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El Villarreal gana a la Real Sociedad con el último aliento

El cuadro de Eusebio malgasta su dominio por la falta de oportunidades

Castillejo celebra su gol a la Real Sociedad en el último minuto.
Castillejo celebra su gol a la Real Sociedad en el último minuto.A. G. (AFP)

Hay equipos que se agarran al resultado como murciélagos a la pared, pero hay partidos que se muestran inmóviles, también como murciélagos, a la pared del resultado por más que uno de los equipos la emprenda a escobazos para derribarlos. El murciélago era el Villarreal; la escoba, la Real Sociedad, que la blandía con ambas manos, por el centro, por los costados, desde lejos, desde cerca, con paciencia, con prisa. De todo menos ocasiones de gol: muchas llegadas, poco remate; mucha mandíbula, poco colmillo. Y resulta que la última mordedura en el último momento la dio el Villarreal para llevarse un partido en el que casi nunca confió

El Villarreal se movía poco, tenía el cuerpo dolorido tras ser apaleado por la Roma, pero más aun tenía aturdida la cabeza. Difícil jugar al fútbol con las piernas cansadas y la cabeza confusa. Así que decidió jugar poco y resistir mucho, aguantar el tirón, refugiarse en su campo y que la suerte elija al afortunado.

No lo fue Raúl Navas a los dos minutos cuando cabeceó un saque de esquina a placer, con tanto placer que lo envió fuera, tras elevarse sobre las cabezas de los defensores. Todo indicaba que la puerta del polvorín se había abierto de par en par y que las explosiones en la portería de Asenjo serían continuas. No lo fueron. Había intimidaciones con los requiebros de Carlos Vela, la sucesión de centros de Yuri, las galopadas inagotables de Odriozola, los detalles de Oyarzabal. Un presente continuo que sin embargo no despegaban al murciélago de la pared. Lo hizo casi todo bien la Real en la primera parte, pero ese casi le tenía de los nervios. Porque tanto dominio, autoridad, variedad, alternativas, llegadas, frente a tanta austeridad del Villarreal, no servía de nada. Más allá del cabezazo de Navas, no ocurrió nada en la garita de Asenjo, de guardia y en guardia, pero sin sobresaltos.

Y tras el descanso, Fran Escribá mandó a sus muchachos que escaparan de la cárcel en la que se había recluido. Tan sorprendido se mostró Rulli por aquellas visitas tan inesperadas que le regalo el balón al borde del área y la portería vacía a Bakambu que lanzó fuera. Sucedió que Rodrigo le dio la fuerza que Trigueros no tenía y que Adrián se colocó en el costado para incordiar el poderío de Yuri y dar mejor salida al Villarreal.

El polvorín se repartió a partes más o menos iguales. La insistencia del Villarreal empezó a minar la autoestima del conjunto donostiarra. El murciélago había echado a volar, se escapó varias veces de la pared y en una de ellas a punto estuvo de despegar el partido del empate con un reate de cabeza de Bruno que se fue al larguero y luego Musacchio lo envió fuera: todo dentro del área pequeña de la Real entre una manifestación de futbolistas atribulados.

La Real Sociedad a balón parado amenazó a Asenjo (sobre todo en un cabezazo de Juanmi). Fue su última bala y su último litro de gasolina. El Villarreal se miró en el espejo y se reconoció a sí mismo, es decir, al equipo que combina, que se despliega y que remata. Y en su primer vuelo directo Costa puso el balón entre los defensas de la Real y Samu Castillejo lo alojó en la red. Era el último minuto de la prolongación. Un disparo seco que dejó mudo Anoeta. El debate sobre la justicia o la injusticia en el fútbol es estéril.

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