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Cuando la ley choca con la sensatez

El culto a la personalidad, el ansia por demostrar poder y la estupidez crean situaciones absurdas

Leontxo García

Varios incidentes ocurridos ayer en la primera ronda de la Olimpiada de Ajedrez en Bakú me recordaron mis discusiones con ciudadanos alemanes o suizos cuando me reprendían por cruzar, como peatón, un semáforo en rojo a la una de la madrugada. “Esa luz sirve para que los coches no me pillen. Pero si no hay coche alguno en 200 metros a izquierda o derecha, quedarse como un idiota esperando a que se ponga verde no tiene sentido alguno”, argumentaba yo. No lo entendían: “La ley es la ley”, era todo su discurso.

El presidente de Azerbaiyán, Ilham Alíev, en el centro, acompañado por el presidente de la FIDE, Kirsán Iliumyínov, poco antes de efectuar el saque de honor
El presidente de Azerbaiyán, Ilham Alíev, en el centro, acompañado por el presidente de la FIDE, Kirsán Iliumyínov, poco antes de efectuar el saque de honorMaría Emeliánova

Los primeros días de una Olimpiada siempre son intensos porque tus emociones se disparan cuando saludas, besas o abrazas a tanta gente de tantos países que sólo puedes ver una vez cada dos años porque no forman parte del circo ambulante del ajedrez profesional ni –en relación a otra de mis facetas profesionales- pertenecen al ámbito internacional del ajedrez educativo. En consecuencia fui a instalarme en la sala de prensa con hora y media de antelación, para saludar a cuantos fuera posible antes de concentrarme en mi trabajo.

Pero dos imprevistos chafaron mi plan, uno por el culto a la personalidad del presidente de Azerbaiyán, Ilham Alíev, y el otro por mala suerte. Tuve que bajarme del taxi a casi dos kilómetros de la sede: medidas de seguridad porque Alíev iba a realizar el saque de honor hora y media después. Y cuando pasaba el control de metales, un voluntario me advirtió de que se me había roto el pantalón por la parte posterior del muslo izquierdo. Dilema: que 2.500 personas admirasen mis preciosos calzoncillos azules mientras paseaba por la sala y sacaba fotos; o volver al hotel sin garantía de llegar a tiempo. Mi sentido de la vergüenza y la responsabilidad de no dar una mala imagen de mi periódico me inclinaron por lo segundo.

El culto a la personalidad volvió a perjudicarme; esta vez en forma de atasco monumental y gran rodeo, atravesando el corazón de la ciudad, porque la avenida que lleva al Cristal Hall (polideportivo donde se juega la Olimpiada) estaba desierta, bloqueada a la espera del paso del excelentísimo. Llegué de nuevo al control de metales a las 15.05 (las partidas deben empezar a las 15.00), y después de pasarlo me esperaba otra gran sorpresa. Unos 30 periodistas de los cinco continentes llevaban más de media hora esperando a que les diesen paso a la sala de juego; entre ellos, todos mis colegas de gran prestigio aquí presentes.

Apenas me dio tiempo a comprobar lo caldeados que estaban sus ánimos cuando se abre la puerta y aparece Geoffrey Borg, consejero delegado de la FIDE, quien sólo acierta a decir que no podemos entrar hasta que se vaya el susodicho presidente, por orden de sus encargados de su seguridad. La furia de los congregados se tradujo en epítetos como “inaceptable (en inglés suena mucho más duro que en español)”, “vergüenza”, “incompetencia” y otros similares.

La situación carecía de lógica alguna. El presidente Alíev había acudido al saque de honor precisamente para que la prensa internacional le sacase esa foto, tras gastarse varios millones de euros de dinero público en la organización de la Olimpiada. Todos los periodistas allí arracimados tuvimos que pedir una acreditación hace dos meses, y nos la dieron tras demostrar quienes somos; acabábamos de pasar un control de seguridad y metales; y no teníamos inconveniente en que nos registrasen otra vez si lo estimasen necesario. Pero alguna mente preclara decidió que sólo podían hacer esa foto algunos reporteros gráficos muy cercanos al Gobierno (ni siquiera los cinco que tiene contratados el Comité Organizador para el servicio de prensa; entre ellos, el español David Llada). Más aún, media hora antes de la llegada del presidente decidieron que todos los que estaban dentro podían quedarse, y todos los que estaban fuera no podían entrar, a pesar de que entre quienes estaban dentro había gente mucho menos cualificada y vigilada que nosotros (por ejemplo, acompañantes de jugadores).

