El Alavés, de Dortmund al cielo
Entre profundos altibajos, el club vitoriano ha alcanzado la final de la Copa por primera vez en su historia, 16 años después de la final de la UEFA contra el Liverpool
Al Alavés no se le espera, llega. Tiene la costumbre de no avisar. Si acaso cuando fracasa, cuando los descensos, cuando Piterman, va haciendo testamento para sus deudos. Nadie le esperaba en el Westfalenstadion de Dortmund aquella tarde larguísima del 16 de mayo de 2001, que acabó en madrugada, cuando se enfrentó a la marea roja del Liverpool en la final más recordada de la Copa de la UEFA y nadie le esperaba en la final de la Copa del Rey del 27 de mayo de 2017 en hora y estadio por determinar. El Alavés es sigiloso en el éxito y algo estruendoso en el fracaso. Un club pendular, sacudido por la voracidad económica del fútbol que le han llevado de los parqués a los barrizales de la competición en un ascensor que lo mismo iba a la suite que al sótano del fútbol. Nada extraño en una ciudad que apenas rebasa los 200.000 habitantes y un territorio alavés que sobrepasa por poco los 300.000, un magma pequeño que ha hecho, sin embargo, convivir el fútbol (con sus sacudidas) y el baloncesto con el Baskonia, un club de la élite europea.
El cielo de Vitoria fue el de Dortmund, aunque poco tuvieran que ver, plomizo el uno, azul raso el otro cuando se lo propone. Aquel día los futbolistas que dirigía Mané, con su rictus serio y la ironía escondida bajo el bigote, los Javi Moreno, Téllez, Jordi Cruyff, Magno, Desio, Contra, etc., etc. viajaron como lo hacían siempre: de civiles, sin el uniforme que los clubes acostumbran para militarizar a la tropa. En el aeropuerto de Foronda la imagen estética del ambiente era la de un partido más. “Si hemos llegado así hasta aquí, ¿por qué vamos a cambiar?”, afirmaba Mané, al que no se le atisbaba nerviosismo alguno. El marketing sí funcionó, porque en la competición europea fue inventando camisetas hasta convertirse en el pink team, por el ingenio rosa de una de sus indumentarias. En Dortmund jugó como Boca Juniors, pero lo hizo mejor. Las remontadas, la prórroga, el autogol de oro de Geli, la decepción, la extenuación.
El Alavés entendió que no solo había vivido una noche histórica, sino una noche única e irrepetible. Quienes no la vivieron en el campo, sintieron que la oportunidad les había pasado por encima. Las noches épicas del Alavés habían tenido tintes más domésticos desde que se fundó en 1921 heredando los pasos animosos del Sport Friends, ascensos y descensos, la victoria ante el Jaén en el ascenso a Primera de 1995, al ascenso a Primera en 1998. Antes fue el barrizal de la Tercera División, de la categoría regional incluso, del peregrinaje de un club que ha contado entre sus miembros a Ciriaco y Quincoces, a Juan Señor, a Jorge Valdano, a Andoni Zubizarreta. Y a Ferenc Puskas en el banquillo a finales de los sesenta.
En 2007 entró en concurso de acreedores y el humo de la desaparición cegaba los ojos de Vitoria tras el incendio de Piterman, pero no era la primera vez. En los 60 del siglo pasado, vivió una situación similar tras el descenso a Tercera División. Siempre el péndulo yendo y viniendo.
La adquisición del club por parte de Joxean Querejeta, máximo accionista también del Baskonia, ha reunido las dos almas del Vitoria: el fútbol y el baloncesto, que se han curado mutuamente los constipados (en el caso del fútbol, neumonías). Ahora la afición del Alavés tiene nuevos ídolos. El lugar que dejaron Herrera, Astudillo, Iván Alonso, Tomic o el vitoriano Pablo, tiene nuevos inquilinos, Llorente, Camarasa, Laguardia, Pacheco, Manu García. Y desde ayer Edgar Méndez, salvo que la final depare otro ídolo para la posteridad. Y a la afición le espera otra noche especial. No sabe dónde, pero sí sabe que será mágica. El péndulo, esta vez, con un lento tic tac de 16 años, ha caído de su lado.
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