Antonio Peñalver: “Cuando abracé a Millán al ganar la medalla, pensé ¿qué mierda estoy haciendo?”
El subcampeón olímpico de Barcelona 92 relata por primera vez los abusos sexuales que sufrió a manos de su entrenador y que marcaron su vida y su carrera
Antonio Peñalver Asensio (Alhama de Murcia, 1968) es APA para todos sus amigos del pueblo, las iniciales de su nombre y apellido que imprimió en su camiseta de fútbol sala antes de hacerse atleta. Antonio Peñalver es para todo el mundo, Superpeñalver, el decatleta español que ganó una medalla de plata en Barcelona 92, 1,93m, 90 kilos, la perfección del cuerpo. Y para todo el mundo, Peñalver es también el producto de la magia de un gran entrenador, Miguel Ángel Millán, que le sacó de la nada de un pueblo perdido. Esto era así hasta hace unos días, hasta que la policía detuvo a Millán en Tenerife después de que un joven lo denunciara por abuso sexual. Aquel día, el lunes pasado, comenzó a conocerse la historia verdadera, la que Antonio Peñalver cuenta por primera vez, la que le permite decir, por fin, “todo fue una mentira”.
—Mi historia es la misma que podría contar cualquiera de mis compañeros. Cuando eres víctima no tienes escapatoria posible. El proceso anterior está perfectamente planificado, y es muy cuidadoso. Antes de atacar, él te deja absolutamente aislado. Tus compañeros son enemigos. Como yo iba a ser bueno, como yo prometía y era especial... Eso es lo que todos los elegidos se creían. A mí me hizo sentir así, lo mío se podía aplicar a cualquiera, pero, claro, lo que pasa es que yo seguí después y, mira tú, llegué a ser subcampeón olímpico. Te desarraiga de tu familia, lo que en mi caso fue fácil porque este, Miguel Ángel Millán, sabe perfectamente lo que hace. Yo soy hijo de campesinos y, claro, las inquietudes que yo podía tener a los 13 o 14 años estaban como a una galaxia de distancia de lo que podían entender mi padre y mi madre. ‘Pobrecitos’, me decía, ‘es que ellos no entienden’. Era una forma de hacerse mi padre, mi consejero, mi amigo, todo. Todo. Y los otros compañeros eran solo gente que quería llevarme de fiesta porque, claro, yo era la envidia. Mi única solución era dedicarme solo al entrenamiento. Y el tiempo libre era estar en su casa, compartir la media vida, películas, todo eso, como si fuera yo uno más de la familia. Hasta que llega el momento en el que, de repente, una noche te está tocando.
—¿Qué edad tendría entonces? ¿14, 15 años?
—Yo tenía 13 años largos, fue del invierno a la primavera de 1982 a 1983. Se repitió varias veces, pero no puedo precisar cuántas porque esas cosas, supongo que será por un mecanismo de defensa, se borran de la memoria, hasta que, en un momento dado... Yo intentaba evitarlo, me acostaba boca abajo, pero no sé por qué, al final, siempre había un sitio reservado a su lado y te despertabas con él encima. Justo cuando ya te vencía el sueño, porque, claro, siempre intentaba no quedarme dormido.
"Intentaba evitarlo, pero siempre había un sitio reservado a su lado"
“Era un ‘puñetero Dios”
—Esto, ¿dónde ocurría?
—Esto ocurría en Sierra Espuña, aquí cerca, en la casa. Al principio los sábados subíamos a hacer algo de entrenamiento, que luego se convirtió en acampada, y luego este hombre se compró una casa casi caída y los niños íbamos ahí a entrenar y también a restaurar la casa. Hacíamos de peones de albañil, críos de 14 años. Esto muestra el poder y la imagen que tenía en el pueblo como para que un montón de chavales estuviéramos allí, conscientes los padres de que estábamos con un señor que era un puñetero Dios, de imagen intachable, esa de ayudar a los pobrecitos con necesidades económicas, ayudar a los chicos con problemas para que el deporte los reconvirtiera, los alejara de los vicios... Hasta que desaparecían. Sospecho que los que desaparecían era por lo mismo.
