Europa se acerca por la vía heroica
García y Cabrera marcan el camino en la Ryder recuperando cuatro hoyos en seis
La Europa de los debutantes es en Chaska un boxeador tan extraordinario que después de recibir una tunda de golpes en el primer asalto que le dejó sonado fue capaz de devolver casi los mismos golpes en el segundo a un rival crecido y, como dosis de recuerdo, de multiplicarlos en el tercero, y enseñarle, de paso, los dientes al rival, y asustarlo, como hicieron Sergio García y Rafa Cabrera Bello con Jordan Spieth y Patrick Reed, la estelar pareja estadounidense.
Tantos estados de ánimo y de espíritu genera la Ryder Cup, en la que cada enfrentamiento es un mundo. Estados Unidos, que juega en casa, en un campo enorme junto al lago Hazeltine, en Minnesota, se acostó con dos puntos de ventaja después de ganar por 4-0 los foursomes (golpes alternos por parejas) del viernes por la mañana y de perder 3-1 los fourballs (cada jugador con su bola) vespertinos. Y después de una espléndida mañana europea de foursomes de los europeos, el sandwich del mediodía del sábado se lo comieron casi atragantándose los locales, con un solo punto de ventaja (6,5 a 5,5), un bien que se agota entre reproches.
Fiel a la receta nacida de su laboratorio de química, el capitán de Estados Unidos, Davis Love III no trajinó con sus parejas, manteniéndolas como matrimonios sin derecho al divorcio. Dúos fijos que se fueron deteriorando después del esplendor de salida.
Fiel a su olfato y a su instinto, a su ojo clínico, el capitán europeo, Darren Clarke, empezó a mezclar veteranos con novatos, seis de cada en su equipo, como quien baraja las cartas con sentido. En su grupo hay intocables como Justin Rose, Sergio García, el prodigio belga Thomas Pieters, el sueco Henrik Stenson y el timón, Rory McIlroy, que han jugado todos los puntos. Algunos se han convertido en pareja de hecho, como McIlroy-Pieters, un descubrimiento espectacular; los otros cuatro son imanes a los que se pegan los novatos, como Rafa Cabrera Bello a Sergio García, que encarnan el espíritu de la Ryder como en sus tiempos lo hicieron Seve Ballesteros y José María Olazábal. Sergio García es el eslabón que une a aquellos con Cabrera, uno que parece haber nacido para la Ryder y contra el que encallaron Spieth y Reed.
El viernes por la tarde, debutaron como pareja los españoles y arrollaron en su partido de fourballs. El sábado por la mañana volvieron a buscar su confirmación. Comenzaron fatal, lo que fue una bendición que les permitió descubrir el camino heroico que tanto valor tiene en la Ryder y forjar su fuerza en las condiciones más duras: llegados al hoyo tres ya habían perdido dos; en el 11 ya iban cuatro abajo. Y en el 12 también. Quedaban solo seis por jugar. Pensar en empatar ante dos de los mejores jugadores del mundo era soñar; la victoria, una quimera. Era el último partido de la mañana.
Un punto clave
De los anteriores, Europa había ganado dos (McIlroy y Pieters, que son de fuego, les habían ganado por cuatro a Phil Mickelson-Ricky Fowler, y Justin Rose y Chris Wood habían podido por uno con Zach Johnson y Jimmy Walker) y perdido uno (Stenson y Matt Fitzpatrick cayeron por tres ante Brandt Snedeker y Brooks Koepka), lo que significaba que si perdían los españoles acabarían la jornada aún a dos de Estados Unidos. Era necesario recuperar al menos medio punto, reducir la diferencia para que el miedo creciera en los rivales.
A ello se dedicaron con ahínco y pasión, sin cálculos, García y Cabrera, que del 13 salieron a tres, del 15 a dos, del 16 a uno y llegaron empatados al 18, donde un birdie de Cabrera les habría permitido incluso ganar el partido. No entró. Habría sido demasiado. La simple posibilidad sin embargo de que fuera posible ganar un partido que se perdía por cuatro a falta de seis hoyos ya asustaba.
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