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Sin bajar del autobús
Columna
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Equipo B

Los suplentes fueron durante mucho tiempo seres marginales, claramente inferiores a los titulares

Juan Tallón
Zidane, durante el partido contra el Valencai.
Zidane, durante el partido contra el Valencai.Gonzalo Arroyo Moreno (Getty Images)

Entre las inercias del fútbol está que la verdad se discute, faltaría más. Tampoco es tan raro. Pasa en demasiados ámbitos. ¿Quién no tiene un amigo, sin ir más lejos, al que nadie cree cuando cuenta la verdad? En fútbol la tendencia conduce siempre a cuestionar cualquier cosa, todo, también lo inmutable. Es un placer necesario. Solo hay que ver el entusiasmo de quienes últimamente sostienen que los jugadores suplentes forman un equipo superior en muchos sentidos al de los titulares. Quizá por eso no los alinean a menudo, porque si lo hiciesen se convertirían en titulares, y eso los volvería inferiores, aunque por otra parte estuviesen contentos porque juegan. Le leí un razonamiento con parecida fuerza interior a un autor francés, que afirmaba que si tuviese talento, lo imitarían; si lo imitasen, se pondría de moda; si se ponía de moda, pronto pasaría de moda. Así que más le valía no tener talento.

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Los suplentes fueron durante mucho tiempo seres marginales, claramente inferiores a los titulares. Si caías en el banquillo lo hacías en un agujero hondo. Necesitabas una buena desgracia ajena para salir. Pero el negocio creció, la temporadas se volvieron muy exigentes, los clubes empezaron a soñar a lo grande y ahora, para ocupar una suplencia, no basta con ser un futbolista del montón, además hay que ser buenísimo. Se popularizaron las rotaciones para que los mejores llegasen frescos al final de la temporada, cuando todo se decide, y a la vez los suplentes, de pronto con categoría de estrellas, no se entristeciesen y se fuesen a otro club. La deriva no se detuvo ahí, y ya se discute si no serán más buenos los reservas que los titulares.

El fútbol vive bajo una incesante necesidad de debates. Si en algún momento se produjese un silencio, porque, digamos, no hay nada que debatir, y solo cabe jugar, bien podríamos estar asistiendo al fin del fútbol. Imaginen que este pasase a formar parte de esos acontecimientos deportivos a los que se dedica un breve, o unas colas en los informativos de televisión, y ni siquiera para facilitar el resultado, sino para reseñar algo más primario, parecido a “Jugó un equipo contra otro”, y nada más. Desprovisto del placer superfluo pero inevitable de discutirlo todo, al fútbol le esperaría un futuro en el que quizá no tuviese futuro.

En esas circunstancias tristísimas para él, ¿dónde estaría la noticia? La situación se volvería un reto para los medios de comunicación; quizá una maravillosa oportunidad, pues se abriría una ventana para los titulares olvidados. En 1960 Álvaro Cunqueiro escribió una columna para El Progreso de Lugo en la que cuestionaba el concepto de noticia, y sugirió al director del periódico el tema con el que debería abrir la primera página. “Pasado mañana, por ejemplo, se echa a dormir el cuco en el escondite que se ha buscado”, señalaba. Para Cunqueiro se trataba de una realidad diferente, pero perfectamente noticiable. “Si yo fuese el director de El Progreso, querido don Puro, daría la noticia en primera plana el martes: ‘Se durmió el cuco”.

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