Aspas lidera al Celta ante un Granada sin alma
El equipo gallego supera con un par de destellos de su estrella a un colista que apenas aprovechó un error ajeno para disparar una vez entre los tres palos
Apenas soltó el freno de mano el Celta y le bastó para dejar muy atrás a un Granada lamentable que en Balaídos volvió a emitir muy malas vibraciones. El equipo de Lucas Alcaraz parecía haber entrado en vereda. No gana, no lo ha conseguido en lo que va de campeonato, pero al menos las cuatro últimas jornadas las había cerrado con tres goles en contra, dato estimable si se considera que en ellas tuvo que desplazarse a los feudos de Barcelona y Valencia. No hubo un gran estrépito en la derrota en Vigo, pero sí la sensación de que el equipo está muy lejos de competir al nivel preciso para dejar la cola de la clasificación. Desde hace diez años no se conocía un colista que hubiese puntuado a estas alturas menos que el Granada, desde entonces no era preciso sumar al menos diez puntos para evitar en la jornada trece los puestos de descenso.
Aquel año, por cierto, el Celta acabó en Segunda. A estas alturas sumaba 18 puntos y transitaba por la zona media-alta de la tabla. Ahora lleva dos puntos más y no es previsible un derrumbe similar, más que nada porque el nivel en la retaguardia semeja ínfimo, porque además el Celta guarda más de lo que muestra. Al Granada lo laminó con bastantes ausencias en su alineación, sin tener que recurrir a un gran despliegue. Apenas se desperezó Iago Aspas y todo quedó encarrilado.
Aspas está en tal estado de gracia que ya es capaz hasta de rematar sus propios centros. El prodigio valió el primer gol del Celta y contó con la inestimable y esencial colaboración de Rubén Vezo, que tras una colada del delantero de Moaña por la derecha se encontró con el balón en los pies en el corazón de área y en lugar de despejarlo se lo devolvió al remitente. Aspas aceptó el regalo y desmontó el andamiaje del Granada, tibio con balón y sin él, pródigo en defensas, huérfano de contundencia y tan débil de carácter que en cuanto recibió el primer golpe amenazó con desplomarse. Ochoa lo aguantó al responder en un mano a mano ante Wass, pero no había respuesta cada vez que el Celta engranaba una marcha más, cada vez que Aspas pisaba el acelerador y se movía por el frente de la zaga granadina. El primer gol lo armó por la derecha del ataque, el segundo por la izquierda, una combinación con Bongonda que en dos pases desnudó a la defensa.
Pareció tan fácil porque el Granada no articuló respuesta, paralizado, moribundo, sin alma, carente de codicia sin balón y de lucidez con él. Siempre fue tímido el equipo de Alcaraz, para defender y atacar, incapaz de rematar entre los tres palos en todo el partido hasta que un grosero error de Cabral al intentar ceder la pelota a su portero habilitó a Kravets para descontar y disparar una incertidumbre que jamás se había sentido sobre Balaídos. Faltaban cuatro minutos para el final y Aspas se había llevado la mano al muslo y en el banquillo celeste optaron por guardarlo. Antes de irse le había dado tiempo a ensayar desde mediocampo para golpear el larguero, lideró a un grupo de futbolistas que se sintió en un balneario, cómodos como nunca se pudo sospechar en un partido de fútbol, apenas apurados para sostener un triunfo sin mayor brillo, pero inapelable. Incluso entonces, desde el banquillo, Iago Aspas tomó las riendas de la situación para arengar a la grada y a sus propios compañeros. Roto el Granada, sin cuajo, se fue en busca del milagro y se encontró con un Celta que no firmó el triunfo por la mínima y festejó un tercer gol de su joven canterano Pape Cheikh para cerrar el partido.
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