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El huracán del Valencia se lleva por delante al Barcelona

El conjunto naranja disputará su quinta final de Copa (67-76)

Rice, ante la defensa del Valencia.
Rice, ante la defensa del Valencia.L. Rico

El Valencia disputará su quinta final de la Copa del Rey —ha ganado una— tras imponerse al Barcelona en un partido que dio demasiadas vueltas, pero que acabó por marear a conjunto azulgrana, solo presente en el segundo cuarto del partido y barrido en el tercero por el huracán naranja.

Barcelona, 67 - Valencia, 76

Barcelona: Rice (3), Renfroe (3), Eriksson (3), Vezenkov (11) y Diagne (-) —cinco inicial—; Koponen (16), Claver (5), Tomic (17), Faverani (-), Munford (7) y Peno (2).

Valencia Basket: Diot (2), Martínez (10), San Emeterio (16), Sikma (2) y Dubljevic (13) —cinco inicial—; Vives (3), Thomas (2), Kravtsov (7), Van Rossom (7), Sato (-), Sastre (11) y Oriola (3).

Árbitros: García Gonzáles, Pérez Pizarro y Cortés. Sin eliminados.

Pabellón Fernando Buesa Arena. 15.412 espectadores.

Parecía que al Barça esta vez le tocaba divertirse en ese tobogán en el que anda metido y en el que unas veces se desliza como un guante y otras se da unas culadas de las que adormecen todo el cuerpo. Tan a gusto parecía encontrarse que solo la vorágine del Valencia, con sus arranque (un parcial de 7-0 sin despeinarse) le nubló la vista. Cuando salió Ante Tomic fue como si tocara el silbato y se acabase el recreo, sobre todo para Dubljevic que amenazaba con convertirse en el dueño del patio. Los 12 centímetros de ventaja del croata sobre el montenegrino y el savoir faire del primero frente a la fuerza del segundo acabaron parando al Valencia.

El Barcelona jugó un partido con reloj de arena y no con el reloj digital del conjunto valenciano. A ese ritmo, los azulgrana tenían tiempo para pensar, para buscar a Rice, a Renfroe, a Peno y los triples del enfadadísimo (no se sabe por qué) Vezenkov. Los triples de San Emeterio, otro con el saber hacer a flor de piel, con esos quiebros imparables que le permitieron recuperar el aliento e incluso acabar dominando el primer cuarto (17-19). La defensa, sobre todo, pegajosa como un chicle en el zapato, daba vida a los chicos de naranja.

Pero en el segundo cuarto, el Barcelona se quitó ese residuo del zapato como si hubiera adquirido la fuerza que antes había mostrado el conjunto taronja: tanta fuerza obtuvo que los de Pedro Martínez tardaron siete minutos en anotar una canasta en juego, para acabar encajando 21 puntos y anotar solo 10 en ese periodo. Renfroe era un martirio para el Valencia con su dirección y sus penetraciones. Oriola y Dubljevic formaron juntos para intentar recuperar el rebote perdido, pero no eran los matadores que acabaron con el Gran Canaria un día antes. Era un juego coral del Barça frente a los arrebatos desconcertantes del Valencia.

Pero la vida de los partidos de baloncesto tienen un sistema nervioso difícil de controlar. Y de eso sabe el equipo de Pedro Martínez. Todo el aturdimiento del segundo cuarto, se volvió claridad tras el descanso. Y acierto. Y determinación. Las tres cosas se las dio Rafa Martínez, el mejor triplista de la Liga Endesa, que andaba seco, un poco taciturno, enganchó tres triples consecutivos y volvió a nublar la mirada atónita del Barcelona. Las pulsaciones del Valencia contrastaban con el lento corazón del Barcelona. El acierto de Martínez contó con la inestimable ayuda de Oriola, que volvía a ser quien era, algo así como el motor imparable del equipo.

Cambio radical

Las constantes vitales cambiaron el partido. Treinta puntos metió el Valencia en el tercer cuarto, uno más que en los dos anteriores. El dato era elocuente: la locomotora se enfrentaba al tren de mercancías. El Barcelona apenas resistió por la intensidad de Tomic y el acierto del finlandés Koponen. El resto se había dormido, aturdido por el zumbido permanente de los jugadores rivales.

Sin embargo, el Valencia topó con la frontera de los 11 puntos sin rebasarla por su propia equivocación. Pudo hacerlo Van Rossom en el último latido del tercer cuarto, pero se enredó y la mano ágil de Renfroe se la robó para que Koponen anotase un triple. Pudo el Valencia cerrar el tercer cuarto con trece puntos y se quedó con ocho.

Lo mismo le ocurrió en el último, que circulaba por los mismos raíles y otra vez tropezó con el error de Sastre en un mate o el cierto de Munford al volar sobre el aro. La frontera se antojaba un muro que le permitía al Barcelona seguir creyendo. Porque el acierto del Valencia no podía ser interminable, salvo que trascendiera a lo humano. Como en el primer cuarto, el conjunto de Pedro Martínez se quedó con menos gas. Tres minutos se tiró sin anotar. Otra vez el Barcelona se pudo quitar el humo de los ojos, porque el rival dejó de tirar cohetes y porque la defensa despertó antes de que explotara la bomba y los barriera del partido.

Pero era tarde. Una cosa es que el Valencia no acabase de matar el partido y otra que lo pusiera en riesgo. Y lo que había empezado bien lo acabó metiendo el coche en la final, no sin antes dar unas cuentas curvas peligrosas.

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