacía absoluta de su icono, Cristiano, sobre el resto de meritorios, que son una factoría. Hasta puede que haya algo de casual en la confección de la plantilla, a contrapié de las políticas de pasarela estival impuestas desde el palco durante años. La inversión más modesta en el mandato de Florentino Pérez, unos 40 millones entre Morata y Asensio, ha dado con la reconquista de la Liga y uno de sus proyectos más atractivos. En ocasiones, lo barato enriquece. Con nuevos relumbrones o sin ellos, al Madrid nunca le fueron los ataques de estilo. Siempre le importó un pimiento el pensamiento único del que otros no solo alardean, muchas veces con motivos, sino que precisan como sustento para perpetuar una idea. En el Madrid los credos fluyen del derecho y del revés. También costaría dar con la doctrina del Zidane futbolista, tan adaptable a Francia como a la Juve y al Real.
Es precisamente la falta de un garbo único y ese exitoso volantazo presidencial lo que destila el encanto de este campeón. El tiempo dirá, pero quién sabe si no estamos ante una imprevista y sutil revolución. La de un equipo que no ha sido sublime, cierto. Tampoco siempre embriagador, ni mucho menos, pese a dejar varios partidos y trechos de otros de gran calado. Pero no se ve por el retrovisor a una plantilla con tanto catálogo, con tal variedad de registros bien dosificados. A un conjunto tan capaz de jugar a la contra como al pie; de correr y frenarse; y de salir a flote cuando se le cree hundido. De envidar con un variopinto racimo de volantes o echar cuentas con extremos; de adelantar o retrasar la retaguardia; de encontrar refugio con la pelota o sin ella… Y todo para contrariar a los adversarios, que difícilmente pueden interpretar lo que les espera. No ya en un encuentro determinado, sino de un minuto a otro en la misma partida. Nadie ha engañado más que este Madrid A o B.
Durante el curso, el gregarismo madridista ha dejado un sinfín de huellas inopinadas. Un simple ejemplo: sus dos últimas victorias en Chamartín llegaron con el sobresaliente de sus laterales izquierdos, uno fetén (Marcelo) y otro camuflado (Nacho). El primero sorprendió al Valencia con un remate terminal con ¡la pierna derecha! El segundo destempló al Sevilla con una pillería en una falta destinada a los generales, Sergio Ramos o Cristiano.
El do de pecho significado de Marcelo y Nacho desvela otra extraordinaria virtud del grupo: la autoestima. Solo así se entienden dos acciones tan bizarras. O el descuelgue de Casemiro al área rival en los últimos meses, la madurez de Isco frente a las intermitencias de Bale, la pujanza de Carvajal y Marcelo como ventiladores, la fulgurante irrupción de un novato como Asensio, el fabuloso repunte de Keylor Navas... Y el remar de Lucas Vázquez, el turbo de Kovacic, la geometría y peritaje de Kroos y Modric o la puntualidad goleadora de Morata. Todo con un Benzema que es un nueve de mentira tan estupendo que disimula que el auténtico es CR, quien ha pasado de amenazar a cualquier contrario desde el sector que fuese a mutar en un Hugo a la portuguesa. Ante los requerimientos de Zidane, el grito siempre fue en formación: ¡Presente! Y para lo que sea menester.
Los autos de fe individuales y colectivos permitieron que el equipo se sostuviera en los momentos con más espinas. En el arranque del curso, con CR lesionado y un incesante goteo de bajas. Tampoco hubo el desplome previsto tras el engorroso Mundialito de Clubes. Se le escapó la Copa con el Celta y llegó una derrota ante el mejor Sevilla de la temporada, pero nadie se inmoló. Como nadie palideció más de lo necesario con el Messi desatado del Bernabéu. Para todo tuvo respuestas este Madrid de nachos, cristianos, iscos, marcelos... De córneres de Kroos y cabezazos de Ramos. El contagio del 93 del capitán. Si no llega él al rescate ya lo hará otro.
Es aclamada la fortificación defensiva del Juventus, como lo fue el passing game del Liverpool de los setenta, el achique invasor del Milan de los holandeses, la audacia del Dream Team o el toque delicado del Barcelona de Pep Guardiola. ¿Y este singular Madrid? A este Madrid le falta recorrido y posterior perspectiva analítica, por supuesto, pero sí cabe una aproximación a un Madrid total. No porque su fútbol haya sido versallesco, pero sí por su infinita veta de registros y su adecuada explotación.
¿A qué juega el Madrid? A ganar. ¿Y cómo? De numerosas maneras, porque la diversidad y pluralidad han sido su arma nuclear frente a Messi, Suárez y Neymar, el único parapeto del Barça. Un Barça al que se le ha visto venir y un Madrid con mil direcciones y otros mil atajos. Un Madrid tan complejo a primera vista como cegador por su dispar y, a veces incluso sinfónico, inventario. Toda orquesta con frac requiere de un maestro de ceremonias que esté a la altura: Zidane. Veremos si le dejan continuar como tutor de una plantilla colosal o llegan las interferencias con fichajes de purpurina a enhebrar con fórceps. Lo primero sería más subversivo. El fútbol no tiene precio y, a veces, ya no queda qué comprar.
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