Estados Unidos recupera la Ryder Cup
Europa salió fuerte el domingo pero cedió en los últimos partidos individuales (17-11)
Después de tres derrotas, Estados Unidos recuperó la Ryder Cup con una clara victoria en los partidos individuales sobre la Europa de los debutantes que, pese a que lo intentó y mentalizada estaba para ello, no pudo repetir sus heroicidades de antaño. Perdió 17-11.
El héroe de la jornada fue Patrick Reed —texano, guerrero y patriota, una libreta de notas forrada de barras y estrellas en su bolsillo trasero y una actitud peleona desde el primer drive—, que derrotó a Rory McIlroy en el primer partido, el partido que podría haber ahorrado los 11 restantes si ambos equipos hubieran decidido que fuera un paladín quien representara a todos. Hasta el último hoyo resistió el norirlandés a un rival tocado con una varita mágica, y por eso le llamaron el talismán del equipo. El honor del punto de la victoria, el 15º, se lo llevó Ryan Moore, uno de los elegidos por su capitán, Davis Love III, quien en el hoyo 18º doblegó a un triste y derrotado Lee Westwood, quien perdió los tres últimos hoyos, sin capacidad para levantarse.
Había pedido Darren Clarke a sus 12 europeos una acción como la de Medinah, de hace cuatro años, cuando las tropas de José María Olazabal, motivadas por el recuerdo del batallador Seve Ballesteros, fallecido un año antes, remontaron cuatro puntos el último domingo en una acción que ha pasado a llamarse el Milagro de Medinah. En Chaska, la localidad de Minnesota en la que se encuentra el campo de Hazeltine, la desventaja europea antes de los 12 partidos individuales de la última jornada era de tres puntos, uno menos, pero más imposible.
El único combustible anímico extra de que disponían los 12 europeos, seis veteranos y seis debutantes, era los insultos y las provocaciones de un público local, 50.000 personas todos los días, con comportamientos tan hooliganescos que alimentaban la rabia de Rory McIlroy, Thomas Pieters, Rafa Cabrera, Sergio García y compañía, y la convertían en energía positiva, en negación de la posibilidad de rendirse antes de pelear hasta el hoyo 18.
Los seis primeros jugadores dispuestos por Clarke, a quien animaba la idea de que un comienzo arrollador podría hundir la moral rival, fueron sus seis mejores, su artillería: McIlroy, que perdió; Stenson, que borró a Spieth; el descubrimiento belga Thomas Pieters (cuatro puntos en su debut: ningún europeo lo había conseguido antes), que no dejó respirar a J.B. Holmes; Rafa Cabrera, que apabulló a Jimmy Walker, el ganador del PGA y acercó a Europa a un solo punto (10,5-9,5) y a la posibilidad de un sueño que se rompió en cascada en los partidos siguientes, todos marcados con la pintura roja que distinguía a EE UU. Después del punto del magnífico Cabrera (2,5 puntos en su debut de tres posibles ganó), Europa solo sumó medio más, el del empate de Sergio García ante Phil Mickelson, en el partido más increíble, uno que parecía formar parte de un juego de ordenador por su perfección y por los enormes putts embocados sin fallo, mientras Fowler, Koepka, Snedeker y, finalmente, Moore, cerraban la victoria que se convirtió en goleada en los últimos partidos, aquellos en los que los más flojos del equipo de Clarke no lograron transformar la chispa inicial en fuego. Era EE UU quien hacía fácil lo imposible, la marca que hasta ayer en Chaska parecía propiedad europea.
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