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Francesco Totti
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gracias por todo, ‘Capitano’

Francesco Totti juega este domingo su último partido con la camiseta de la Roma Hizo sentir a su afición única durante 24 años

Francesco Totti, el pasado 14 de mayo, durante Roma-Juventus.
Francesco Totti, el pasado 14 de mayo, durante Roma-Juventus.ANDREAS SOLARO (AFP)
Tommaso Koch

El tifoso de la Roma siempre espera, pero casi nunca gana. Cada agosto, parece llegar "l'anno bono". Sin embargo, solo lo es cada cuarto de siglo. Es decir, en tan solo tres ocasiones el aficionado giallorosso ha mirado a toda la liga desde arriba y gritado: "¡Campeones!". Está mucho más acostumbrado a recomponer en primavera sus sueños rotos y guardarlos en el cajón para la siguiente temporada. Fantasea con su triunfo mientras asiste al de otros. Y, aunque tal vez jamás lo admita, en los momentos peores hasta se pregunta qué se debe de sentir al ser de un equipo vencedor: el Real Madrid, el Bayern Múnich o, por más que la considere peor que el diablo, incluso la Juventus.

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Pese a ello, desde hace años, el tifoso romanista gana cada domingo. Quizás, incluso cada día. El empate encajado, cómo no, en el último minuto, o la remontada solo rozada le resultan dramas menores. Porque él tiene algo más, que todo el mundo del fútbol le envidia. Porque sabe que nadie, ni en el Real Madrid, ni en el Bayern, ni mucho menos en la Juventus, siente lo mismo que él. Porque cada vez que mira la camiseta número 10 sonríe. Que los demás se queden trofeos y medallas. Él tiene el amor de un símbolo.

“Solo hay un capitano”, corean los aficionados de la Roma. Y lo creen, de verdad. Pero, en el fondo, lo que reivindica su canción es que cada uno de ellos también es único. Y se lo debe precisamente a su capitano. Saben que Francesco Totti pudo tomar cualquier otra decisión. Y que una vez hasta estuvo cerca de irse. Los mejores equipos del planeta le prometían copas, millones y gloria. Muchos aficionados hubiesen entendido su adiós. Habría sido lo normal, lo sensato. “Mejor para él”, se murmuraba, como de un hijo, un hermano o un amigo al que se desea la más feliz de las vidas. Para un romanista, al fin y al cabo, Francesco es uno más de la familia.

Pero Totti dijo no. Lo repitió. Frente a una carrera de triunfos, escogió la Roma. Su Roma, su gente. Eligió, sobre todo, a cada uno de los aficionados. Y le dijo que prefería quedarse ahí, a su lado, a sufrir y alegrarse con él, y que nunca se marcharía.

De pronto, los hinchas de la Roma descubrieron que podían valer más que las sirenas del éxito. En un fútbol cada vez más podrido y esclavo de cheques y carteras, Totti iba a contar una historia distinta. 24 años de amor, 785 partidos con una sola camiseta. Y ellos, por una vez, serían los protagonistas. El mundo entero se emocionaría con su fábula. Habría chavales en Brasil con la foto del capitano como fondo de pantalla del móvil o niños en una playa de Cabo Verde que conocieran de Italia sobre todo “Francescó Tottí” —ejemplos reales ambos—. Y al hablar con otro nuevo admirador, el romanista siempre sonreiría y pensaría: “Sí, es mi capitano”.

No solo por primera vez en la historia el mejor jugador del fútbol italiano vestía la camiseta giallorossa. No solo era “romano de Roma”, como reza la fórmula reiterativa con la que los habitantes de la Ciudad Eterna presumen de su origen. Era, además, uno de ellos. Porque Totti encierra cada domingo en su brazalete todo lo que significa ser romanista: creer y levantarse con ilusión renovada tras cada caída; vivir cada Roma-Juventus como una batalla de los buenos contra los malos; reírse de las desgracias de la Lazio pero también de las propias; celebrar cada victoria como si fuera la última; sentirse, en fin, distinto y sacar pecho por ello y porque los demás no lo entienden, o hasta lo critican. Y saber que tal vez todo ello suene ridículo, pero, al menos, es auténtico. Como el propio Francesco.

Por eso, el romanista aún se emociona repasando aquella vaselina con la que Totti marcó al Inter hace demasiados años; por eso, tuvo escalofríos cuando el 10 entró, contra el Torino, y en los cuatro minutos que pasó en el campo le dio la vuelta al marcador; por eso, el momento más tenso que vivió en el Mundial que Italia ganó en 2006 no fue la final contra Francia, sino el último instante del octavo contra Australia, cuando Il capitano colocó el balón para el penalti decisivo; por eso, los baches de la carrera de Francesco, sus errores, y sobre todo sus lesiones, le han dolido al aficionado, y le duelen. Y por eso va a llenar el estadio Olímpico este domingo, día en que verá por última vez al capitano con la camiseta que han defendido, juntos, todo este tiempo.

Ni siquiera sabe imaginar qué vendrá después. Tal vez tampoco pueda, no encuentre las palabras. Hace unas semanas, un amigo con fe giallorossa pudo compartir un momento con Totti en la ciudad deportiva de la Roma. Abrumado ante el acontecimiento, solo supo farfullar: “Gracias”.

-No hay de qué, si solo son cinco minutos, respondió Francesco.

-No, capitano. Gracias por todo.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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