Por esa época yo era un chaval que saltaba altura. Mi desarrollo hormonal fue muy tardío. No me llegó la testosterona hasta que no tuve 15, casi 16 años. Era alto, desgarbado, malo. Saltaba poco pero prometía porque era muy alto. En el momento en que se produjeron los abusos no entiendes lo que está pasando. Solo la primera vez me dirigió la palabra, y yo contesté que no, pero siguió, por supuesto. Se repitió unas cuantas veces, no sé cuántas, durante unos meses. No era todas las semanas. Fueron varias excursiones a la sierra. Después de trabajar y entrenar, nos acostábamos en una habitación de unos 15-20 metros cuadrados. En el suelo dormíamos sobre esterillas o jarapas uno al lado de otro... Y te despiertas con, con... ¿Qué haces? ¿Gritas? No puedes hacer nada. Al menos, entonces, yo no pude hacer nada. Ni los compañeros. Estaba a 15 centímetros del de al lado. ¿Qué haces?
"Al final te vencía el sueño y te despertabas con él encima"
Cuando eso se repitió cinco o seis veces, dejé de ir a las excursiones, y entonces me convertí en invisible. Otra gente que conozco y que sufrió los abusos, ¿qué hacía?, desaparecía para siempre de ahí. Se iban y ya está. Yo, seguramente, porque en ese momento no tenía donde ir, no tenía amigos... ¿A quién se lo cuento? ¿A mi padre? Es que ni se me pasó por la cabeza. Yo seguía yendo a la pista de atletismo todos los días a mendigar un poquito de afecto. Esa es la cuestión. Te pasas media vida intentando hacer ver que eres el mismo, recuperar lo anterior, recuperar al segundo padre, al amigo, al consejero espiritual, al que te ha dicho que tú eres la hostia y que el mundo es maravilloso...
“Iba como un ‘zombie”
—No sé, y no pudo ir al cura del pueblo...
—No he estado yo en contacto con la Iglesia ni con nadie, absolutamente con nadie. Era mi vida y mi religión en esos momentos era el atletismo, y Miguel Ángel Millán. No tenía dónde ir que no fuera la pista de atletismo. No había otra cosa. Yo iba allí como un zombie y hacía las cosas por mi cuenta, libremente. Era un crío de 14 años haciendo los entrenamientos que veía hacer a los otros, pero después de unos meses, de pronto me dirigió la palabra. Oye, que a partir de ahora vamos a entrenar otra vez en serio, bien. Yo respondí entusiasmado. Mi vida volvía a tener sentido. Millán es buen técnico cuando quiere...
—¿Se había acabado ya el acoso?
—No volvió a tocarme jamás. O tenía otro o pensó que yo ya no era seguro, no sé. Con el paso del tiempo ya pude sospechar que podría haber otro, pero entonces, para nada. Yo pensé que había sido el único hasta el año 92. Y todos pensaban también que habían sido los únicos. Empecé a entrenar otra vez y esa buena relación entrenador-atleta se prolongó hasta que llegó la oportunidad de que la federación le pagara para entrenarme solo a mí y al grupo de atletismo, y a partir de entonces, también de repente, empezó a estar desaparecido. No quiero decir que el motivo económico fuera básico, seguramente coincidió con que despareció mucha gente de allí y quizás necesitaba una punta de lanza para volver a recuperar el cartel... Y este ha sido exactamente el mismo proceso que ha repetido en Canarias, construirse una imagen estupenda, maravillosa y en cuanto ha tenido el mismo poder y control ha vuelto a ejecutar los mismos planes. Cuando desapareció de la pista, sencillamente nos pasaba los planes de entrenamiento a los buenos, y estaba a otras cosas, con la escuela de atletismo de los pequeños...
"Yo seguía mendigando afecto. Otros que conocía desaparecieron"
—Y tardó usted en darse cuenta de por qué...
