El Valencia gana al Gran Canaria con todas sus armas
Soberbio partido de Dubljevic que encarrilla el pase a semifinales ante un rival sin acierto y sin orden
Hay una cosa peor que tener enfrente a un pivot en racha, tener a dos. El montenegrino Dubljevic desbrozó el camino del Valencia hacia la semifinal a veces a machetazos, a veces con la navaja de bolsillo, siempre con acierto en la disputa y en el engaño, colándose con sigilo entre la vereda de defensores imponiendo su musculatura cuando la hojarasca lo requería. 15 puntos anotó en la primera mitad (de los 49 de su equipo), pero algunos de ellos tan seguidos que por momentos parecía invencible, intratable, indescifrable salvo para sus asistentes. El Gran Canaria sentía que aquella poblada barba era como un bosque lleno de pinchos. Pero ocurrió que cuando el barbudo se fue, surgió otra barba, menos poblada, más afilada, la de Oriola que se dedicó a hacer lo mismo: meter muchas canastas y muy seguidas. Entre ambos desarbolaron al equipo canario, le cogieron tal distancia que la autoestima estaba en juego, balanceándose entre el coraje y la calma, y eligiendo siempre mal la actitud a seguir.
Al Gran Canaria le costo medio partido entrar en el partido. Defendía flojo, sin orden, al único amparo de Pasecniks, pero atacaba peor, ensimismado McCalebb con resolver los conflictos del mundo por sí solo, y fallando uno tras otro, todos, los triples, Maltrecho bajo el aro y desviado el punto de mira, el partido se le puso oblicuo al Herbalife, un equipo que jugaba a pulso, a impulsos y expulsado de la zona sin contemplaciones. Todo el Valencia jugaba bien y todo el Gran Canaria jugaba mal. Los cambios de Luis Casimiro no cambiaban el panorama mientras Pedro Martínez podía reservar a sus pívot por si la cosa se complicaba, por si se rompía el espejo en el que se miraba el ingenio de Vives, el acierto de Van Rossom o Sastre, impagable en los momentos decisivos.
15 puntos al descanso (49-34) era un colchón de pluma de ave. Pero el Granca no es de los que entregan la cuchara ni por la caducidad de su juego. El descanso le enseñó que todos los errores estaban cometidos. Bastaba con darles la vuelta y corregir la ortografía del partido. Ya se vería si finalmente el discurso era brillante o simplemente comprensible.
Y el Gran Canaria apretó los dientes. Fue lo que no había sido: duro en defensa, agresivo en ataque, aunque manteniendo errores nerviosos y extrañas selecciones de tiro. Pero al menos, su corazón palpitaba, tanto que al galope llegó a inquietar a un Valencia que se estiró unos minutos en el sofá. Fue como el primer sueño del Gran Canaria, ese que dicen que es el más frágil, el que se despierta al menor ruido. Y el Valencia tenía muchos invitados ruidosos como para amargar la noche a cualquiera. Dubljevic volvió para alargar su gran noche, Van Rossom leyó su discurso y el Granca se resistió a despertar hasta que el Valencia le abrió de golpe las cortinas.
Hubo momentos de interés, cuando el equipo canario comenzó a acercarse a 12, a 10 puntos, a ocho, como si apareciese el espíritu intrépido que le acredita para las remontadas. Planinic le daba alguna consistencia, a Pasecniks parecía que se le alargaban los brazos, Oliver apuntalaba el baloncesto clásico y de vez en cuando Salin o Kuric remontaban la línea de tres puntos. Mucho tuvo que ver también la labor defensiva y ofensiva de Rabaseda, de regreso de una lesión.
Pero una cosa es recuperar las constantes vitales y otra hacer piruetas en el aire. El acierto no le acompañaba al equipo azul mientras el Valencia tiraba de promedios de victoria. Fueron los momentos apasionantes de un partido poco apasionado. El Valencia recuperó el pulso, frenó los impetus, devolvió cada canasta y al Gran Canaria le faltó el aire. Cuando se fue, ya no volvió. Se fue directo a la semifinal con la convicción de que no solo habían ganado el partido sino de que todos sus jugadores lo habían hecho bien. Los 12. Y de que Dubljevic y Oriola no habían permitido que nadie se les subiera a las barbas.
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