Ureña, plata en el heptatlón del Europeo de Belgrado, ya supera al pionero Peñalver
El atleta de Onil bate de nuevo el récord de España en una competición en la que solo le superó el francés Kevin Mayer, subcampeón olímpico en Río
“¡Qué grande, Jorge! ¡Cómo se nota que ya ha dejado de perseguir!”, exclama por teléfono, desde Murcia, Antonio Peñalver, que celebra la medalla de plata de Jorge Ureña, su heredero como hombre 10 (o siete, hablando de heptatlón) del atletismo español. “Jorge ya se ha establecido entre los mejores, ya se siente uno de los mejores y compite como los mejores”.
Peñalver, el hombre, la marca, la figura, a la que perseguía Ureña, está feliz porque 25 años después de su bronce en el Europeo en pista cubierta en Génova (y su medalla de plata en Barcelona 92) otro multiatleta español brille al más alto nivel. La persecución había terminado hace unas semanas, cuando Ureña, de 23 años (de la generación de los atletas nacidos después de los Juegos de Barcelona) dejó el récord de España de heptatlón en 6.249 metros, más de 200 puntos más, un mundo, que los que consiguió en Génova el atleta que hizo creer por primera vez a los españoles que Europa no estaba tan lejos.
Para conseguir su plata en Belgrado, Ureña, de Onil (Alicante), pocos kilómetros al norte de Alhama de Murcia, el pueblo de Peñalver, mejoró en 18 puntos su ya excelente marca y la dejó en 6.267, a 127 del campeón, el francés Kevin Mayer, el decatleta que corona la gran tradición francesa en la prueba, la continuación de los Plaziat y Blondel. “Mayer es un atleta de más de 8.800 puntos, de un nivel fabuloso, y que Jorge haya competido con él lo dice todo”.
El decatleta, dicen los estetas, posee el cuerpo perfecto, el que un Da Vinci o un Miguel Ángel imaginaban. El tamaño no tiene que ver con la perfección. Peñalver mide 1,95m, un gigante armonioso; Kevin Mayer, el decatleta perfecto del momento,1,86m; Ureña, 1,78m. Lo que pierde en fuerza, en las pruebas de lanzamientos, lo gana en velocidad y en agilidad. La fuerza la lleva dentro.
Un hecho: en tres pruebas, 60m vallas, altura y pértiga logró mejores marcas que algunos de los españoles que participaron en esas pruebas.
El heptatlón son siete pruebas durante dos días y un millón de estados de ánimo que termina con todos los deportistas tumbados en la pista tras correr mil metros en poco más de dos y minutos y medio, con los músculos acalambrados y con fuerzas apenas para levantar los pies del suelo. Ureña comenzó el sábado, apenas amanecido el día, con la mirada sombría clavada en el suelo que tantas ganas le da a su padre, y entrenador, de darle una colleja para levantársela. “Estaba preocupado por el dolor en el abductor. Me lo infiltraron con anestésico antes de empezar, pero el efecto duró poco”, explica Ureña. Pese a ello, corrió los 60m más rápido que nadie, en 6,94s, solo tres centésimas más que su mejor marca. “Pero en la
longitud me desconcentré y me quedé muy corto”. Saltó solo 7,37m, 25 centímetros por debajo de la marca lograda cuando el récord. Fue el punto más bajo. Poco después un masajista le vendó el muslo y surgió el Ureña eléctrico que fue a más, a más, y no paró. Lanzó el peso a 14,24m, dentro de sus límites superiores; saltó 2,10m, más alto que nunca, y se fue a la cama sonriendo y soñando con el día siguiente, sin temor, deseándolo. Si repetía sus marcas habituales, la plata estaba segura. Si las mejoraba, caería de paso su récord nacional.
El reto de la pértiga
Amaneció el domingo y Ureña era una pila atómica, frenética e inagotable, que corrió las vallas, su mejor prueba, en 7,78s, igualando la mejor marca nunca conseguida por nadie en unos Europeos en pista cubierta. Con puntuar en pértiga, le valdría, pero él, por mucho que sude de vez en cuando en los tres nulos que le pusieron un cero en los Mundiales de Pekín, no se iba a conformar con ello en la especialidad que más pone a prueba la resistencia de los deportistas. A las tres de la tarde, Ureña efectuaba su primer salto: 4,40m que supera despedido hacia arriba, hasta casi el techo, por una pértiga que es un muelle, tanta energía le aplicó; a las tres y 25, derriba el listón en su primer intento sobre 4,60m, lo hace con la pértiga misma, no con el cuerpo: el implemento mide 4,90m desde el fondo del cajetín y Ureña no la despide con fuerza después del salto.
Alrededor de los heptatletas, que se aburren (Kevin Mayer, que empezó a saltar sobre 5,20, no lo hizo hasta pasadas las seis), el Europeo vive, brama, ruge, multiplica las malas salidas nulas, ajeno a sus pensamientos. Solo a las 17.40, tres horas después de comenzar el concurso, deja Ureña de saltar. Lo hace tras el tercer nulo sobre 5,10m. No es tan importante. Los 910 punto que le dan sus cinco metros, le garantizan la plata, el récord, la herencia de Peñalver. Ureña ha dejado de perseguir. Ureña está allí.
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