—Después del 92 lo pensé y lo vi claro, e incluso intenté hacer algo pero me lo desaconsejaron legalmente por las consecuencias que podía tener contra mí... Y ese es otro peso que llevo encima.
Pero para seguir con el relato, los entrenamientos que nos ponía eran vejatorios. Creo que lo hacía para mostrar su poder y, esto lo supimos por conversaciones con los que entonces eran críos, incluso se jactaba de ello. ‘Estos son unos fiesteros gandules que no pueden hacer lo que les pido’, les decía. ‘Yo estoy con vosotros, que vosotros sí que merecéis la pena, y no estos furufallas...’ Fue una sensación extraña y surrealista que aceptábamos como si fuese normal. Pero fue eso, despareció. Estaba por allí, pero yo me entrené solo media vida. Es todo una mentira todo eso de que él me llevó a la medalla del 92. Una puñetera mentira.
“Todo era una mentira”
—Y nunca dijo nada.
—Es algo que llevo encima. Llegué a ser subcampeón olímpico porque entre nosotros nos ayudábamos y nos convertimos en pequeños autoentrenadores. Los hermanos Benet, por ejemplo, me enseñaron a pasar las vallas. Él me cargaba tanto que destrozó mi zancada. Pero la cuestión deportiva solo tiene relevancia por el efecto de manipulación que tuvo durante muchos años. Me acuerdo incluso que en el invierno 91-92 la única vez que me dirigió la palabra fue la víspera de que nos fuéramos a Estados Unidos. Y luego, en las concentraciones, ¿cómo ibas a llevarle la contraria? Se mostraba tan cercano, tan amigo, ante otros atletas y los demás entrenadores, como si fuéramos amigos, cuando a lo mejor hacía meses que no me hablaba. No tuve fuerza contra esa imagen tan perfecta de superentrenador, superamigo y súper de todo. Yo no fui capaz de decirle a nadie en su momento que todo era mentira, tanto en lo personal como en lo deportivo. En todo. Todo era mentira. Jugaba con mi hambre permanente de querer recuperar esa situación idílica de antes de dándome como píldoras de afecto. En el año 92, y ya tenía 23 años, aún antes de tomar decisiones que iban a afectar al resto de mi vida, me preguntaba si hacer esto o lo otro le iba a gustar al señor Millán o no. Empecé entonces a ser consciente de que algo me estaba pasando. El momento más amargo fue, de hecho, aquel puñetero abrazo que le di cuando gané la medalla. En aquel mismo momento, lo juro, estaba yo diciéndome ‘pero qué mierda estoy haciendo, qué mierda estoy haciendo’...
"Siempre me afectará esto. Sin saberlo, estuve 20 años con depresió"
“Perdí 13 kilos del ‘shock”
Volvimos a Alhama y me prohibió ir a la pista hasta el 1 de noviembre. Era una locura. Dos meses y medio sin hacer nada, después de los Juegos... Cuando volvimos a entrenar el 1 de noviembre, tras 10 semanas parados, él pudo hacer ver a ojos de los demás que yo no era el subcampeón olímpico, yo era el gandul de mierda que no había podido ser campeón olímpico por mi culpa. En diciembre del 92, y no sé cuál fue el detonante, no sé quién empezó a hablar, no lo recuerdo. Alguien que no recuerdo quién fue, me pregunta, ¿oye? ¿a ti te ha pasado algo con Miguel Ángel cuando eras crío? ¿hubo abusos? Entonces se descubrió y descubrí que yo no era el único, que había mucha gente, 20-30, por ahí... En ese momento entré en estado de shock absoluto, estuve dos meses o tres encerrado en mi casa, perdí 13 kilos, y solo me preguntaba, ¿qué hago? Millán se fue del pueblo, pero yo no sabía cómo enfrentarme a su imagen. Esa imagen todavía pesa. Aún hay mucha gente por ahí que defendería a este individuo.
“Se inventaron de todo”
—¿Cómo salió de la depresión? ¿Fue al psicólogo? ¿Le ayudó la federación?