Cuando por fin tuvieron a bien franquearnos el paso, los fotógrafos ya no tenían tiempo para hacer bien su trabajo (está prohibido hacer fotos después de los primeros 15 minutos de juego, en una sala inmensa, como un campo de fútbol. Borg se acercó luego a mí en la sala de prensa para explicar que no podía hacer nada ante la rudeza de los responsables de la seguridad. Le sugerí que tomase buena nota para la Olimpiada de Batumi 2018, porque en Georgia las costumbres en lo que respecta a su presidente no suelen ser muy distintas. Por otro lado, sería muy conveniente que a los responsables de la seguridad en general –en cualquier país del mundo- se les exija cierto nivel de inteligencia; de ese modo, se evitarían situaciones como las ya relatadas, y esta otra: varias horas más tarde, uno de esos individuos con poco seso echó de la sala a la directora adjunta de la Olimpiada, Joanna Golas, a pesar de que llevaba su acreditación encima.

Los árbitros reciben instrucciones antes de la primera ronda
Los árbitros reciben instrucciones antes de la primera rondaEteri Kublashvili

Pocos después me encontré con otra historia triste, fruto de las normas aplicadas en contra del sentido común. Un árbitro había decidido que Haití perdiese por 4-0 ante Uruguay porque los haitianos habían llegado después de los 15 minutos reglamentarios (debido al citado atasco de tráfico que había causado el ínclito presidente) y además sin la cartulina verde que distingue a los jugadores titulares ese día de los suplentes. Los uruguayos pidieron que las partidas se jugasen de todas formas porque no querían ganar por incomparecencia. De hecho, uno de ellos, Ernesto Rodi, comenzó su partida con el único haitiano que portaba el distintivo verde, Luxama Muller, pero el árbitro se mostró inflexible.

La controvertida regla de la “tolerancia cero” (no se podía llegar ni un segundo tarde), que ahora se ha ampliado a 15 minutos, tiene pleno sentido en el ajedrez profesional, porque es muy importante que los reporteros gráficos puedan hacer bien su trabajo con el fin de satisfacer a los patrocinadores; yo incluso obligaría a los jugadores de élite a estar en la mesa diez minutos antes de la partida. Pero carece de sentido alguno aplicar esa regla estrictamente a aficionados que rara vez juegan torneos internacionales, como los haitianos, para quienes la Olimpiada es un gran estímulo, que les llena de ilusión. Y ya es el colmo de los colmos que se aplique en contra de la voluntad del equipo rival.

Escocia, a la derecha, frente a Rusia, con la árbitro al fondo, en el centro.
Escocia, a la derecha, frente a Rusia, con la árbitro al fondo, en el centro.Eteri Kublashvili

No tardé mucho en enterarme del asunto que me iba a ocupar durante las próximas horas porque lo elegí como mi historia del día, la nueva regla anti trampas: todo jugador que quiera ir al baño debe notificarlo antes al árbitro. Como explico en el reportaje que publiqué ayer, no fueron pocos los árbitros que vieron en ella su oportunidad para un día de gloria y poder, interpretando “notificar” por pedir permiso. Pero hoy me he enterado de que, en contra de las órdenes recibidas del director del torneo, una árbitro preguntó a un capitán por qué una de sus jugadoras (no doy nombres porque estoy casi seguro de que hubo varios casos similares, y no quiero ser injusto) había ido cinco veces al baño durante la partida. El capitán respondió que no suele tener ese tipo de diálogos con sus jugadoras, y por tanto no sabía si podía tratarse de una infección urinaria, una diarrea, tal vez la menstruación… Cuando las partidas terminaron, el capitán relató lo sucedido a la jugadora en cuestión, y se llevó otra sorpresa: “No he ido al baño en toda la partida, sino a mirar las partidas de los equipos importantes, porque mi rival tardaba mucho en jugar y me aburría”.

Si esa árbitro se encontrase un semáforo en rojo a la una de la madrugada en Suiza o Alemania, sin coches a 200 metros a derecha o izquierda, se quedaría parada, hasta que se pusiera en verde. Porque la ley es la ley, y si no lo es ya se encargará ella de que lo sea.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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