—No es ninguna pose, pero no recuerdo con quien hablé. Ni siquiera recuerdo si llegué a contar lo que estoy contando ahora, lo que me pasó exactamente. Con la federación hablé para reconducir mi carrera deportiva. Empecé a ir a Madrid a entrenar, estuve con José Luis Martínez. Estuve mucho tiempo con un psicólogo que no recuerdo el nombre, pero me valió para ordenar las cosas en mi cabeza un tiempo. Y cuando volvía a estar atléticamente bien, fue cuando me rompí el dedo en el 93. Ya creía que me estaba recuperando personalmente y recibí otro puntapié. Fue entonces cuando hubo reuniones para intentar poner una denuncia que no se puso porque dijeron que había prescrito, pero es todo borroso... De vez en cuando podía tener un flash de luz, pero enseguida se me venía todo encima, toda la mentira de todo, desde el principio hasta el final. En el 92, yo era un puñetero héroe que no podía gestionar mi vida. Yo sentía que estaba engañando a la gente... Sin saberlo quizás estuve en depresión 20 años, no sé. Encima, aquí en el pueblo crearon la impresión de que yo me había vuelto un señorito y había destrozado a Millán, le había deprimido y se había tenido que marchar, pobrecito... Encima. Y hasta se decía que es que éramos pareja y nos habíamos peleado. ¿Y qué más? De todo. Me han puesto aquí en Murcia de homosexual, de cocainómano, de todo... La gente busca respuestas y cuando no las encuentra se las inventa.
"Años después me pidió perdón. Le dije que se perdonase él si podía hacerlo"
—Siempre me afectará esto. He tenido muchas depresiones y terapias. Me he sentido alejado del mundo. Las relaciones personales quedan marcadas para siempre. Mis relaciones de confianza nunca han sido normales con nadie. Nunca tienes la plena confianza con nadie. Siempre hay dudas, no se estrechan lazos. Es inconsciente pero eso existe. Lo tendrían que explicar los psicólogos o psiquiatras. ¿Cómo puede ocurrir que durante 25 años esté alguien callado? Aunque nunca estuve seguro de todo, yo supuse que todo había acabado con la salida de Alhama de Millán. Se suponía que donde fuera iba a haber prevención y vigilancia.
“En 2002 me pidió perdón”
—¿Volvió a ver a Millán después del 92?
—Hacia 2002 o 2003 yo lanzaba solo peso y bastante, y un día en la pista de Elche estaba él con su hijo Germán y se me acercó a pedirme perdón. Es la única vez que hemos hablado. Le dije que se perdonara él si podía. Y él me contestó, con su soberbia habitual, veo que sigues siendo el mismo niño que has sido siempre. Por supuesto, pensé, el niño que había sido jamás lo podría ser, por su culpa. Es la única vez que he tenido la entereza de no salir huyendo. Porque perfectamente podría haber salido huyendo con todos mis 35 años y mi fuerza. Estuve tranquilo y luego pensé que simplemente me estaba tanteando a ver si yo iba a poner alguna objeción porque estaba volviendo al cuadro técnico de la federación española. Y podía haber pensado que si volvía a la federación era porque estaba todo controlado. La sensación de culpa y la sensación de intentar denunciarlo y no hacerlo porque un abogado me dijo que si lo hacía hasta mis nietos podían estar pagando demandas fue otro golpe fuerte. Y todo deja rastro.
—¿Siente que no hizo nunca lo que tenía que haber hecho?
—Pues sí. Entonces no pude, pero ahora humanamente no puedo quedarme quieto para que esto no vuelva a pasar bajo ningún concepto a nadie más. Yo ya entiendo después de mucho tiempo, y puedo vivir con ello, que pasara lo que pasó en mis tiempos. Pero el quedarme quieto ahora no podía ir conmigo. No podemos permitir ya más. Nunca más. Ni una sola persona más.
EL PAÍS ha abierto una investigación sobre casos de abusos sexuales en el deporte. Si tiene alguna denuncia puede enviarla a reportajes@elpais.es y se tratará con la máxima confidencialidad.
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